Un viaje extraordinario

Para quien no conoce las técnicas de navegación, las distintas versiones de la metáfora náutica que viene utilizando el Gobierno para describir la respuesta a la crisis financiera y sus coletazos sobre la economía real lucen alarmantes. Sobre todo después de ir recientemente al cine a ver la película Un viaje extraordinario, donde se cuenta la historia verídica de un inglés aficionado a los veleros que en 1968 decide participar del primer concurso de regatas para dar la vuelta al mundo sin tocar tierra. El protagonista de la historia peca de optimista al involucrarse en el proyecto y va aumentando la hipoteca antes y después de hallarse en altamar con un barco que no estaba en condiciones para enfrentar la travesía y en el que literalmente entraba agua que sacaba con un balde. El paralelismo es elocuente, ya que una vez en altamar, y frente a las dificultades climáticas y de “infraestructura” que enfrentaba, decide mantener el relato de un viaje exitoso hacia quienes financiaron su proyecto (en su relato cruza al Pacífico por el cabo de Hornos y llega a las costas de Nueva Zelanda marcando récords de velocidad), mientras en la vida real se encuentra en las costas de la Argentina donde, antes de continuar, debe incumplir las reglas y bajar a tierra para reparar el barco.

El relato oficial afirma: “Recibimos un barco que estaba destruido, lo empezamos a arreglar de a poco para corregir el rumbo y en el medio del camino nos agarró la tormenta; hoy la prioridad es tapar los agujeros porque nos está entrando agua, pero lo importante es que vamos a mantener el rumbo”. Tres días atrás, en la conferencia de prensa, el propio Presidente volvió a sostener: “Estamos enfrentando una tormenta, pero hemos sabido arriar las velas y fortalecernos manteniendo el rumbo”.

Es cierto que fueron varios los eventos ajenos que complicaron el rumbo: una sequía que destruyó casi un 40% de la cosecha de soja, un cambio en las condiciones financieras globales que complicaron el acceso al financiamiento externo a una economía con grandes déficits gemelos (fiscal y fundamentalmente externo) que dependía en forma directa del crédito, y un deterioro de los términos del intercambio con precios de la soja acercándose a US$ 300 (20% menos que un año atrás) y precios del barril de petróleo Brent en torno a US$ 73 (50% más que un año atrás). Pero también es cierto que estos factores se sumaron al exceso de optimismo del inicio de la gestión respecto de la viabilidad para “reparar el barco en medio del océano” mientras el mundo financiaba “el gradualismo”, a errores en el diseño de algunas medidas que terminaron agudizando la herencia recibida (política energética y monetaria inconsistentes con el gradualismo fiscal en un contexto donde se liberó totalmente el ingreso/salida de capitales al país) y su resultante en una triplicación de los pasivos remunerados del BCRA desde el arranque de la gestión (mayoritariamente Lebacs) en simultáneo a un aumento no menor en la deuda de corto plazo en dólares del Tesoro (Letes). Y a un intento de encarrilar la política económica después de octubre que paradójicamente terminó contribuyendo a desestabilizar la demanda de pesos.

Casi tres meses después de iniciada la corrida contra un BCRA que lleva acumulada una pérdida de reservas de US$ 14 mil millones antes del ingreso de los dólares del FMI y de US$ 2.500 millones después de que ingresaran, el Gobierno sigue dando batalla para que el dólar se estabilice debajo de $ 28. Pax cambiaria lograda en las últimas tres semanas a fuerza de intervención directa (con las subastas del Tesoro y un BCRA usando reservas y dólares futuros), de un apretón monetario con tasas de interés en torno a 47% (suba de encajes remunerados a los bancos mediante), de colocaciones de deuda como el bono híbrido a 2020 (con un seguro de cambio incluido) y de un intento, por suerte poco exitoso, de canjear Lebac (pasivos remunerados del BCRA en pesos) por Letes (deuda de corto plazo del tesoro en dólares).

Si bien se ganó una batalla, y un dólar más tranquilo ayuda a calmar las aguas, todavía no se puede dar por cerrado el episodio en un contexto donde los actuales niveles de tasas de interés están generando impactos muy negativos sobre la actividad económica. Si bien hay sectores que salen favorecidos con el cambio en los precios relativos originado en un salto cambiario que se salió de cauce, lo cierto es que no compensan el desplome del consumo y de la inversión asociado a la caída en los ingresos reales y al propio apretón monetario. Y mientras el episodio cambiario no se frene, la capacidad para bajar la tasa de interés no está a la vista.

La apuesta del Gobierno y del propio FMI es a que Argentina pueda reabrir el mercado de crédito. De hecho, ningún país puede pagar los vencimientos de la deuda sin refinanciarlos en el mercado. Solo lo logró el kirchnerismo a partir de 2009, cuando sin crédito apeló al uso de las reservas de un BCRA que las había acumulado en los primeros años de gestión.

El riesgo de esta estrategia es que, si falla, se agudicen las presiones cambiarias. Esto podría suceder debido a la reducción de la capacidad de intervención futura del BCRA en el mercado cambiario (menos reservas), mientras, en simultáneo, aumentan las necesidades de financiamiento del Tesoro en divisas y las tenencias de bonos publicos encajados en la cartera de los bancos. Dicho de otro modo, la crisis que era cambiaria podría tomar condimentos sistémicos si la estrategia empleada no funciona.

Al igual que en la película, el optimismo de que las cosas iban a ir bien y el mundo nos iba ayudar chocó contra una tormenta que pone a prueba el programa financiero, el programa económico y el programa político, los cuales se retroalimentan. Esperemos que salga el sol. O que a diferencia de la película, donde el protagonista arrinconado salta del barco, exista un plan B que incluya, si la estrategia sale mal, un programa de estabilización que distribuya los beneficios del salto cambiario resultante, modere las presiones de costos y asegure que el cierre además del externo sea fiscal.