Alta nominalidad y brecha cambiaria, una olla a presión

Ilustración: Daniel Roldán

Se cumplen tres meses de Massa como Superministro y el objetivo de evitar a toda costa un salto discreto en el tipo de cambio oficial, se viene cumpliendo a rajatabla.

Esto ocurre mientras todas las variables intentan alcanzar (y/o superar) una inflación que corre al 6/7% mensual desde julio (el dólar oficial, las tarifas, la tasa de interés y ahora las paritarias) y el carry trade acumula una tasa acumulada de casi 45% (frente a un dólar marginal que tocó un pico de pánico de $350 a mediados de julio y desde principios de agosto se mantiene estable en $300).

Para esto, ya apeló a sucesivos desdoblamientos cambiarios intentando incentivar la oferta (dólar soja a $200 durante septiembre) y desincentivar la demanda: dólar Qatar, Dólar Coldplay, implementación del SIRA duplicando el número de licencias no automáticas y, en los hechos, un freno drástico transitorio en las autorizaciones de nuevas importaciones. Y, ahora, estaría trabajando en la posibilidad de usar “dólares propios blancos y/o negros” para financiar las importaciones.

En simultáneo, aceleró la indexación de la deuda del Tesoro, parte con un seguro cruzado que indexa parte de los bonos emitidos a lo que dé más (dólar o inflación) apuntando a recrear el mercado de pesos que había quedado “susceptible” después de la ruptura del mercado el 8 de junio pasado.

En el medio, el BCRA tuvo que volver a intervenir en un mercado al que le cuesta digerir las emisiones necesarias para cubrir la brecha de pesos del Tesoro.

Si bien en forma directa hay un límite al financiamiento monetario del BCRA al Tesoro (en la carta orgánica del BCRA y en el acuerdo con el FMI), en forma indirecta, la compra de bonos “ilimitada” en el mercado secundario que compran manos amigas en la suscripción primaria le permite seguir ganando tiempo, aunque la pared de vencimientos dificulta el tránsito al próximo gobierno. Lo que venimos llamando riesgo de transición se mantiene intacto.

Faltan diez meses para las PASO (sino se cancelan) y catorce meses para el cambio de gobierno y, sin anclas a la vista, los riesgos de una nueva escalada en la nominalidad son altísimos; sobre todo si no aparece un esquema de cooperación entre el gobierno que llega y el que se va.

Léase por “cooperación” que se respeten los contratos en moneda local, lo cual requiere una combinación de licuación y/o mantenimiento del cepo (y consecuentemente de la brecha cambiaria) en el arranque de una nueva gestión. Licuación que no es intuitiva si escala la indexación de la deuda del Tesoro.

Es que si no hay contratos en pesos que te permitan transitar de un gobierno a otro, el excedente de pesos creciente va a buscar cobertura en el dólar marginal y/o en el mercado de bienes agudizando la escalada inflacionaria en un contexto de escasez creciente de divisas.

La demanda de activos en dólares a precios de remate frente al cambio de expectativas de una nueva gestión, puede ayudar algo, pero el sendero no es lineal.

No se construye una hiper de la noche a la mañana. Pero estamos trabajando activamente en forzar un nuevo cambio de régimen inflacionario que en el margen ya corre cómodamente arriba de tres dígitos anuales con precios relativos rezagados (dólar, tarifas y combustibles), con una economía muy cerrada, paritarias que empiezan a escalar, una política fiscal y monetaria que necesita (y además coordina) que la inflación se acelere y un déficit cuasi fiscal que empieza a ser preocupante en un contexto donde la tasa de interés de dólares pricea el default.

En efecto, la tasa de interés en los niveles actuales, el crecimiento “endógeno” de los pesos del próximo mes ascenderá a $580 mil millones por mes. Esto es más del doble (casi el triple) del déficit fiscal primario registrado en agosto y septiembre (en este último caso cuando se restan los ingresos extraordinarios de retenciones por las compras de Soja a $200).

Es cierto que la tasa de interés sigue siendo apenas positiva contra la inflación, por lo que en términos reales los pesos no crecen. Pero también es cierto que si no se acumulan reservas el deterioro del Balance del BCRA que empieza a vender dólares e intenta frenar importaciones con restricciones crecientes y devaluando sectorialmente escala a un ritmo preocupante.

Parados a hoy, tomando la deuda en pesos del Tesoro con el Mercado ($6 billones) más la deuda originada en los pasivos remunerados del BCRA ($8,7 billones), la deuda relevante en pesos en moneda local asciende a $14,7 billones.

Del otro lado, los pesos gratis en la economía (sobre los que se carga el impuesto inflacionario pleno) ascienden a casi $9 billones ($2,8 billones el circulante y $6 billones los depósitos en caja de ahorro y cuentas corrientes que no devengan tasa de interés).

El ratio entre la deuda de pesos total (BCRA + Tesoro neta de deuda intra sector público) mercado y los pesos gratis de la economía asciende a 1,7 veces. Esto contrasta con un ratio de 0,5 veces que había a fines de 2015 (y 5 veces que había antes de la irnos a la hiper en 1989).

Literalmente es una olla a presión, que requiere que se enfríe antes de sacar la tapa en el marco de un plan de estabilización. Con esta nominalidad no hay margen ni financiamiento para el gradualismo, pero el shock requiere consistencia y sobre todo administrar políticamente los efectos distributivos que provoca.

Cada día que pasa, los costos escalan al igual que las groseras transferencias de ingresos que genera (y va a generar la salida) de este perverso esquema de nominalidad alta y brecha cambiaria, arriba ambas del 100%. Cualquier intento de congelamiento montado sobre esta inercia, torna la dinámica peligrosamente más perversa.

Marina Dal Poggetto es economista.