Finalmente, el Congreso norteamericano acordó a último momento un plan de ajuste fiscal que destrabó el levantamiento del techo de la deuda, evitando así el escenario de default de la deuda de USA.
Pese a esto, los mercados del mundo, en vez de festejar la noticia, entraron en pánico al ponderar el riesgo de un double dip (recaída de la economía global) en un contexto donde las estadísticas muestran un freno en la recuperación del mundo desarrollado.
En USA, la crisis financiera parece encaminarse en una segunda fase caracterizada por la transición desde la etapa de la trampa de liquidez a la de la trampa conservadora. En la trampa de liquidez, la política monetaria se tornaba ineficiente para seguir reduciendo la tasa de interés (y así estimular el gasto de consumo e inversión), cuando los agentes de la economía huían defensivamente hacia la liquidez para hacer frente a sus deudas, posponiendo en el tiempo las decisiones de consumo e inversión. Frente a este escenario, la política de USA combinó el aumento contra-cíclico del gasto público pari passu la aplicación de estímulos monetarios no convencionales -los famosos “QEs” (programa de compra de activos de la Reserva Federal) en sus dos versiones-, evitando el escenario de depresión económica.
Ahora, es la propia ideología política conservadora, que hoy controla la mayoría en la Cámara Baja del Congreso Norteamericano, la que ata de manos las herramientas de política económica (trampa conservadora) en una economía que aún necesita del estímulo fiscal y monetario para sostener un ritmo de recuperación respetable (3% anual). Por el lado monetario, los conservadores de la Reserva Federal se oponen a extender el estímulo monetario haciendo hincapié en el potencial riesgo de aceleración de la inflación, por la sucesión de los “QEs” y la suba coyuntural de los precios de la energía. Sin embargo, la tasa de inflación que mira de cerca la Reserva Federal –el deflactor del gasto de consumo excluida la volatilidad de los precios de alimentos y energía- se encuentra estabilizada en 1,3% anual, bien por debajo del objetivo de la Reserva Federal (2%). Sobre todo cuando una nominalidad definida por salarios creciendo por debajo de la inflación minimiza las chances de una espiralización inestable en la carrera precio-salario. Por suerte, al final de cuentas, la Reserva Federal es independiente y su presidente, Ben Bernanke, hoy está más preocupado por el desempleo que por la inflación.
En el plano fiscal, es el ala conservadora de los republicanos exacerbada por los representantes del Tea Party, la que impone innecesariamente la restricción fiscal de cortísimo plazo (i.e. el ajuste fiscal), cuando la dinámica económica demanda lo opuesto. Máxime cuando a pesar del agujero fiscal en USA (déficit de 9% del PBI), la vulnerabilidad financiera resulta acotada en un mundo que se refugia en los títulos de deuda de USA, escenario consistente con un costo financiero muy bajo (2,5% anual) para el fisco norteamericano.
Por el lado de Europa, la inconsistencia de una unión monetaria que contempla economías con productividades y disciplinas fiscales dispares, alimenta la incertidumbre financiera del mercado. Incertidumbre que luego termina siendo exacerbada por un contexto en donde mientras el mercado viaja por ascensor la política de la euro-zona sube por escaleras.
Después de todo, estamos ante una crisis financiera de sobre-endeudamiento privado y público. Y justamente como la recuperación económica debe hacerse a contramano del proceso de desendeudamiento de los hogares (aumento del ahorro privado) y de los gobiernos (ajuste fiscal), la dinámica del crecimiento es muy lenta y el riesgo de recaída está siempre latente. Si bien la política fiscal contra-cíclica resulta eficaz para amortiguar el ajuste del gasto privado y estabilizar la demanda agregada, el pecado original del sobre-endeudamiento no se revierte. Por eso los mercados esperan un nuevo shock nominal vía la herramienta de un QE3 de la Reserva Federal que acelere la inflación y licue el stock de deuda mediante una transferencia de ingresos desde los acreedores a los deudores. Mientras tanto, la volatilidad de los mercados y el riesgo de double dip extienden en el tiempo el escenario de dólar débil y tasas de interés de corto en cero, en un mundo que seguirá creciendo a dos velocidades.
*Analista de Estudio Bein & Asociados
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