Finalmente, la política se pronunció a favor de la contención del riesgo sistémico en la zona euro. Y si bien los detalles recién se darían a conocer en la próxima reunión del G-20, la señal sirvió para estabilizar los mercados.
El acuerdo contempla básicamente tres puntos:
1) Una quita “voluntaria” de la deuda soberna griega del 50% que apunta a reducir el ratio deuda a PBI a 120% del PBI en el año 2020 desde el 160% que tenía antes de la quita.
2) Un aumento de 106.000 millones de Euros en el capital de los bancos europeos para hacer frente a la quita mencionada y a las pérdidas derivadas de la corrección de los precios de los demás activos alocados en sus balances. Con tal fin, los bancos deberán primero agotar las fuentes de financiamiento privadas a través de la emisión de acciones y el recorte de dividendos y comisiones, para luego acceder a las arcas de los gobiernos y, en última instancia, a la liquidez disponible en el Fondo Europeo.
3) Y un aumento en la capacidad prestable del Fondo Europeo para contener el contagio financiero hacia los balances de los bancos y hacia los países “too big to fail” (“demasiado grande para caer”) de la zona euro (i.e. Italia y España). Aumento que si bien no trascendieron los detalles de cómo se llevaría a cabo, no implicaría un incremento en el fondeo de los países, sino una expansión de su poder de fuego vía el apalancamiento del fondo existente. Esto permitiría aumentar la capacidad prestable del Fondo Europeo de los 440.000 millones al billón de Euros para comprar deuda soberana y estabilizar las tasas de interés, proveer crédito preventivo a las economías fiscalmente comprometidas y sostener el capital de los bancos que no encuentren fuentes privadas de financiamiento.
Si bien los mercados recibieron con optimismo el comunicado, la “cola del diablo” puede aparecer en la letra chica. Sobre todo, si para cumplir el punto 2 sin el estigma que implica la ayuda oficial, los bancos intentan aumentar su posición de capital liquidando activos y restringiendo el crédito. O si en su defecto, falla el mecanismo de apalancamiento y el monto de salvataje involucrado resulta insuficiente. Por último, la quita de la deuda griega del 50% disfrazada de acuerdo voluntario para no gatillar el pago de bancos y aseguradoras que vendieron seguros contra default (CDS) podría reducir la credibilidad en los mercados de “CDS”, aumentando la prima de riesgo de la deuda soberana de los países fiscalmente comprometidos. Aunque es cierto que en los momentos de aversión al riesgo el instrumento jugó exactamente al revés ya que la compra de la cobertura sin la necesidad de tener el activo subyacente era un mecanismo especulativo per se.
Después de todo, tarde, pero seguro, la política de la zona euro emitió la señal de que no va a permitir un nuevo evento de crédito como fue la quiebra de Lehman Brothers del 2008, algo que el mercado había valuado apenas tres semanas atrás cuando parecía inminente una salida desordenada de Grecia. Sin embargo, los problemas de una unión monetaria con disciplinas fiscales y productividades divergentes seguirán presentes en una zona euro que a diferencia de EE.UU., Inglaterra y Japón, no cuenta con un Banco Central que funcione automáticamente como prestamista de última instancia de los gobiernos. En este contexto, no se descartan nuevos episodios de tensión financiera, en un mundo desarrollado que, para fortuna de las economías emergentes, seguirá manteniendo tasas de interés bien bajas por tiempo extendido.
*Analista de Estudio Bein & Asociados.
|