Los cambios en el impuesto a las ganancias anunciados ayudan a empezar a corregir las groseras e inequitativas distorsiones que habían generado los parches incluidos en la previa de las elecciones legislativas de 2013.
Parches que generaban situaciones difíciles de justificar, donde a un mismo nivel de salarios se podían pagar alícuotas del 13% o del 0% sólo por ganar un peso más en 2013 por encima de los $15.000 mensuales, o diferencias mayores aún para quienes además de las paritarias hubieran alcanzado mejoras salariales adicionales por ascensos o cambios laborales. Parches que además generaban situaciones cuasi confiscatorias, ya que los tramos rígidos de las escalas hacían que prácticamente todos aquellos alcanzados por el impuesto tributaran la alícuota más alta del 35% por el marginal.
Básicamente, los cambios anunciados por decreto en medio de la necesidad de dar una señal al sindicalismo que ayude a coordinar las paritarias, apuntan a elevar y unificar las deducciones que, para muchos que quedaban alcanzados por el impuesto, habían quedado fijas desde 2012 (para los trabajadores alcanzados y que hubieran percibido menos de $25.000 en 2013 hubo algunas mejoras en las deducciones en 2014, aunque en todos los casos inferiores a la nominalidad de la paritaria). Esta decisión de llevar las deducciones a $18.800 mensuales para los trabajadores solteros y $25.000 mensuales para los casados con dos hijos a cargo (lo que implica aumentos de entre 45,1% para los solteros que percibían entre $15.001 y $25.001 brutos en 2013 y 160,5% para los casados con dos hijos que percibían más de $25.001 en aquel año) genera una baja en las alícuotas para quienes quedaban alcanzados por el impuesto (sobre todo los tramos más bajos) y en paralelo incluye en el tributo a aquellos que no estaban alcanzados por cobrar menos de $12.500 netos mensuales en 2013 ($15.000 brutos) pero cuyos ingresos netos hoy se ubican arriba de $25.000 en el caso de los casados con dos hijos y $18.800 en el caso de los solteros.
Si bien cada caso es particular, ya que la mejora o pérdida en el salario de bolsillo es función de cuánto ganaba cada trabajador en 2013, y además depende de la cargas de familia que tenga, en promedio los cambios significan una mejora, para quienes estaban alcanzados, del salario de bolsillo en torno a 8%, con algunos casos puntuales donde esta se extiende a 14%. Algunos ejemplos: un trabajador casado con dos hijos que en 2013 ganaba $15.001 mensuales brutos y ajustó sus ingresos sólo por la paritaria ($32.500 considerando una paritaria de 28% en 2016), reduce la alícuota del impuesto de 7% a 1%, en tanto un trabajador que recibía $14.999 mensuales y también ajustó sólo por la paritaria empezaría a pagar 1%. Para los mismos ingresos un trabajador soltero y sin hijos reduciría la alícuota de 13% a 7% en el primer caso, y empezaría a pagar 7% en el segundo caso. A medida que se sube en los ingresos, los ahorros se acotan, ya que al no actualizar los tramos de las escalas se va licuando el impacto de la mejora por las deducciones. En cualquier caso, un trabajador casado y con dos hijos que gane $54.700 mensuales pasaría de pagar 22,7% a 13,5%, uno que gane $76.500 mensuales pasaría de 26,7% a 20,5% y uno que gane $120.000 mensuales pasaría de 29,9% a 26,2%.
A diferencia de parches anteriores, esta reforma cumple con dos objetivos. Por un lado, como dijimos antes, elimina las inequidades entre los trabajadores en relación de dependencia que presentaba el esquema anterior, volviendo además a hacer depender el pago o no pago del impuesto y la alícuota efectiva de los haberes presentes y no de la situación laboral de los primeros ocho meses de 2013. Por otro lado, minimiza el costo fiscal frente a otras alternativas (que ubicaban las deducciones en niveles muy superiores y adicionalmente corregían las escalas), ya que parte de la baja en las alícuotas de quienes estaban alcanzados pasaría a ser financiada por aquellos que habían quedado excluidos pero estaban cerca del límite. La decisión de no corregir los tramos de ingresos para calcular las alícuotas y la de dejar de lado de nuevo a los Autónomos, ayuda a morigerar el impacto fiscal, que según estimaciones de la AFIP estaría en el orden de los $49.000 millones, 13% de lo que se recaudó por Ganancias en 2015.
A priori, los cambios son bienvenidos, aunque pueden generar algún ruido cuando empiecen a llegar los recibos de sueldo a principios de abril con las nuevas deducciones por ganancias en aquellos asalariados que hasta ahora no estaban alcanzados y estaban bien cerca del límite. Desde el vamos, corregir las distorsiones heredadas era complicado, y había que empezar a hacerlo siempre teniendo en cuenta lo progresivo del impuesto y las necesidades fiscales en un país con una brecha fiscal que según estimaciones oficiales se ubicaría en 2016 en torno a 4,8% del PIB antes de intereses. Vale volver a recordar que lejos de los argumentos que sostienen que el impuesto a las ganancias a los trabajadores debería derogarse, este impuesto es central en los sistemas tributarios de los países desarrollados (donde se lo denomina “impuesto a los ingresos”), y es hacia donde debe tender la Argentina si pretende una estructura tributaria más eficiente y progresiva. Claro que apuntando a manejar un esquema estable y con alícuotas que no se incrementen sistemáticamente con la inflación independientemente de la dinámica del poder adquisitivo. Esto último, junto con la necesidad de redefinir los tramos de las escalas y la situación de los Autónomos, son todos temas que deberán ser considerados en una reforma integral del impuesto a ser debatida y aprobada por el Congreso de la Nación.