El gradualismo sustentable, sobre un delgado equilibrio

La frase “Gradualismo sustentable” se inscribe como contraposición al oxímoron “Populismo sustentable” que allá por 2011 en plena carrera electoral y a pocos meses del “vamos por todo” patentó un alto funcionario kirchnerista; y brinda la idea de que se pueden corregir las groseras distorsiones heredadas en forma gradual, apelando a la deuda para financiar la transición, a fin de no perder gobernabilidad.

Pero el “Gradualismo sustentable” no necesariamente es un oxímoron y podría, en un delgado equilibrio, no sólo postergar el desenlace, sino también evitar la crisis de salida implícita en todo esquema populista. Todo un desafío, ya que corregir tiene costos y, si el sendero es gradual, son costos graduales, pero costos al fin.

En su primer discurso luego del rotundo triunfo electoral, el Presidente de la Nación sostuvo: “vamos a instrumentar los cambios con la mayor velocidad y con todo el gradualismo que se pueda”. Esta disyuntiva entre cambio rápido y gradual es la contracara del trade off entre sustentabilidad y gobernabilidad, cuyo balance fue variando desde el arranque de la gestión en un proceso de aprendizaje acelerado que le permitió al Gobierno aprovechar el crédito para movilizar a tiempo la economía. Y lo que quedó claro después del resultado electoral, es que de momento el mercado financia la historia argentina y mira de costado el deterioro implícito de los desequilibrios gemelos (fiscal y fundamentalmente externo) y el aumento en el endeudamiento.

Pero para que el final de la historia sea exitoso, la economía requiere, además de la reducción gradual del déficit fiscal, de un salto en las exportaciones netas que hoy choca contra tres obstáculos: 1) un mundo proteccionista donde la dinámica del comercio sigue ralentizada, aunque con un Brasil que empezaría a ayudar, 2) el atraso del tipo de cambio real implícito en el esquema de brecha fiscal que corrige lento, financiada principalmente con deuda en divisas y un BCRA que las compra pero esteriliza buena parte de los pesos que emite, convalidando tasas altas que agravan el atraso; y 3) los altos costos de producción local, exacerbados por años de protección y tasas de interés negativas, presionados ahora además por el proceso de normalización tarifaria y monetaria, en un contexto donde el aumento en las importaciones (hoy todavía fuertemente regulado) se transforma en la mejor estrategia de las compañías para abaratar los costos frente a un mercado “protegido” y de precios internos de los transables muy altos.

Precisamente el cambio de agenda implica trabajar sobre el “costo argentino” donde hay enormes bolsones de improductividad asociados, en muchos casos, a cuasi rentas y/o derechos adquiridos que terminan impactando sobre el tamaño del Estado.

Los anuncios incluidos en la reforma tributaria, laboral y previsional apuntan todos a mejorar este punto, moderando gradualmente la presión fiscal sobre las empresas y trasladando en alguna medida el costo de la corrección fiscal a las familias. Aunque tampoco son neutros los impactos cruzados entre los propios sectores productivos, ni su distribución entre Nación, ANSES y Provincias incluida en la propuesta de Pacto Fiscal.

El triunfo electoral brinda margen para destrabar esta agenda, aunque cuando en simultáneo se tocan tantos “botones” siempre van a surgir cortocircuitos en relación a los intereses que están implicados. Pero, si sale bien, los impulsos de corto plazo (política fiscal y de ingresos) son contractivos y no es evidente que el crédito siga apuntalando como en 2017.

Los impulsos preelectorales al crédito, de la mano de la ANSES y la banca pública, lógicamente se moderan y la incertidumbre está puesta en qué medida el crédito en pesos puede seguir de largo, cuando además, la política monetaria retoma su agenda (sube la tasa 250 pbs y restringe liquidez vía cambios en la normativa de encajes justo cuando se avecina el salto en la demanda de pesos de fin de año).

Por lo pronto, la demanda de crédito de las familias (estimulada por el “abaratamiento” en las cuotas por las UVA) se mantiene firme a tasas “atractivas” para los bancos, y la oferta de crédito privada arrancó y encuentra financiamiento a pesar del estancamiento en los depósitos. En el caso del financiamiento a empresas, el encarecimiento relativo es mayor y seguramente ralentizará su ya moderada dinámica, dado que la restricción monetaria convive con el agotamiento de la línea productiva. Exactamente a contramano del diseño de la política dirigido a dar competitividad a las empresas.

La coordinación entre la política fiscal, de ingresos y monetaria será determinante para definir el escenario el próximo año y la sustentabilidad del gradualismo. Si los tres shocks van para el mismo lado, el freno de la economía puede ser mayor al esperado por el mercado y al requerido para hacer consistente la corrección fiscal. Al fin y al cabo, en el corto plazo los ajustes solo son expansivos si el crédito compensa, pero si el crédito se dirige a las familias (que convalidan tasa) y no a las empresas (que no la convalidan), y en las primeras además del crédito hipotecario indexado, el componente de consumo de durables y/o viajes al exterior escala por el abaratamiento relativo implícito en el atraso cambiario, el deterioro de las cuentas externas y la dependencia del crédito externo puede ser proporcionalmente mayor.