La fuerte corrección de los mercados observada en las últimas semanas estuvo gatillada por las crecientes dudas respecto al ritmo de recuperación del mundo desarrollado. Y no es para menos, mientras el sector privado debe seguir reduciendo su nivel de deuda, la política fiscal se tornó contractiva, en tanto el efecto riqueza, generado por la valorización de los activos financieros luego del anuncio del QE2 en agosto del año pasado, pasó a ser negativo por la propia corrección de los mercados. Y mientras en EE.UU, la política monetaria reaccionó con fuerza al asegurar tasas bajas hasta mediados de 2013, en Europa, la falta de coordinación del Banco Central Europeo y Alemania para amortiguar los problemas de deuda de la periferia sigue reaccionando en forma tímida y tardía. Al fin de cuentas es la inflación, y no el ajuste nominal el que va a permitir reducir los niveles de deuda, algo que no es evidente se logre en el corto plazo. Y si bien esta coyuntura extiende en el tiempo el escenario de tasas bajas y dólar débil, el riesgo de que los ajustes no sean del todo ordenados, queda demostrado existe.
Mientras tanto la volatilidad de los mercados continúa y en medio del vuelo a la calidad donde además de los metales preciosos, y algunas monedas fuertes como el franco suizo y el yen, los propios bonos del tesoro americano han funcionado como refugio -a pesar de la baja en su calificación por parte de S&P-, el impacto sobre los emergentes está discutido. Los precios de los commodities, que son los que han explicado el desacople, muestran trayectorias dispares. Mientras los precios de los alimentos se sostienen en medio de noticias de oferta contradictorias en el hemisferio norte y una demanda de Asia que sigue traccionando, los precios del petróleo y demás metales -mas asociados al ciclo- muestran caídas pronunciadas.
Frente a este escenario internacional, la contundencia de los resultados de las elecciones primarias, le brindan al Gobierno enormes grados de libertad para empezar a encarar los años que siguen en medio de un mundo, no necesariamente desfavorable, pero sí turbulento. Y en el cual la capacidad para vivir con recursos propios que nos brindó el superávit en la cuenta corriente sostenido en los últimos años desaparece con importaciones que ya alcanzan a 15% del PIB, 5 p.p. más que en el mejor año de la convertibilidad.
Encarar el freno a la nominalidad de la economía, que hoy se ubica en torno al 30% -salarios al 28%, jubilaciones al 37%, gasto público al 33% y agregados monetarios al 36%-, se torna indispensable si se quiere evitar un ajuste cambiario más brusco que reduzca el salario en dólares y reestablezca los equilibrios de la economía. Algo que al final de la vuelta va a requerir también frenar la nominalidad desde niveles más altos. La flexibilidad cambiaria y el bajo léverage del que partimos en un mundo donde el problema es la deuda, limita el impacto local de la crisis global, pero no nos blinda.
*Directora y Analista de Estudio Bein & Asociados