Más allá del rebote en el precio del barril de petróleo tras tocar un mínimo de US$27,5 (el menor nivel en más de 12 años), la cotización del hidrocarburo se encuentra muy lejos de los casi US$100 que reflejaba a mediados de 2014 y no hay a la vista un retorno a niveles siquiera similares en el corto y mediano plazo.
Intentar predecir no sólo el precio del petróleo, sino tan sólo la tendencia del mismo, resulta sumamente complejo luego de la “financierización” (su ingreso a los mercados como un activo financiero que puede transarse) que experimentó el crudo al igual que muchos otros commodities, debilitando sustancialmente la correlación entre el precio y los fundamentals de oferta y demanda presente y esperada. Esto implica que, al igual que en otros mercados, el precio puede sostenerse bien lejos de los niveles consistentes con la relación entre oferta y demanda durante largo tiempo sin necesidad de que ello gatille una corrección de corto plazo.
El desplome en el precio que acaeció hace un año y medio y que derrumbó la cotización del barril a US$50 combinó factores financieros con factores fundamentales. El final de la expansión cuantitativa de la Reserva Federal y la expectativa de una primera suba en la tasa de interés fueron los factores “financieros” que parecieron gatillar al factor “fundamental” que hacía años ya se vislumbraba en el mercado: el ingreso de EE.UU. al mercado global como productor una vez que las masivas inversiones en el segmento de recursos no convencionales comenzaron a dar sus frutos, en un contexto donde la demanda seguía débil. En este punto, y a pesar de que la producción norteamericana ya llevaba creciendo en alrededor de un millón de barriles diarios por año, el mercado recién reaccionó a semejante exceso de oferta a mediados de 2014, luego de haberlo “ignorado” durante los años de hiperliquidez global que siguieron al colapso de la burbuja subprime.
Entre 2011 y el primer semestre de 2014, el barril de petróleo cotizó entre un piso de US$80 y un techo de US$110, ajeno a las noticias que llegaban desde los yacimientos norteamericanos y la masiva acumulación de inventarios globales. Frente a este panorama, la OPEP (con una decisiva influencia de Arabia Saudita) priorizó el sostenimiento de market share frente a la defensa del precio, como tradicionalmente había reaccionado ante episodios de exceso de oferta en el mercado, en parte por voluntad propia y en parte reflejando la cada vez menor relevancia del cartel dentro de la producción global de crudo una vez que las tecnologías de explotación de recursos no convencionales comenzaron a dar sus frutos a escala comercial en otras regiones del mundo. La estrepitosa caída en los precios generó un fuerte recorte en las inversiones, que se concentró en el segmento no convencional en EE.UU. con una caída de 63% en las torres de perforación activas desde los máximos de 2014, acompañado de un salto en el costo de fondeo para las firmas de servicios petroleros y un deterioro en el perfil crediticio de buena parte de estas compañías, muchas de las cuales quedaron al borde de la quiebra. En los últimos doce meses, el sector recortó 130.000 empleos en EE.UU., equivalente a una reducción en la nómina de 15%. A pesar del desplome en el número de perforadoras operativas, la producción norteamericana de crudo de hecho creció en el margen (ubicándose en un record histórico cuando se considera el promedio de los últimos doce meses), en un contexto en el cual los rápidos aumentos de productividad, los recortes de costos y los menores costos “variables” de extracción una vez que las firmas asumieron el grueso del costo “fijo” de perforar un pozo. Al record de producción en EE.UU. se suma el retorno de Irán al mercado global una vez levantadas las sanciones de Occidente (con un aumento en la producción proyectado en 300.000 barriles diarios en 2016 y 800.000 barriles diarios en 2017 frente a los niveles actuales), y la tensión entre este país y Arabia Saudita, el mayor productor de la OPEP. Con factores geopolíticos e incluso religiosos que los enfrentan, el deterioro en las relaciones en el último tiempo dificulta aún más la posibilidad de alcanzar consensos dentro del cartel para atenerse a una estrategia unificada que permita encarar el desplome en el precio del crudo. También debe considerarse la intención, suscripta en la Cumbre de Cambio Climático de Paris el año pasado, de avanzar hacia un paulatino decaimiento en la participación de los hidrocarburos fósiles dentro de la matriz energética global, lo que podría debilitar aún más las perspectivas de mediano plazo del crudo. Con un efecto ingreso positivo sobre la economía global que por el momento se sigue demorando, las principales consecuencias parecen ser geopolíticas, limando la legitimidad de los gobiernos de países donde los ingresos petroleros constituyen la principal fuente de financiación de los presupuestos públicos y el gasto social. Así como la disparada en el precio del trigo en 2012 exacerbó el malestar en Medio Oriente y constituyó uno de los factores coyunturales que ayudó a desatar la Primavera Árabe, el actual desplome en el precio del crudo también podría conducir a cambios estructurales en una región particularmente volátil.