En diciembre pasado parecía había arrancado una hoja de ruta para estabilizar la economía luego de una no transición excesivamente costosa. El envío al Congreso y aprobación en tiempo récord de la Ley de Solidaridad Social y Reactivación productiva fue una señal fiscal potente que empezaba a despejar la incertidumbre propia del discurso de campaña.
El mensaje a la tropa propia convivía con un set de medidas que apuntaban a evitar la disparada en el déficit fiscal que se hubiera producido sino se frenaba la indexación previsional, no se frenaba la baja de impuestos incluida en la reforma tributaria y no se recomponía la alícuota de retenciones a las exportaciones que se había licuado con el salto del dólar post PASO. El proyecto también incluía la decisión de desdoblar fiscalmente el tipo de cambio, manteniendo el cepo y aplicando un impuesto a la compra de dólares y al turismo, no tanto con fines fiscales sino para asegurar que la venta de dólares del BCRA sea acotada.
Detrás de la señal fiscal, se suponía venía la negociación de la deuda que iba a descomprimir la presión sobre un BCRA que seguía pagando vencimientos de dólares con reservas y de pesos con emisión monetaria. Y también se suponía venía la negociación política que iba a permitir acotar la inercia contractual en paritarias y otros contratos privados que impactan sobre costos y consecuentemente sobre los precios en una economía cerrada cuya industria opera con un 40% de capacidad ociosa.
El BCRA se empezó a mover como si esta hoja de ruta estuviera resuelta, bajando cada vez más agresivamente la tasa de interés de política monetaria desde el exagerado 63% de arranque al 38% actual, llevando la tasa de plazos fijos por debajo del 30%, distorsionando la paridad con la dinámica del dólar oficial y de la brecha.
Pero lo que parecía una hoja de ruta se empezó a desdibujar con el desprolijo y demorado manejo de la deuda. La ley de sustentabilidad de la deuda se envió al Congreso recién el 21 de enero, cuando para entonces ya empezaban a aparecer los primeros dos frentes de conflicto: el vencimiento del bono de la provincia de Buenos Aires y el del bono dual del Tesoro a principios de febrero. El errático manejo en ambos casos se dio en simultáneo a un cambio en el discurso que viró desde la lógica necesidad de descomprimir el corto plazo para evitar el default “el Reperfilamiento a la Uruguaya” a la necesidad de que los acreedores privados realicen una “contribución apreciable” para asegurar la “sostenibilidad”, con el FMI y el Papa avalando la reestructuración a privados.
Si la lógica era ir a una negociación larga y agresiva de la deuda en dólares, no haber reperfilado la deuda en pesos cuando los bonos cotizaban con paridades de 30% fue un grave error. Y la curva de aprendizaje de la Secretaría de Finanzas intentando construir una curva de pesos a las paridades actuales (entre 65% y 80%), apelando a que los institucionales acorralados acepten quitas a valor presente mientras amenazan a los free riders que quieran cobrar, corre el riesgo de chocar si no se arregla rápido la deuda de dólares teniendo en cuenta la montaña de vencimientos de los próximos meses y el incentivo a los bancos para que integren encajes con estos bonos.
La exagerada preocupación por la sostenibilidad cuando el problema no está en los stocks sino en los flujos, pone en riesgo una negociación que requiere conseguir mayorías. El mensaje de que no hay lugar para la corrección fiscal mientras se esconde y comienza a desmontar el ajuste recorrido de los primeros días de gestión, empieza a abrir escenarios que chocan con las necesidades de la política de arreglar para estabilizar la economía.
Pero además se abren nuevos frentes.
El frente externo donde la violenta corrección de los mercados frente al pánico que genera la expansión del coronavirus lleva la tasa de interés a 10 años de los Bonos Americanos a un inéditamente bajo 0,5%, lo cual es un arma de doble filo. Por un lado, pone en ridículo el riesgo de default para un país donde la deuda relevante (mercado más organismos) alcanza al 55% de un PIB devaluado. Por otro, reduce enormemente el costo de oportunidad de los tenedores de bonos para litigar contra el Estado argentino si la oferta no les resulta atractiva. Y en el medio con la disparada del riesgo país a 2800 puntos básicos, sube la tasa de descuento para calcular la oferta y con ella cae su precio.
El frente interno, donde la contradicción entre impulsar las exportaciones y abastecer el mercado doméstico que maneja la coalición gobernante vuelve a aflorar. La palabra clave pasa a ser el “autocontrol” frente a la amenaza de regulaciones directas en prácticamente todos los sectores. En el medio, una economía que no termina de reactivar, y un deterioro fiscal en los primeros meses del año que lleva al gobierno a dar una nueva vuelta de tuerca sobre la presión fiscal. La corrección de la alícuota licuada de retenciones en diciembre era correcta, los 3 p.p. adicionales parecen una provocación que empieza a escalar, con el recuerdo fresco de lo que fue la 125. El freno a la ley de Conocimiento y las idas y vueltas en el discurso en torno al esquema tarifario tampoco ayudan. La caída en el precio del petróleo a 32 dólares el barril, alivia la presión inflacionaria, pero en simultáneo es una traba para el desarrollo de vaca muerta.
El Plan B, si falla el Plan A que en palabras del Presidente es “arreglar la deuda y empezar a crecer”, complica y no poco la magra normalización que empezaba a reflejar la actividad y la inflación. Y ciertamente desordena la política dentro de una coalición de Gobierno particularmente diversa.
Paradójicamente, la política se preocupa ahora por la sostenibilidad cuando los grados de libertad no están y se corren serios riesgos de chocar la economía en el corto plazo. Jorge Asís patentó la idea de que el Kirchnerismo iba a chocar la calesita, lo cual era una gran ironía porque las calesitas no chocan. Cambiemos, al agregarle apalancamiento a la economía, convirtió la calesita en una montaña rusa que se accidentó con el corte violento del crédito en 2018. Para los que fueron a Universal en Orlando, el juego actual con la radicalización del manejo de la deuda en un mundo particularmente incierto parece más bien “Mr Doom”, donde la caída libre frenada a tiempo termina con aplausos. Está en la política encarrilar la negociación para que los resortes sigan funcionando.