Con la inflación bordeando el dígito por arriba, la discusión salarial vuelve a estar en el centro de la escena. Los sindicatos aducen que los aumentos salariales no son directamente inflacionarios sino que sólo apuntan a recuperar en parte la participación en el ingreso que perdieron con la devaluación, trayectoria que hasta ahora se dio fundamentalmente vía cantidades. Desde el sector empresario se hace hincapié en el riesgo que implica una suba en los salarios por encima de la inflación minorista a instancias de no agotar la rentabilidad que aún manejan y que en más de un sector estaría a punto de colapsar poniendo en riesgo las cantidades si no se permite trasladar esta a precios. La discusión está directamente relacionada con la presión sobre el tipo de cambio real.Unos piden aumentos del 20% mientras que en el otro extremo apuntan a una suba en torno a 10%. Desde el discurso oficial se insiste en que no se va a mediar en la puja distributiva y que no habrá cómo el año pasado una pauta salarial, sino que se tomarán en cuenta las diferencias sectoriales. Pero al mismo tiempo actúan como moderador reduciendo la carga del Impuesto a las Ganancias vía una suba del mínimo no imponible y pidiendo prudencia en los resultados. Saben que en medio de acuerdos de precios que comienzan a perder efectividad, contener la presión salarial pasa a ser un objetivo prioritario a pesar del rédito político que al menos en el corto plazo podrían lograr con una pauta salarial mayor. Tampoco es despreciable el impacto sobre las cuentas públicas que podría tener un desborde de la pauta salarial, precisamente el “éxito” de la devaluación consistió en bajar en términos reales el gasto público inflexible a la baja. Ahora bien la discusión relevante no es si los salarios son o no inflacionarios, sino más bien si los aumentos alcanzados aceleran o desaceleran el aumento en los precios internos. Según la teoría, en una situación de equilibrio todo aumento en los salarios no convalidado en subas de productividad se traslada a mayores precios al menos por la participación que estos tienen en el producto. Pero es claro que la situación actual dista mucho de una situación de equilibrio, a pesar de la importante normalización que evidencian las variables reales y el ajuste de precios relativos que se viene dando en los últimos años, los salarios en dólares que se pagan en Argentina son mucho más bajos de los que se perciben en economías con niveles de productividad semejante, por lo que son esperables aumentos reales por encima de la productividad. Pero además, un aumento de los salarios entre 3 y 4 p.p. menor al 19% obtenido en la negociación colectiva en 2006 como el que se alcanzaría en 2007 sería óptimo desde el punto de vista de las expectativas inflacionarias, ya que en términos agregados estaría compensado por un aumento en la productividad Con una economía creciendo 8,3%, una elasticidad empleo-producto similar a la de un año atrás compatible con un aumento del empleo de 4,5%, un aumento en los salarios de 15% y un deflactor en torno a 11%, la distribución del ingreso se tornaría medianamente estable. Es más, una pauta salarial menor, como la que proponen los empresarios debiera tornarse incluso contractiva. El análisis agregado no tiene en cuenta las importantes diferencias sectoriales en términos de crecimiento nominal (precios y cantidades) y distribución del ingreso (Superávit Bruto de Explotación y Salarios). Aquí entra en juego si el aumento en los salarios impacta sobre los precios vía costos o vía demanda. Es claro que, en un contexto donde el PIB tiende a su nivel potencial, las empresas comienzan a tener menor capacidad para aumentar su producción, reduciendo los costos fijos por unidad de producto. Sin embargo, con excepción de los sectores energéticos (que merecen una discusión aparte), las principales rigideces de la economía se verifican en sectores productores de transables, en los que los precios no se fijan internamente. De este modo, un aumento en los costos salariales sería reabsorbido vía una reducción de los márgenes empresarios y probablemente algunos sectores remplacen producción local por importada. Aquí no ha ayudado, en lo que a inflación se refiere, el fuerte aumento que registraron los precios de los commodities en el último año.Distinto es el caso de los sectores de bienes y servicios menos transables o que coyunturalmente fueron menos transables al momento de la devaluación y cuyos precios ajustaron por debajo del promedio de la economía. Estos tienen altos incentivos a trasladar, cómo lo vienen haciendo la suba en los costos en un contexto donde el fuerte crecimiento de la demanda lo permite. El caso extremo es el de aquellos sectores en los que aumentos en los salarios son trasladados directamente a precios, como ocurre con la educación privada, las expensas y con otros servicios, básicamente asociados a la categoría ocupacional Cuenta Propia, en donde el salario y el margen son prácticamente lo mismo, y por ende, su traslado a precios es inmediato (Servicios Profesionales y Personales). De hecho esta es la trayectoria que refleja el IPC core, con aumentos en servicios que el último año alcanzaron a 17%, frente a bienes que lo hicieron sólo 7%.El truco para evitar una aceleración en la tasa de inflación consiste en moderar la trayectoria de los salarios acordando año a año aumentos nominales menores, algo que en 2007 parece razonable alcanzar pero que no es tan evidente en adelante en la medida que nos acerquemos al desempleo friccional. Precisamente, los convenios pierden efectividad como ancla inflacionaria cuando comienzan a hacer falta dos negociaciones colectivas por año en lugar de una, algo que podría ocurrir, y ojalá no ocurra, en septiembre de no converger las expectativas inflacionarias. * Economista y Directora Estudio Bein & Asociados. |