A más de siete años del estallido de la crisis sub-prime, y a pesar de la enorme intervención monetaria de los Bancos Centrales, el mundo desarrollado continúa más preocupado por la actividad y el riesgo de deflación, que por la inflación. Cuatro factores explican esta situación…
1) Entre los factores coyunturales, el escenario de fortalecimiento global del Dólar y la corrección de los precios de las materias primas –en un mundo donde el precio del petróleo corrigió a la baja en torno a un 35% desde junio- agudiza las “presiones deflacionarias”, estirando el escenario de tasas bajas en el Mundo Desarrollado y estabilizando los desequilibrios fiscales y externos de las economías importadoras netas de petróleo (Turquía, India, Indonesia).
2) Desde el lado de la demanda global, los altos niveles de deuda pública y privada heredados de la burbuja financiera -y su salida- limitan la recuperación del crédito y del comercio. Frente a este contexto, los Bancos Centrales del Mundo Desarrollado se ven obligados a mantener tasas de interés muy bajas para acelerar el proceso de recomposición de la riqueza de los hogares vía la reflación de los activos financieros (acciones) y reales (inmuebles). Desde el lado de las finanzas públicas, el escenario de tasas bajas de los Bancos Centrales ayuda a estabilizar el ratio de la deuda pública en relación al PBI –luego del salto abrupto asociado a las políticas keynesianas anti-cíclicas- en un contexto de crecimiento lento del PBI nominal (crecimiento real e inflación).
3) Desde el lado de la oferta global, los factores de histéresis asociados al aumento en el desempleo de largo plazo y a la caída de la tasa de participación de la oferta de trabajo (i.e. empleados más desempleados) en relación a la población urbana total, impactan sobre la ralentización de la productividad laboral y el crecimiento del PBI potencial. En USA, los desempleados de largo plazo (i.e. aquellas personas que permanecen desempleadas por un período mayor o igual a 27 semanas) se ubica en un nivel de 30% del total de desempleados, frente a un nivel pre crisis de 18%. Por otro lado, la tasa de actividad (empleados más desempleados en relación a la población urbana mayor a 14 años) pasó desde un nivel de 67% antes de la crisis al 62,8% actual. Y si bien el grueso de esta caída estaría determinada por factores estructurales (i.e. el retiro de la generación de baby boomers de la oferta de trabajo), una parte de la caída de la tasa de participación estaría asociada al incremento de los “desempleados desanimados”. Es decir, aquellas personas que dejaron de buscar empleo luego de estar en el proceso de búsqueda por un tiempo extendido y que no son contabilizadas como desempleados, y por lo tanto, no forman parte de la población económicamente activa (i.e. empleados más desempleados). Según la Oficina de Estadísticas de Empleo de USA, este grupo alcanza un nivel de 2,2 millones de personas, con lo cual, si se ajusta el nivel de desempleo por esta medida de “desempleados desanimados”, la tasa de desempleo corregida pasaría del 5,8% actual al 7,1%.
4) Por último, la productividad laboral viene creciendo a mitad de camino en comparación con la dinámica pre crisis: en EE.UU., el crecimiento de la productividad laboral pasó desde un ritmo de crecimiento promedio de 2,3% interanual en el período 2000/2010 a un crecimiento promedio del 1% interanual. Evidentemente, la contrapartida del escenario de menor crecimiento de la productividad laboral y de la oferta de trabajo es un menor crecimiento del PBI potencial de largo plazo de las economías. De todos modos, este escenario de menor crecimiento potencial hacia adelante no es para siempre en el tiempo. Al final de cuentas, el menor crecimiento de la inversión ha sido la resultante del debilitamiento del consumo a partir del deterioro de la distribución del ingreso en un mundo donde los salarios tenían un techo frente a la aparición en la escena global de la industria del sudeste asiático impulsada por un modelo de desarrollo con salarios muy bajos en dólares (i.e. tipo de cambio alto). Frente a este contexto, la política del mundo desarrollado encontró en el endeudamiento y en la formación de “burbujas” financieras, una fuente de dinamismo del crecimiento económico para amortiguar el debilitamiento de los ingresos. Este modelo de crecimiento del Mundo Desarrollado resultó insostenible en el tiempo una vez que la suba de la tasa de interés “pinchó” la burbuja de los activos financieros, dejando descalzada la deuda financiera: Japón en los noventa, la crisis financiera de las “puntocom” en 2001, la crisis sub-prime en 2007/9 y la crisis europea de 2011/2012.
Hacia adelante, si no se quiere terminar en un nuevo ciclo de crecimiento con “burbuja” financiera, el aumento del producto potencial debería depender de la dinámica de la productividad laboral y en definitiva en la capacidad de las economías desarrolladas para incentivar la innovación y el aumento de la inversión productiva. En el mientras tanto, los Bancos Centrales del Mundo Desarrollado tienen margen –y no poco- para extender el escenario de tasas bajas en consistencia con un nuevo equilibrio de tasas de interés más bajas que en el período pre crisis, amortiguando la ralentización del comercio global derivada de las vulnerabilidades estructurales de la economía real. Nada mal para un mundo emergente que todavía tiene una agenda pendiente: virar del modelo populista de atraso cambiario que le permitió llegar en “tren bala” al pleno empleo, hacia un proceso de inversión sostenido en el tiempo que le permita acoplarse de una vez por todas al “tren lechero” del desarrollo económico.