Resolver la herencia recibida por el Gobierno requiere un programa económico pragmático y, además, reformas y gobernabilidad; mientras que los dos últimos ejes se muestran poco direccionados, en el plan de la gestión actual conviven un ajuste extremo y herramientas heterodoxas
Por Marina Dal Poggetto y Sebastián Menescaldi
El título no es un oxímoron, ni la heterodoxia es un sinónimo de mala praxis. Forzar la restricción presupuestaria al límite, “reventando el balance del Banco Central (BCRA)”, recreando la alta inflación, la brecha cambiaria y la distorsión de precios relativos que heredaría la siguiente gestión, todo ello tratando de llegar “competitivo” a la próxima elección (no importa cuándo se lea esto) no fue heterodoxia. Fue literalmente mala praxis.
Empezar a resolver el entuerto heredado por el actual Gobierno requería un programa económico pragmático y coordinado para recapitalizar el balance del Banco Central, apuntando a recrear la moneda y el crédito e intentando evitar que se arranque, una vez más, rompiendo contratos. Claro que, para que el programa funcione, se requiere que en simultáneo se avance en los otros dos ejes de un triángulo equilátero: la gobernabilidad y las reformas.
La gobernabilidad debe ser entendida en sus tres dimensiones: que no se prenda “fuego la calle” frente al ajuste; que las reformas pasen por el Congreso y la Corte Suprema no las anule y, fundamentalmente, que se extienda el horizonte de las decisiones en el tiempo, es decir, que el cambio sea irreversible (algo que en la Argentina pendular generalmente no ocurre).
Por reformas entendemos aquellas que hagan sostenible la consolidación fiscal en el tiempo y, fundamentalmente, aquellas que apuntalen la productividad sistémica de la economía, permitiendo una mayor apertura sin generar un desastre en términos de empleo.
De momento, los ejes dos y tres (las reformas y la gobernabilidad) lucen poco direccionados. El primer eje (el programa económico) funciona mejor de lo esperado. Es cierto que, frente a un ajuste que es en extremo violento, el conflicto social no se desborda, y que Javier Milei mantiene una imagen positiva en buena parte de la población, según las encuestas. Pero a 100 días de haber asumido, los dos dispositivos desordenados de medidas, el DNU 70 y la ley de bases, están lejos de ser aprobados, y mucho más lejos de ser irreversibles.
“Empezar a resolver el entuerto heredado por el Gobierno requería un programa económico y avances en la gobernabilidad y en las reformas”
El DNU fue rechazado en el Senado y su vigencia depende de que Diputados no lo trate. La reforma laboral está frenada por una medida judicial. Y, en lo que se refiere a varias desregulaciones, recae una lluvia de amparos. El proyecto de ley de bases volvió a foja cero y sería enviado en partes al Congreso, en el marco de la negociación con gobernadores de cara al pacto del 25 de mayo. Ese acuerdo fue convocado en medio de un giro similar al de la “tábula rasa” que proclamó Milei, entonces candidato, tras el resultado de la primera vuelta electoral. Lo que en cualquier contexto hubiera sido un traspié político, la narrativa y el justificado enojo “con la casta” (siendo Milei el que decide quién es casta y quién no) le permite al Presidente sostener alto el caudal político, en medio de un ajuste en extremo violento e inimaginable en democracia.
Con respecto al programa, se priorizó evitar romper contratos y se apeló a herramientas “heterodoxas” y coordinadas, con el objetivo de ordenar el balance del BCRA. Se estuvo, por lo tanto, lejos de las propuestas de campaña que, sin acceso al crédito, oscilaban entre un “mini plan bonex” para dolarizar, y una baja de la tasa de interés y liberación total de los controles de capitales, suponiendo que el mercado iba a encontrar el nuevo equilibrio.
Las herramientas heterodoxas a las que se recurrió conviven con un agresivo ajuste para cortar de prepo el financiamiento monetario al fisco.
Un ajuste fiscal que se hizo, en el arranque, acelerando la licuación del gasto vía un shock inflacionario “controlado”, mientras que la devaluación y el impuesto País apuntalaron los ingresos de la Nación. Pero no así, claro, los ingresos de las provincias, para las cuales a la caída de la coparticipación de casi el 20% en términos reales, se suma el recorte en las transferencias discrecionales de más de un punto del PBI.
El ajuste fiscal tiende a diluirse rápido, a medida que los ingresos se erosionan con la recesión, y la licuación del gasto se modera con la baja en la inflación, la recomposición rezagada de las jubilaciones (incluida en el DNU 274) y la necesaria negociación que tendrá que entablar para que el Congreso apruebe las leyes que necesita, incluyendo la restitución del impuesto a las ganancias en un contexto de desplome del salario real.
