Tercera posición

El candidato ya no es el proyecto. El ordenamiento inducido por el Poder Ejecutivo borró del mapa electoral oficialista las opciones sedicentes profundizadoras. Los números de las encuestadoras, junto a la inestimable calma de las variables macroeconómicas, permiten presumir, salvo cataclismos inesperados, un muy probable triunfo oficialista, lo que organiza las opciones a la hora de imaginar el futuro modelo económico. Las opciones son dos, una relativamente desconocida, la de Florencio Randazzo, quien jura continuidad pero de quien se desconocen sus economistas de cabecera y propuestas, salvo el loable énfasis en infraestructura, y la de Daniel Scioli, de quien no sólo se conocen sus procesos de toma de decisiones ejecutivas, sino sus gustos económicos y sus “economistas”, desde el politólogo Gustavo Marangoni al ex histórico del FMI Mario Blejer, personajes en los antípodas del actual equipo económico. Scioli es además el oficialista preferido del establishment local e internacional. Su estilo consensual y optimista ilusiona a las corporaciones, quienes imaginan un futuro en el que serán menos confrontadas e interpeladas. Entre ellas, los grupos mediáticos que añoran el volumen de la pauta oficial del que alguna vez disfrutaron. Las alternativas opositoras, en tanto, oscilan entre el neoliberalismio puro y duro y otro con matices.

El mundo emergente es desesperanzador, conduce inevitablemente a la idea de retroceso del campo popular. Es posible que esta desesperanza tenga su raíz en la sobredeterminación del rol de los candidatos. La analogía es con la férrea conducción de CFK, lo que lleva a pensar que, en un régimen presidencialista, inevitablemente sucederá lo mismo con el próximo titular del Ejecutivo. Sin embargo, es posible imaginar un cuadro más alentador si se escucha a los economistas ligados a Scioli menos exaltados, como por ejemplo Miguel Bein, y si a ello se le suma el contrapeso que ejercería el llamado “núcleo duro” kirchnerista, un apreciable tercio del electorado que tendrá expresión en el legislativo y en no pocos funcionarios.

Los puntos de partida para el análisis son dos. Cualquier próximo gobierno encontrará un escenario global menos favorable, con menores precios de los productos de exportación, lo que reforzará la continuidad de la escasez de divisas, con un riesgo cierto de déficit en la cuenta corriente del balance de pagos, el principal límite para el crecimiento del PIB. La pregunta ordenadora para cualquier curso de acción de una nueva administración es cómo se administrará esta “restricción externa”. Como ya enseñaron los grandes macroeconomistas locales, el combate combina tres elementos: aumento de las exportaciones, sustitución de importaciones y endeudamiento externo. Aunque cualquiera de estos tres componentes pueden asumir formas muy diferentes, hasta aquí no hay magia ni complejidades, son relaciones contables: Por equis razones faltan dólares y es necesario conseguirlos, reducir su demanda o ambas cosas.

La estrategia de administración de la restricción externa del neoliberalismo es la más simple: abrir la economía, “sincerar” las variables y tomar toda la deuda que sea posible aprovechando el desendeudamiento. Juran que a pesar de ello no habría devaluación ni inflación porque ipso facto los mercados quedarían encantados por un shock de confianza, lo que a su vez bajaría tasas y alentaría la inversión disparando la producción. En paralelo, liberadas del yugo de las retenciones, y como si se tratase de una decisión endógena, las exportaciones explotarían. En síntesis, la vieja sarasa repetida durante años por la ortodoxia y ya aplicada con resultados conocidos.

Aunque por estilo y amistades se afirme que los tres candidatos que ocupan los primeros lugares en las preferencias según las encuestadoras “son lo mismo”, no parece ser este el plan económico que aplicaría un eventual gobierno de Daniel Scioli. Al menos no si se escucha a su consejero menos ortodoxo. Empezando por lo negativo, Bein es un consultor fuertemente ligado al sector financiero que supone vital algún tipo de negociación con los fondos buitre. Si bien matiza que el arreglo no tendría efectos inmediatos en materia de baja de tasas, lo considera un paso necesario para un futuro “más normal” en la relación con el establishment financiero global. Sin embargo, esto no es lo que más le preocupa. Cree que con la estabilización de las variables el gobierno, después del tumultuoso 2014, regresó a lo que describe como políticas de impulso de la demanda con retraso cambiario más aumentos de salarios por encima de la inflación: el resultado final de las paritarias de este año. El dólar funcionaría así como un “ancla cambiaria” contra la inflación, lo que si bien tiene resultados positivos en el corto plazo, lo que queda de 2015, generará problemas en el largo: al próximo gobierno. La razón: la acumulación de tensiones cambiarias en un escenario de escases de divisas.

El riesgo, a su juicio, es que a pesar de la restricción la demanda podría continuar sosteniéndose por varios años sobre la base del endeudamiento externo, es decir sin necesidad del ajuste neoliberal clásico. Su propuesta, que bien podría ser el camino de Scioli, no parece muy distinta al espíritu oficialista. En sus palabras debe persistirse en “organizar un proceso de crecimiento sostenido a partir de los altos niveles de los cuales se parte, sin apelar al aumento desmedido de la deuda como mecanismo de financiamiento de largo plazo, sino como mecanismo de corto plazo para financiar la inversión en infraestructura y en sectores generadores de divisas, que son los que en definitiva van a permitir abastecer de dólares al entramado energético, industrial y de servicios. Dicho de otro modo, avanzar hacia el desarrollo requiere encontrar una solución superadora del modelo de stop and go, y del “remedio” neoliberal de los ’90.

El camino no sería “un ajuste brusco que primero libere todos los controles y dejar que la economía ajuste sola a los nuevos precios relativos, aunque tampoco se puede proponer mejorar el entramado industrial aumentando más la protección y los precios internos desde niveles muy altos en un contexto donde el dólar se fortaleció y nuestros precios de exportación cayeron”, sino “ir buscando un equilibrio entre competitividad, política fiscal activa y tasa de interés que permita financiar este proceso en forma sostenida vía un aumento de la inversión financiada a mediano plazo con ahorro doméstico”.

La agenda de política económica, según Bein, debería resolver:

– Los problemas de competitividad, “bajando aquellos subsidios mal direccionados y las retenciones dañinas, y aumentando y pagando en tiempo y forma los reintegros a la exportación y el IVA a los exportadores”.

– El problema de que el desequilibrio fiscal se cubra con financiamiento del BCRA en vez de con financiamiento externo, lo que supone también reducir “gradualmente” el déficit.

– El problema de “las elevadas tasas de interés que devengan la deuda pública y privada en un mundo de tasas cercanas a cero”.

– El problema de la moneda local como reserva de valor, lo que supone seguir de cerca la tasa de interés para los ahorros en pesos. Resolver este problema permitiría “extender un mercado de crédito local que financie la inversión y, fundamentalmente, para no atar la performance de la economía a los vaivenes de los mercados internacionales”.

Aunque los objetivos son los mismos, las políticas son distintas.