¿Negociamos o quemamos las naves?

Cuando se publique esta nota ya habrán pasado 112 días desde la elección presidencial y 190 días desde el resultado de las PASO que terminó por destruir el “atado con alambre” programa financiero.

Más de medio año donde: primero la falta de cooperación en una elección polarizada in extremis, una vez definido el resultado el 27 de octubre, la costosa falta de transición de los cuadros técnicos escondida detrás del histórico traspaso del bando, y desde el 10 de diciembre, un intento de estabilización que arrancó con una contundente señal fiscal que quedó atrapada en una dilación en la negociación de la deuda, ponen en riesgo el margen de maniobra para encarrilar la economía.

Alejar a la economía del default es condición necesaria para evitar un nuevo cimbronazo. Sin reservas suficientes para seguir pagando, y con un 50% de la deuda que flota en el mercado con legislación extranjera sujeta a los tribunales internacionales, evitar el default implica llegar a un acuerdo con los bonistas para conseguir las mayorías establecidas en las Cláusulas de Acción Colectiva (CAC) que permitan un canje exitoso.

Con paridades de los bonos entre 40% y 50% hay mucho margen para llegar a un acuerdo que descomprima el frente financiero, pero ese margen se empieza a diluir cuando lo que debería ser una negociación empieza a ser impuesto por el Gobierno como una condición agresiva ex ante aplaudida por la política.

El mensaje del ministro de Economía en el Congreso y el incluido en el comunicado oficial publicado junto al reperfilamiento compulsivo del AF20 (bono dual) la semana pasada: “el Gobierno no va a aceptar que la sociedad argentina quede rehén de los mercados financieros internacionales, ni va a favorecer la especulación por sobre el beneficio de la gente” auguran una negociación dura que, a menos que resulte en una pirueta similar a la que dio la Provincia de Buenos Aires con la amenaza de default no concretada, no se condice con la necesidad de llegar a un acuerdo en los tiempos establecidos en el ajustado cronograma que en el imaginario del Gobierno concluye el 31 de marzo con la “aceptación de la oferta”. Justo antes del vencimiento de intereses de los bonos Globales a fines de abril, los bonos emitidos por Macri para pagarles a los “buitres”.

Sobre todo, cuando además en la negociación se incluyó al FMI —que convalida una quita importante en la deuda privada —, mientras en simultáneo la propia vicepresidenta le pide al organismo desde Cuba no sólo una reprogramación de los vencimientos concentrados en 2022 y 2023, sino también una quita del capital.

Pero además, si la estrategia del Gobierno era ir a una negociación dura de la deuda en dólares con legislación internacional —para apuntalar la sustentabilidad — que iba a llevar tiempo, no haber despejado los vencimientos de pesos y haber impulsado una duplicación y hasta triplicación de los precios de estos bonos durante enero con la contundente señal del BCRA y de Hacienda de que los pesos se pagaban, fue un grave error. Vale recordar que la deuda con legislación internacional representaba sólo el 15% de los US$32.000 millones que vencen en 2020 y que los vencimientos de pesos eran más de la mitad.

Hasta junio —sin contar las tenencias intra sector público — vencen $850.000 millones, de los cuales sólo $113.000 millones corresponden al reperfilado compulsivamente bono dual de la semana pasada para evitar que su monetización disparara la brecha cambiaria. Y la licitación del miércoles de Lebad suscripta en sólo un 64% sin participación de los privados, muestra que el mercado de pesos acorralados bajo la posibilidad de optar entre un roll over “voluntario” (pagando una tasa por debajo de la del mercado por sobre el indexador) o compulsivo (sin pagar tasa alguna) no luce una estrategia compatible con una economía normal. Es cierto que no haber monetizado el vencimiento estabilizó en el corto plazo la brecha cambiaria. Pero no es evidente que esto se sostenga si no hay solución a la deuda de dólares, y mucho menos si se pretende impulsar el crédito vía un BCRA que sigue manejando la política monetaria como si el resto del programa estuviera encarrilado. La baja en la tasa Leliq del jueves (de 48% a 44%) en la misma semana que se reperfilan compulsivamente los bonos en pesos es por lo pronto contraintuitiva.

Muchas manos en un plato hacen mucho garabato, dice el refrán. Y acá empieza a ocurrir lo mismo. La lectura de que la política no se puede permitir un default, y que lo que estamos viendo es una puesta en escena para mantener los precios de los bonos en niveles que permitan un acuerdo bajo la amenaza de “arreglen, si no vengo yo”, empieza a quedar tamizada por las dudas que generan estos movimientos dignos de una comedia de enredos cuyo final aún no conocemos. Todavía están negociando duro, esperemos no quemen las naves. El pragmatismo, la capacidad de gestión y de negociación que hasta ahora no estuvieron son indispensables para intentar encarrilar la economía.