“Yo estuve en la silla eléctrica”, dice el economista Miguel Bein. Se refiere a los casi quince meses durante los cuales se desempeñó como secretario de Programación Económica del gobierno aliancista de Fernando de la Rúa, entre diciembre de 1999 y febrero de 2001. “Eran otros tiempos”, recuerda. “Estábamos todos colgados del travesaño, porque no había dólares.” Hoy, casi una década después, sus pronósticos suenan muy distinto. Desde su oficina de la consultora Bein & Asociados, enclavada en el corazón de la City porteña y consultada cada vez más por políticos, empresarios, periodistas, asegura: “La economía seguirá creciendo y la Argentina estará en condiciones de alcanzar el pleno empleo, cuando finalice este gobierno”. – En el primer trimestre del año hubo un récord histórico de patentamientos de autos. El boom de las cuotas sin intereses, que empezó con los productos tecnológicos, está contagiando a otros sectores. Y con cada fin de semana largo hay un aluvión turístico. Todo esto sucede mientras hay polémica por el precio de los alimentos. ¿Qué cree que está pasando? – Lo que pasa es que la economía está creciendo fuerte. Eso no pasaba hace seis meses, pero se veía venir. El año pasado, la Argentina atravesó una tormenta perfecta: pasó por el peor año de la historia del capitalismo moderno y la mayor sequía desde 1953. Eso le hizo creer a algunos que no habían hecho bien las cosas, que el país podía llegar a incumplir con los pagos de la deuda y llegar a necesitar una devaluación muy grande de su moneda. Nada de eso sucedió. Se derrumbaron las exportaciones, pero también las importaciones. Cuando el superávit continuó y los dólares siguieron ingresando se desinflaron las expectativas de devaluación y se cayeron las posibilidades de default. ¡Y encima, llovió! Tras la gran sequía tuvimos los diez meses de más lluvias de los últimos 25 años. El mundo se calmó y el comercio volvió. El turismo internacional, que había caído al 40 por ciento, se recuperó en todo el mundo. El planeta se alejó de la zona de pánico. – ¿Cuáles son sus cálculos de crecimiento? – El primer trimestre dará más del 5 por ciento de crecimiento interanual y el segundo, entre 7,5 y 8 por ciento. Vamos para un 6 por ciento al cabo de todo el año. – ¿Es una evaluación muy optimista? – Es que hay gente que le pone condimentos ideológicos a este panorama. A los que les molesta que el país crezca dicen que es “rebote”. Hay muchos discursos alrededor de la economía y lo que yo estoy haciendo es seguir la realidad de lo que está pasando. – ¿La tensión política distorsiona el contexto económico? – Los gobiernos se arrogan la representatividad del crecimiento económico y a veces sólo ayudan si no hacen un desastre. Para el Gobierno en 2009 no hubo recesión y este año no hay inflación. Y para la oposición el año pasado hubo recesión y desocupación y este año hay inflación. En ninguno de los dos discursos se reconocen las dos cosas que hay: crecimiento económico e inflación. – Además de lo que dicen el oficialismo y la oposición, respecto de la inflación, está el punto de vista de la CGT, que admite el alza de los precios pero les echa la culpa a los empresarios. ¿Qué piensa usted? – Inflación hay en todo el mundo, en Brasil y en otros países. En la Argentina hay una inflación promedio del 17 por ciento anual en los últimos tres años. Yo la llamo una inflación inercial: todo está atado a esa zona. Lo que hay es una pelota que rueda. Y hay muchas interpretaciones. Desde la izquierda dicen que hay que recomponer salarios y tienen razón. Pero desde la derecha se quejan porque llevan tres años de aumentos salariales al 19 por ciento y quieren trasladarlos a los precios. Hay una puja distributiva. –¿El precio de la carne puede bajar? – En épocas normales, un campo que tenía capacidad para criar 100 vacas, con la sequía se había achicado a 60 y con la lluvia se volvió a agrandar a 160. O sea que hoy tienen pasto gratis para engordar animales y no mandarlos a la faena hasta que no ganen kilos. Eso generó un shock de oferta fenomenal y el precio pegó un salto del 50 por ciento. Cuando lleguen las heladas aparecerá de nuevo la carne. – Entonces usted no considera que la inflación está en un espiral ascendente. – No la veo así. El tema de la carne produjo alguna aceleración, porque eso dio lugar a un aumento de los sustitutos. El peligro que tiene es si genera efectos de segunda ronda en las paritarias. A mí no me preocupa demasiado si hay una inflación del 17 o 18 por ciento, aunque está claro que es mejor que sea del 10 por ciento. También hay que prestar atención a la política fiscal, que ceba la bomba y genera decisiones de gasto que estimulan la demanda. Estuvo bien gastar más en 2009, cuando había una crisis mundial. Pero no estuvo bien hacerlo en 2007, cuando no había necesidad de incrementar el gasto. – ¿Para el 2010, cuál debe ser la receta? – Ahora todos se convirtieron en keynesianos y casi nadie leyó a Keynes. Todo el mundo sabe que Keynes decía que cuando hay recesión hay que hacer obra pública. Pero no decía que hay que expandir el gasto público todo el tiempo. Hay que hacerlo cuando el gasto privado se retrae por algún motivo. Este año el gasto privado está volviendo. ¿Quién está comprando los autos y los LCD? ¿Quién salió a colapsar las rutas en Semana Santa? Pero la recaudación creció un 17 por ciento en el primer trimestre y el gasto público, un 30. Lo que hay que hacer es lo que hace cualquier familia normal: el gasto debe crecer en línea con el crecimiento de la recaudación. – En la Argentina, cuando se habla de achicar el gasto, normalmente se habla de ajuste. – Cuando