Como quien no quiere la cosa, Edmar Bacha, economista que formó parte del equipo que diseñó el Plan Real en Brasil y que participó esta semana de un seminario sobre programas de estabilización que organizó la Universidad Austral, pasó un listado de recomendaciones que la Argentina debería adoptar para bajar la inflación. Incluyó cinco puntos entrelazados:
•Equilibrar el presupuesto
•Mantener tasas de interés positivas
•Asegurar que los precios críticos, como las tarifas y el tipo de cambio, estén en equilibrio
•Introducir una unidad de cuenta diaria para sincronizar la evolución hacia delante de los salarios, precios, tarifas, tipo de cambio, valores financieros, etcétera.
•Darle tiempo al uso generalizado de esta unidad de cuenta y luego convertirla en la moneda estable del país.
Más allá de la simplificación del esquema propuesto, tomó nota de que nuestra inflación corriendo a un ritmo del 7,4% mensual en julio (5,6% promedio desde principios de año) es un bicho distinto al de la hiperinflación que enfrentaba Brasil en 1993 en los meses previos al Plan Real, cuando la suba del índice de precios rondaba el 40% mensual, y todos los valores estaban indexados al pasado con plazos muy cortos y no muy desalineados entre sí. En la Argentina, en cambio, el grosero deterioro de los precios relativos, con plazos de indexación desparejos, precios de los bienes ridículamente caros, tarifas ridículamente baratas, un salario deteriorado y una brecha cambiaria en 115%, complica la estabilización si no hay, previamente, un reordenamiento que, a la nominalidad actual, lamentablemente ya no puede ser gradual, y si no hay una corrección abrupta de la brecha cambiaria que frene la demanda infinita de importaciones al dólar oficial. Es que, con una brecha cambiaria superior al 100%, la obligación de liquidar exportaciones se torna confiscatoria, sobre todo en sectores para los cuales, además, se aplican retenciones.
Bacha también explicó que en aquel entonces, en Brasil, el impacto sobre los ingresos fiscales de una inflación corriendo cada vez más rápido a la vez que se hacía un manejo del gasto por detrás, mantenía un “presupuesto equilibrado”. En la Argentina, la dinámica fiscal actual no es muy distinta, pero convive con un déficit (antes de intereses) acumulado en los primeros siete meses del año de 1,6% del PBI. Y no es evidente que, a pesar del nuevo salto en la inflación, el año cierre con un desequilibrio del 2,5% del PBI incluido como compromiso en el acuerdo con el FMI para 2022 y, mucho menos, que se consiga el 1,9% para 2023.
“Una vez más, el gobierno de turno intenta seguir postergando decisiones y apunta a patear la pelota a la próxima gestión”.
En Brasil de entonces y en la Argentina de hoy, la baja en la tasa de inflación requería y requiere decisiones estructurales para ordenar la indexación, normalizar la cuenta de subsidios y estabilizar el presupuesto, condiciones necesarias para empezar a normalizar el balance del Banco Central en una economía sin crédito y sin moneda. Difícilmente esto se pueda hacer sin apropiarse, vía retenciones, de una porción del salto en el dólar que, en simultáneo, limiten el traslado a precios. Algo que solo puede ocurrir en el corto plazo si se comprime la brecha cambiaria. Ciertamente, no es una política sostenible en el mediano plazo si la estabilización funciona y el dólar se atrasa. De allí la importancia de que la estabilización venga con una agenda estructural que apuntale la competitividad y el presupuesto sin depender de las retenciones.
También contó Bacha que el Plan Real se presentó en sociedad en diciembre de 1993 y que Fernando Henrique Cardoso, el ministro de Economía del gobierno que encaró la transición política tras la renuncia de Fernando Collor de Mello a mediados de aquel año, ganó las elecciones presidenciales en noviembre de 1994. Cardoso fue reelecto presidente en diciembre de 1998, y devaluó la moneda que había mantenido artificialmente apreciada hasta las elecciones en el arranque de 1999, situación que firmó el acta de defunción de nuestro régimen de Convertibilidad que, a pulmotor, duró hasta diciembre de 2001. En 2002, cuando Cardozo vio que Luiz Inácio Lula da Silva iba a ser presidente, en vez de forzar la elección de su candidato hasta el final, llegó a un acuerdo político con el Partido de los Trabajadores, que le puso un paraguas a la transición (acuerdo con el FMI mediante) y evitó la ruptura de contratos. Lula envió una carta que tranquilizó al mercado y se acordó con los jugadores locales la estabilización del mercado de deuda en moneda doméstica. Durante todo el período, Brasil, mantuvo tasas de interés muy altas (compensadas por el crédito subsidiado del BNDS) y aprovechó la debilidad del dólar y los altos precios de las commodities de la década pasada para terminar de construir su moneda.
