El Gobierno debería estar pensando en un anuncio que restablezca las expectativas y disipe las dudas sobre la dependencia del mercado de crédito hasta el final del mandato, en 2019.
Un mes exacto duró la tranquilidad financiera buscada por un gobierno que jugó todas las fichas a apuntalar el dólar en torno a 27,50 pesos, luego del salto observado al conocerse la letra chica del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Acuerdo muy bondadoso en términos de monto involucrado, pero que en simultáneo limitaba fuertemente la capacidad de intervención en el mercado cambiario y no terminaba de dar certezas sobre el cierre del programa financiero en un país al que se le cerró el crédito.
Y sobre todo, frente a una economía a la defensiva, en la que la estrategia utilizada para frenar el dólar de “apretón monetario”, con tasas de interés en torno al 50 por ciento, estaba generando un desplome en los niveles de actividad que, sumados al salto en la inflación gatillada por la propia corrección cambiaria, erosionan la imagen del Gobierno en las encuestas y aceleran la incertidumbre política de cara al año electoral.
La combinación del ruido político interno que generó la nueva saga de los “cuadernos Gloria”, junto con un mundo en el que reflotó la salida de capitales de mercados emergentes, fueron suficiente para acelerar la toma de ganancias sobre la Argentina.
Eso se reflejó en un nuevo salto del dólar (el mayorista terminó el viernes pasado arriba de 29 pesos), en el desplome de los bonos argentinos (el riesgo país alcanzó los 700 puntos, el doble que el registrado en octubre pasado y similar a los niveles de febrero de 2015), y una caída en los precios de las acciones locales (el Merval perdió 14 por ciento en dólares), sobre todo de aquellos sectores “salpicados” por los cuadernos.
Es cierto que la saga local tiene grandes diferencias frente al Lava Jato en Brasil. Por caso, las denuncias recaen sobre los exfuncionarios de la gestión anterior y no es evidente hasta donde va a avanzar la Justicia argentina, pero también es cierto que, visto desde afuera, la escalada política asusta a los mercados y la toma de ganancias se acelera, aun cuando las chances electorales del kirchnerismo se reducen.
La capacidad para estabilizar las variables financieras, económicas y políticas (y su retroalimentación) depende en forma directa de la reapertura del crédito y de que vuelvan a ingresar capitales a la economía, en un mundo incierto y frente a una política interna “más discutida”.
En la metáfora que usa el Gobierno del barco agujereado al que le entraba agua por la tormenta, eso significa que salga el sol.
Así, la iteración entre la política y la economía produce un círculo vicioso que se retroalimenta y no permite encontrar una salida fácil.
Con este escenario político y externo, se aleja la apuesta de reabrir el crédito, bajar el riesgo país, frenar las expectativas de devaluación y bajar la tasa de interés de pesos, condición necesaria para estabilizar la macro y volver al zigzag en 2019, con un crecimiento bajo, en promedio, el próximo año, pero con una economía en la que se sienta la recuperación hacia las elecciones.
Margen de maniobra
En este contexto, el Gobierno debería estar pensando en un anuncio que restablezca las expectativas y disipe las dudas sobre la dependencia del mercado de crédito hasta el final del mandato, en 2019.
En tanto esto no suceda, todas las medidas que puedan tomarse desde el punto de vista monetario-financiero (aumento en los encajes, emisión de bonos que sirven como encajes remunerados, subastas diarias de dólares y regulación en la dolarización de la cartera de los bancos) lo único que hacen es calmar el dólar a corto plazo, a costa de una menor capacidad de intervención a futuro.
En simultáneo, aumentan las necesidades de dólares del Tesoro de corto plazo (por la no renovación plena de las Letes) y las tenencias de bonos del Tesoro en manos de los bancos.
Recapitulando, la aparición del FMI como prestamista de última instancia no alcanzó para revertir la salida de capitales, a pesar del enorme monto involucrado en el programa. Pero la voluntad del organismo internacional y de los países desarrollados, frente a la incertidumbre política en América latina, de ayudar al Gobierno luce inalterable.
Y no se descarta una redefinición del programa de desembolsos que apuntale el programa financiero si las expectativas del mercado no se revierten.
El plan B del Gobierno pareciera que apunta más a redoblar la apuesta con ayuda internacional, para recuperar los flujos de capitales, que a un esquema de estabilización que distribuya los beneficios sectoriales y limite las presiones de costos de un salto cambiario no controlado.
Recién arranca la carrera electoral, pero el reloj corre rápido y los costos políticos y sociales, si sale mal, pueden ser muy elevados.
Volviendo al inicio de nuestra columna anterior, cuando salen capitales, no hay nada que la política económica pueda hacer para que nos vaya bien en el corto plazo, salvo conseguir un prestamista de última instancia que diluya los temores, al menos hasta las elecciones, o esperar a que salga el sol y deje de entrar agua al barco. En la última semana, volvió a llover.