Hay que parar la pelota

El Gobierno apostó a la reelección y perdió. El problema es que esta apuesta tenía un elevado riesgo, no sólo para el que tomaba la apuesta, sino también para la dinámica de la economía argentina en la transición, en un contexto donde el mercado partía de una visión binaria sobre ambos extremos de la polarización.

Esto último quedó demostrado con la reacción del mercado reflejada en un desplome de los precios de los bonos y de las acciones en dólares, respectivamente entre 32% y 45%, y en una suba de 22% en el valor del dólar. El dólar mayorista saltó a $56 después de que el BCRA vendiera US$250 millones, el Tesoro US$120 millones y la tasa de interés de las Leliqs subiera a 75%, 100% en términos anualizados.

El problema es que con un resultado 47 a 32 en las PASO, tenemos un Presidente en funciones que es un “pato rengo” y un candidato validado que, con los números obtenidos el domingo pasado, ganaría cómodamente en primera vuelta, pero recién a fines de octubre.

El riesgo de las PASO que nadie previó era un vacío de gobernabilidad y acá estamos. Pero este se combina con una dinámica financiera que pone en riesgo el principal legado del gobierno de Macri que consistía en romper la lógica por la cual, desde la vuelta a la Democracia ningún gobierno no peronista terminaba un mandato.

En vez de tomar nota respecto al mensaje de las urnas que no validó las encuestas que compraba el mercado ni el Big Data, y apuntar a encontrar mecanismos que apunten a ordenar una transición complicada por la dinámica financiera, el Presidente redobló la apuesta para ganar las elecciones en octubre. En el mensaje luego de la derrota vuelve a buscar la confrontación y usar el “pánico” que reflejan los precios del mercado como mecanismo para apuntar a este objetivo, aun cuando esto agudiza la inestabilidad y complica el margen de acción hacia adelante.

Con el bono que vence en octubre de 2020 rindiendo 60% en dólares y las Lecaps en pesos 180%, el refinanciamiento de la deuda corta concentrada en los próximos meses luce muy complicado, y el financiamiento del FMI está siendo utilizado en la transición para sostener el mercado cambiario. El Tesoro sigue vendiendo los US$60 millones diarios que le habilitó al FMI suponiendo el refinanciamiento del 46% de las Letes y Lecaps que flotan en el mercado.

Si a esto se suma la parálisis de la economía que vendrá detrás del salto cambiario y la sobrerreacción de las tasas de interés, la consolidación fiscal prometida también entra en juego.

Ambas dinámicas condicionan el programa monetario, cuya rigidez sigue compitiendo contra una aceleración inflacionaria asociada otra vez al salto cambiario. Lejos del número debajo de 2% con que soñaba el Gobierno apenas veinte días atrás, la inflación de agosto puede volver a reflejar un registro parecido al 7% de un año atrás. De hecho, en lo inmediato, y al igual que lo ocurrido cuando el dólar saltó de $30 a $40 en agosto pasado, las empresas frenaron las ventas frente al riesgo de descapitalización, dada la dinámica cambiaria.

Urge parar la pelota y encontrar algún mecanismo de cooperación que evite daños mayores a la economía. Y acá la principal responsabilidad queda en manos de la actual gestión.

En 2015, la imagen fue la negativa de la ex presidenta de pasarle el bando al presidente electo. En 2019, la opción de la polarización sostenida después de una derrota como la del domingo pasado en una economía con libre movilidad de capitales y un mercado bajándole el pulgar al país,está terminando por convertir en sistémica una dinámica que hasta ahora no lo era.

Era difícil llegar hasta acá, sobre todo con el enorme aval del FMI a la Argentina. Todavía hay tiempo para intentar una transición no tan desordenada, que a diferencia de experiencia del gobierno de Alfonsín en 1989 cuando el peronismo jugó claramente en contra o la de De la Rua en 2001 cuando el FMI cortó el financiamiento al país, hoy parece autoinfligida.