se habla de ajuste es cuando se dice que hay que congelar el gasto. Acá hubo un desajuste. En 2007, cuando la economía crecía al 8,5 por ciento, el Gobierno hizo crecer el gasto al 43, mientras la recaudación crecía un 34. Finalmente la Argentina se comió cuatro puntos del superávit fiscal en relación al PBI durante los últimos cuatro años. – ¿Tiene alguna recomendación al respecto? – Que el gasto crezca, pero menos que la recaudación. Al país le sirve eso, porque tiene un modelo y un equipo de gobierno al que los mercados de deuda de capitales no le gustan. Cuando uno no quiere usar la tarjeta de crédito tiene que tener ahorros. – Usted apoyó el uso de las reservas. ¿Hay un límite para ese recurso? – Estoy a favor de usar las reservas siempre y cuando haya un plan para recuperar el superávit fiscal, que se perdió entre 2007 y 2009. Porque si eso no pasa, y se empiezan a usar reservas para financiar déficit, se termina con una devaluación que le arruinará la vida a la gente de menos ingresos. Pero se podrían usar cuatro o cinco mil millones de dólares por año y no veo que eso genere problemas. –¿Por qué? – Hay quienes dicen que las reservas deberían ser usadas para atender la deuda social, con infraestructura y vivienda. Eso sería el principio del fin. Si se usan para construir rutas que no generan dólares, habrá demasiados pesos circulando y muy pocos dólares en el Central. Eso te define otro tipo de cambio y un salto cambiario. No tiene nada que ver con ajuste. Uno en política económica puede ser un poco más de izquierda, de centro o de derecha, pero no puede ser boludo. –¿Hay otra alternativa? – Hacer lo que hace Lula. Brasil nunca dejó de tener entre tres y cuatro puntos de déficit fiscal y emite deuda en el mercado. Vas a tener déficit y más vale que seas amigo del que te va a prestar la plata para financiarte. Dada la historia de la Argentina con la deuda, recomiendo lo que se hizo entre 2002 y 2003, alto superávit fiscal sin endeudamiento. – En este marco, ¿cómo se va a comportar el dólar? – Creo que va subir un poquito, muy poquito y manejado por el Banco Central. La conducción del Central está más cómoda con un dólar de 4,07 pesos que con un dólar alto. Y para el año que viene prevemos un dólar de 4,35. El dólar es ancla contra la inflación. Pero lo importante no es lo que van a hacer con él, la novedad es que se puede hacer algo. Hace diez años podrías haber dicho lo mismo y la realidad se te reía a carcajadas. Durante los últimos ocho años, la Argentina se convirtió en un país al que le sobran dólares y eso le pasa por primera vez desde 1930. – ¿Cómo hay que aprovechar el envión? – La Argentina, con dólares de sobra y sin restricciones externas, puede llegar al pleno empleo. Es una extraordinaria novedad. El año que viene, cuando termine este gobierno, sea cual fuere el que le siga, vamos a llegar prácticamente al pleno empleo. Una tasa de desocupación del 7 por ciento, en la Argentina, es pleno empleo. Después está la agenda del largo plazo, una agenda del desarrollo, que plantea el desafío de crecer al 5 por ciento anual durante 20 años. – Eduardo Duhalde dice que la inversión no viene a la Argentina. – Son las estupideces que se dicen. La inversión podría venir mucho más y también mucho menos. Hoy tenemos una tasa de inversión de casi 20 puntos del PBI. Vaya al campo y pregúntele a un chacarero si compró alguna maquinaria agrícola. Este año compró y el año pasado no. Uno es cauto con la Argentina, porque es un país propenso a romper contratos, pero ahora tiene una tasa de inversión igual o más alta que Brasil. Es un país difícil, pero se gana plata. – ¿La oposición tiene un plan económico? – No. Creo que la Argentina tiene un problema. A este gobierno le gusta gastar, su plan económico es maximizar el gasto sin entrar en default. Y el plan de la oposición es el mismo. La diferencia es que quiere tener la chequera. La regla de que el gasto tiene que crecer tres o cuatro puntos menos que la recaudación la seguimos unos pocos tarados. Nadie está pensando en un plan fiscal para desendeudar al país. No habrá grandes cambios sino una pelea política por los fondos. – ¿Cuál será el rol de China en el desarrollo económico argentino? Hubo un incidente con el aceite y todos entraron en pánico. – ¡Acá entran en pánico por cualquier cosa! Este es un país de cagones importantes y, como todo atraviesa el filtro de la política, cualquier noticia se pasa por un amplificador. La opinión pública está excitada con cosas que son buenas pero no tan relevantes y cosas que son negativas pero no tan desastrosas. Los chinos van a consumir una enorme cantidad de soja. Y la soja sirve para que la Argentina tenga dólares. – ¿El Banco Central debe tener un papel más preponderante? – Hoy está haciendo lo correcto. No hay que plantearse ninguna épica desde el Central. – ¿Volvería a la función pública? – Estuve en la silla eléctrica porque nosotros administramos un país al que le faltaban dólares. La tonelada de soja valía 120 dólares y no 340, como ahora. Estábamos todos colgados del travesaño. Y, como diría el Bambino Veira, pusimos un micro en el arco y la pelota entró por la ventana. Preferiría no volver a ella. Además, hay que tener mucha paciencia y yo no soporto escuchar tonterías. – ¿Cuál es la tontería más grande que escuchó últimamente? – Que la Argentina no podía crecer este año porque la inseguridad jurídica hacía que no hubiera condiciones para invertir. La lluvia le pasó por arriba a quien dijo eso, porque generó un shock de inversión. Ahora hay muchos economistas que hacen política partidaria y pierden libertad a la hora de opinar. |