En los últimos tres meses hemos presenciado una situación inédita quienes vivimos en Argentina. El Banco Central convalidó desde principios de año una devaluación gradual del peso, con un aumento del dólar del 7,5% (23% desde junio) con una estabilidad inusual en la demanda de pesos y del sistema financiero, y con una reducción acelerada de las expectativas de devaluación. A diferencia de los dos episodios previos -mayo y octubre de 2008-, cuando los depósitos salieron de los bancos y la suba en la tasa de interés fue la que frenó la corrida pari passu una fuerte intervención del BCRA en el mercado spot y de futuros, esta vez, en medio de tasas de interés que prácticamente no aumentaron (la Tasa Badlar, que remunera los plazos fijos mayoristas, se ubica 12,3%), los depósitos se mantuvieron básicamente estables, aunque con un aumento en el grado de dolarización, que aún después de este movimiento sigue siendo menor al 19% del total de depósitos del sector privado. El ruido generado en las últimas dos semanas, con la decisión de adelantar las elecciones legislativas de octubre a junio, en conjunto con un nuevo capítulo en la saga de la pelea con el campo, empezó a generar una mayor presión sobre el tipo de cambio y un aumento en la incertidumbre respecto a lo que ocurrirá el día después, aunque las tasas implícitas en los futuros del dólar en Nueva York nunca volvieron a los niveles de 80% anual registrados en octubre y hoy, en medio del huracán, se ubican en torno a 35%. Esto se explica en parte porque el aumento en el ruido local se produce justo cuando empieza a haber señales bastante fuertes respecto a que la presión sobre el tipo de cambio en los países vecinos se modera, revirtiendo en parte las fuertes devaluaciones acumuladas desde septiembre pasado. Pero fundamentalmente porque, a diferencia de otras oportunidades, cuando Argentina enfrentaba este tipo de situaciones con un evidente atraso cambiario, hoy el tipo de cambio se encuentra cerca del equilibrio. Entendiendo éste como aquél que estabiliza las cuentas externas, partiendo de la base de que la suma de los resultados de las cuentas corrientes del Balance de Pagos a nivel global nunca puede ser distinta de cero. En 2009, a pesar de la caída en los precios de los commodities y de la sequía, Argentina se encamina a obtener un superávit comercial de US$8.500 millones y una cuenta corriente en torno a US$2.700 millones. De los distintos indicadores de tipo de cambio, se deduce algo similar. A pesar de la brusca devaluación del Real, hoy el tipo de cambio real bilateral con Brasil es el doble del que regía al final de la Convertibilidad, y el tipo de cambio real multilateral (utilizando una canasta de monedas y, al igual que en el caso anterior, nuestro relevamiento propio de inflación) es un 60% superior al vigente entonces. La comparación de los salarios en dólares, un indicador alternativo de competitividad, muestra algo similar. Actualmente el salario en dólares promedio de la economía es 15% más bajo que en 2001, mientras que en el mismo lapso aumentó 23% en USA y 75% en Brasil. Es decir, de los tres gustos del helado en los que descomponemos el tipo de cambio: el que equilibra la cuenta corriente, el que equilibra la cuenta capital a partir del contexto internacional y el que equilibra la cuenta capital a partir del aumento/disminución en la incertidumbre que genera la política, sólo este último está operando. En efecto, la presión cambiaria observada obedece exclusivamente a los movimientos espasmódicos en la cuenta capital de origen extra económico -pelea política, puja distributiva, inseguridad, hoja de ruta del Gobierno para la deuda pública, etc-. En este contexto, el accionar del BCRA para limitar la incertidumbre y evitar una sobrereacción del tipo de cambio, con el riesgo implícito sobre la estabilidad de la demanda de pesos, es necesario. Pero la intervención no debería limitarse al mercado cambiario, sino también operar a través de las tasas de interés, en un contexto donde la misma no ajusta ante bancos que se han protegido de la crisis generando un elevado colchón de liquidez (US$ 15.800 millones). Ahora bien, más allá del creciente clima de confrontación generado por la campaña política, el margen de maniobra de la política económica en los tres meses que siguen hasta las elecciones es elevado. En otras palabras, Argentina nunca cae en Mayo y Junio, los dos mejores meses del año en cuanto a la disponibilidad de recursos fiscales y divisas. En efecto, el período previo a las elecciones coincide con la mayor oferta de dólares en la economía derivada del sector externo (en mayo y junio la liquidación de exportaciones del agro es 38% más alta que el promedio del resto del año), en tanto del lado fiscal también coincide con la mejor estacionalidad de los recursos tributarios (en esos meses la recaudación es 20% más alta que el promedio), generando además un horizonte más corto de “gasto electoral”. Es esta estacionalidad la que va a permitir ayudar al BCRA a mantener el tipo de cambio relativamente estable hasta fines de junio ¿$/US$ 3,8?, compensando buena parte de la típica salida de capitales previa a todas y cada una de las elecciones nacionales. Una campaña corta, con la imposibilidad práctica de espiralizar la suba del Gasto público, permitiría eventualmente un mejor manejo de la macroeconomía para después de las elecciones; la vuelta al mercado internacional de capitales y/o al financiamiento de organismos multilaterales de crédito, más que relevante para disipar las dudas sobre la capacidad de pago de la deuda, podría realizarse cuatro meses antes de lo previsto en el calendario anterior. Con una economía mundial haciendo piso en julio-agosto –opinión que sigo manteniendo contra la corriente- son altas las probabilidades de volver a estabilizar la macroeconomía argentina y de volver a crecer. Nada mal, si consideramos la historia de crisis recurrentes con disrupción financiera que sufrió nuestro país cada siete años en los últimos 33. Hoy la política afecta más a las expectativas que la propia salud de la economía. Si al Gobierno le va razonablemente bien en las elecciones, los incentivos a mantener y mejorar los equilibrios macroeconómicos van a ser muy altos. Si le va mal, podría llegar a decidir en algún momento que no vale la pena perseverar en el esfuerzo e intentar compensar con tipo de cambio, la falta de una agenda para normalizar el crédito vía una mejor calidad institucional de la política económica. *Economista y Director de Estudio Bein & Asociados |