Componentes heterodoxos
1) El shock cambiario de arranque no solo mantuvo controles de capitales, sino que los ajustó a principios de febrero con la resolución general 990, cuando la suba de la brecha cambiaria empezaba a ser coordinada por importadores que intentaban acceder al CCL para pagar deudas pendientes con proveedores del exterior, aprovechando que el 20% de las exportaciones abastecía de dólares ese mercado. Son controles que podrían empezar a aflojar frente a la estacionalidad de la salida de la cosecha, pero sin soltar el grifo. Recordemos que el registro de deudas comerciales que implementó el Gobierno totalizó US$42.600 millones, más de cinco veces la suma de las tres series de Bopreal.
“Las herramientas heterodoxas a las que se recurrió conviven con un agresivo ajuste para cortar de prepo el financiamiento monetario al fisco”
2) Lejos de abrir la economía, se incrementó en los hechos la protección efectiva, vía la implementación del pago en cuotas de las nuevas importaciones (a 30, 60, 90 y 120 días), el aumento del impuesto País de 10% a 17,5%, y la perpetuación de las percepciones de IVA y Ganancias, que dejaron de “tomarse a cuenta” en la gestión de Sergio Massa. De momento, el atraso cambiario que se empieza a coordinar convive con una economía que sigue siendo en extremo cerrada (el dólar se ubica 3% arriba de los $14 de cuando Mauricio Macri salió del cepo, pero la ventaja tiende a achicarse rápido con el crawling al 2%).
3) El Banco Central bajó la tasa de interés en dos oportunidades (del 11% al 8,6% mensual y luego al 6%), en la búsqueda de acentuar la licuación del overhang (excedente) de pesos, frente a una inflación que en diciembre saltó al 25,5%, y empieza a bajar, en simultáneo con el reacomodamiento de tarifas que se está implementando. La inflación fue, de hecho, de 20,6% en enero, de 13,2% en febrero y… ¿será de 13% en marzo y de 12% en abril, para alcanzar un índice de un dígito recién en mayo? La baja de tasas es una decisión que podría volver a darse, viendo la forma en que empujó hacia abajo la tasa de las Lecaps (letras del tesoro) cuando se decidió aceptar solo el 25% de las ofertas. Tasas negativas que, frente al actual nivel de riesgo país, solo pueden sostenerse con controles de capitales.
4) Tras una desregulación de prepo del sistema de precios mediante el DNU de fines de diciembre, el equipo económico empezó a “conversar” con los distintos sectores involucrados (supermercados, empresas de consumo masivo, refinadoras y prepagas) con la intención de moderar el impacto en el IPC de las subas, al tiempo que el propio Milei les avisa a los empresarios que el crawling al 2% mensual llegó para quedarse, reconociendo que los controles de capitales se sostienen. Todo ello, mientras el sector privado empieza a mirar con preocupación el desplome en las ventas y la suba de costos.
Por lo pronto, el vértice del programa viene saliendo bien, en un contexto de retorno de la liquidez global que compra la historia detrás del ajuste. Eso generó que el riesgo país se derrumbara desde los 2600 puntos básicos a poco más de 1400. Y hay una nueva fiesta financiera que hoy no alcanza para abrir el crédito.
“A costa de una brutal recesión, la inflación baja algo más rápido en comparación con lo esperado, el BCRA sigue comprando dólares, y los números fiscales mostraron en enero y febrero un superávit financiero y se acercarían al equilibrio en marzo”
A costa de una brutal recesión, la inflación baja algo más rápido en comparación con lo esperado, el BCRA sigue comprando dólares, y los números fiscales mostraron en enero y febrero un superávit financiero y se acercarían al equilibrio en marzo, mientras el caudal político medido en las encuestas se sostiene. Las reservas netas son menos negativas, pero siguen siendo negativas (de US$11.500 millones en el arranque pasaron a US$4300 millones), y los pasivos remunerados cayeron 40% en términos reales respecto del pico de octubre pasado. En algún momento hay que salir del 80%-20% y del crawling peg al 2%; la tasa de interés tiene que remunerar el ahorro y se deben empezar a aflojar las restricciones cambiarias. Para esto se requiere avanzar en un programa monetario que no solo esté basado en una megalicuación del gasto, y en un programa financiero que no requiera de puts para recircular los pesos dentro del cepo. Por ahora, el equipo económico no muestra apuro en presentarlo.
Sobre la gobernabilidad, la pregunta es: ¿Milei inventó la pólvora, y la narrativa alcanza para que la división no solo sea sobre la interpretación de los hechos, sino sobre “los hechos”, recreando una realidad virtual en la cual estamos todos metidos frente a la licuación, a la recesión y al aumento del desempleo? Se trata de una narrativa que exagera el número de despidos del Estado, pone y saca la dolarización de la agenda a conveniencia, le explica a los gobernadores dónde cortar el gasto para compensar el recorte unilateral en transferencias, y muestra día a día un nuevo caso de abuso del Estado contra los argentinos de bien, mientras mantiene los privilegios de los que define como no casta. ¿O en algún momento la visualización de los hechos lo vuelve a convertir en calabaza? Por ahora solo pasaron 100 días y la agenda sigue siendo complicadísima. Lo que sí sabemos es que, mientras dice que nunca dobla, lo que hace es siempre doblar, mostrando un pragmatismo mucho mayor al que reconoce el personaje.