El salto cambiario de principios de año generó un nuevo escalón en la tasa de inflación, que pasó de ubicarse en el veintipico de los últimos siete años, con excepción del 2009 cuando se redujo al 15%, al treinta y pico con que cerraría 2014 según nuestra medición. Sin embargo, este no es necesariamente el ritmo de inflación para adelante, dado que desde mediados de año, el BCRA volvió a usar (y seguramente seguirá usando en los meses que restan de gestión) el dólar como ancla y eso permitió moderar sensiblemente el ritmo de aumento de los precios.
En efecto, lejos del casi 4% mensual (60% anualizado) de diciembre-febrero, en los últimos tres meses el aumento en los precios se estacionó en la zona del 1,8% mensual (25% anualizado), y las proyecciones para 2015 apuntan a un rango más parecido a este último en un contexto donde el dólar seguirá funcionando como semi-ancla, no se esperan recomposiciones tarifarias significativas, las paritarias cerrarían en torno al 30/35% y la caída en los precios del petróleo da margen para evitar nuevas subas en las Naftas o incluso plantear alguna caída simbólica. La capacidad de la política para abrir la cuenta capital (con o sin acuerdo con los holdouts convalidando tasas altas) y su impacto sobre la brecha cambiaria será determinante para medir la efectividad de esta estrategia.
Evidentemente, el abuso del ancla cambiaria no resulta una solución de largo plazo, como quedó demostrado varias veces en la historia Argentina, pero con el manejo del “cepo” la preocupación por la sustentabilidad no pareciera entrar en la agenda de la política en el año electoral. A partir de 2016, con un horizonte más largo, se deberá encarar un plan consistente para bajar la nominalidad de la economía en paralelo al intento de empezar a realinear la distorsión de precios relativos, ordenar el presupuesto y desarmar los controles cambiarios.