La salida de capitales que hoy enfrenta Argentina es la mayor de su historia. No hay nada positivo en esta afirmación sino fuera porque, a pesar de su veracidad, el sistema financiero sigue en pie, el gobierno sigue pagando los vencimientos de la deuda –previos “retoques” en los índices por los que indexa la deuda en moneda local – y por primera vez en 35 años estamos atravesando una recesión normal, aún en un mundo anormal. Como venimos sosteniendo, esto no es cosa de mandinga. Lo que ocurrió fue que, gracias a los avances tecnológicos en el agro, Argentina logró en los últimos 15 años más que duplicar su frontera agrícola, algo que no ocurría desde la conquista del desierto. Y esto es lo que, en conjunto y también impulsado por un set de precios extraordinariamente positivo, permitió generar la oferta de divisas suficiente para financiar semejante salida de capitales con un sector industrial que, a pesar del super dólar a la salida de la convertibilidad, siguió generando un déficit de comercio equivalente a dos veces el superávit de la balanza comercial. En 2008 el déficit de divisas de las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) alcanzó a US$26.000 millones. Es decir esta es la primera vez que la salida de capitales es ocasionada por factores originados en la política y no necesariamente por una economía a punto de descarrilar por inconsistencias macroeconómicas, que terminaban dejando sin Reservas al BCRA. Y esto, a pesar de que la salida se da en un mundo donde la explosión de la burbuja inmobiliaria generó un quiebre en el financiamiento global y una huida de los capitales hacia activos libres de riesgo –típicamente bonos del Tesoro americano-, que en cualquier otra circunstancia hubiera derivado en una disrupción no sólo financiera sino también política, con los costos inherentes en términos de nivel de actividad y redistribución (¡al revés!) de la riqueza.Como venimos sosteniendo desde 2006, la inconsistencia propia de la política económica del Gobierno estuvo asociada en gran medida a la política fiscal. Política que se caracterizó por ser excesivamente expansiva en la parte alta del ciclo, aún cuando la brecha del Producto tendía a desaparecer y las presiones inflacionarias eran evidentes en una economía que mantenía alto el tipo de cambio nominal en un mundo donde el dólar se devaluaba y la mayor parte de los países priorizaba mantener baja la inflación. Política que no dejó el ahorro suficiente para ayudar al BCRA a esterilizar el excedente de pesos generado por la monetización del superávit externo cuando la salida de capitales era reducida (2006-2007), acelerando la tasa de inflación, la puja distributiva y el ajuste hacia abajo del tipo de cambio real, sin apuntar a estabilizar la demanda de pesos. Y política que no permitió generar el ahorro suficiente para financiar “en forma genuina” la necesidad actual de un mayor crecimiento del gasto público para compensar la desaceleración del gasto privado en medio de la recesión mundial, tal como lo vienen realizando la mayoría de los países. Más allá de las decisiones de política en las cuales había implícito “un determinado plan de negocios para provocar un cambio de manos en la gestión de ciertos sectores de servicios públicos y/o privados”, el resto de las intervenciones estuvieron en gran medida asociadas a limitar la inflación vía intervenciones ad hoc de la política (controles de precios directos, retenciones, subsidios y hasta la intervención del IPC). Ahora bien, la contrapartida de este comportamiento en manada de los argentinos que resguardan sus ahorros en el exterior (o en dólares en el colchón) con la historia de crisis sistémicas sucesivas, está dada por el stock que mantienen en el exterior. Hoy, según las cifras del Balance de Pagos éste equivale a la mitad del PIB anual, en tanto Argentina se constituyó en el país del mundo con mayor tenencia de dólares billetes después de Rusia, y el primero –no dolarizado- con tenencia de dólares en términos per cápita. Hablando en plata: los argentinos guardan en sus bolsillos más dólares que pesos. La “mala praxis” de los últimos años ayudó, vía huída de fondos del sector privado, a financiar al resto del mundo en medio de la peor crisis financiera desde los años 30. En términos numéricos, la formación de activos externos de los argentinos en los últimos dos años (más de US$43.000 millones) contribuyó en más de un 4% al paquete financiero de los EE.UU. para evitar una disrupción en el sistema de pagos global. Semejante magnitud, para un país chico como el nuestro, y con un largo camino por delante (cada vez más largo dados los crecientes niveles de marginalidad y pobreza) al desarrollo, da muestras fehacientes de la preocupación del actual Gobierno por el orden mundial. Hasta se podría decir que semejante contribución a la estabilidad financiera global redime al país de su posición neutral hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial. ¡Y pensar que todavía hay dudas respecto del alineamiento de la Argentina con Occidente! No financiamos la construcción de nuestras rutas, viviendas, centrales eléctricas, ni la inversión en maquinaria, pero estamos dónde el mundo nos necesita: financiando el déficit fiscal y financiero de las empresas del mundo desarrollado ¡Grande Argentina! * Directores de Estudio Bein & Asoc. |