Como en un loop infinito, volvemos a mirar esta y otras experiencias de estabilización de los 90 para pensar qué debe hacer la Argentina para lidiar con una inflación que sigue saltando escalones a pasos cada vez más rápidos y que en todo 2022 se ubicaría por arriba del 90%, pero con precios que en el margen corren a más del 100% anualizado (135% en julio).
Lejos de buscar extender el horizonte de las decisiones con acuerdos que no pueden arrancar sin que el que esté en el gobierno esté dispuesto a pagar los costos políticos de la estabilización, una vez más el gobierno de turno intenta seguir postergando decisiones, apuntando a patear la pelota para la próxima administración, al tiempo que la nominalidad escala detrás de un balance del Banco Central al que le sobran pesos y le faltan dólares.
“Falta un año para las PASO. Con un cepo cada vez más rígido, la pregunta es con cuántas reservas, con cuánta inflación y con qué brecha se llegará”
Con esta nominalidad, la corrección gradual de precios relativos (dólar y tarifas) que requiere la economía luce extraordinariamente perversa. El intento de volver a coordinar el carry trade con una señal fiscal más razonable reflejada tras los anuncios de “reasignación de subsidios” de esta semana y con una suba agresiva de la tasa de interés (que se acerca desde atrás a la tasa de devaluación y a la inflación), tiene patas cada vez más cortas. Sobre todo, si los dólares usados para perpetuar el esquema son prestados a tasas caras y/o se intenta un desdoblamiento con un dólar de exportación más alto.
Todo intento de conseguir dólares por la vía financiera (con organismos de crédito internacionales o repos con bancos), y/o el incentivo a la liquidación de exportaciones (fiscal/financiero y/o desdoblamiento con un dólar más alto para el agro) para mantener el perverso status quo actual, corre el riesgo de aumentar los pasivos para extender por un tiempo la venta de dólares baratos, descapitalizando aún más el balance del Central. Sobre todo, si el esquema de ajuste fiscal gradual es acompañado por un ajuste monetario mayor que cree pesos a un ritmo más rápido, sin una corrección previa discreta del tipo de cambio.
Por ahora, el Gobierno apuesta a acelerar el crawling peg y a administrar la escasez de reservas buscando dólares, mandando a los importadores a la cola, aumentando en los hechos la deuda comercial y vendiéndoles cobertura (tiene vendidos más de US$7000 millones en contratos). En simultáneo, el Tesoro extiende los vencimientos de la deuda en pesos entregando a cambio un bono dual (que paga la tasa que dé más: devaluación o inflación).
Sorprende la capacidad del Gobierno para seguir bailando en la cubierta del Titanic, suponiendo que la restricción política puede forzar al límite la restricción presupuestaria, y el Banco Central seguir vendiendo dólares que ya no tiene y que intenta conseguir prestados para no convalidar una devaluación oficial, aduciendo la preocupación por la inflación que pudiera generar y su impacto sobre la pobreza.
El jugoso esquema para parte del sector privado de arbitrar entre brechas, tomando pesos baratos acorralados en el sistema (bancos y mercado de capitales local), comprando dólares baratos al Banco Central y vendiendo (al menos una parte) en el mercado de precios descuidados, está agotado. Cada día que pasa los costos de salida para la Argentina son más altos, pero no ocurre lo mismo para los pocos que siguen accediendo al mercado cambiario.
Falta un año para las próximas PASO. Una vez más, con un cepo cada vez más rígido, la pregunta no es si se llega, la pregunta es con cuántas reservas, con qué inflación y con qué brecha cambiaria. El intento de recuperar caudal político probablemente vuelva a intentar un acortamiento en los tiempos de las paritarias y de los aumentos y/o bonos para planes sociales, con efectos reales cada vez más cortos en una economía que debe reducir importaciones, y con una aceleración inflacionaria cada vez más intensa. Pareciera que estamos esmerándonos en construir una hiper, que, si los planetas se alinean y la política logra construir un horizonte, puede llevarnos finalmente a avanzar en un programa de estabilización como el Plan Real de Brasil que describía Bacha, o puede llevarnos, como en el caso de Ecuador, a una dolarización traumática con los costos asociados.