Finalmente, y a sólo cuatro días del inicio de su segundo mandato, la Presidenta anunció la conformación del nuevo gabinete. Gabinete que llega con pocos cambios limitados a la Jefatura de Gabinete, el Ministerio de Economía y el Ministerio de Agricultura, todos espacios que habían quedado vacantes luego de que sus antiguos ocupantes ingresaran a cargos electivos.
Puntualmente, el ascenso del actual Secretario de Finanzas a titular de la cartera económica está en línea con el resto de los anuncios y medidas tras el contundente resultado electoral del 23 de octubre. Anuncios y medidas que apuntan a ajustar ciertos desequilibrios del “modelo” de cara a un 2012 en que el país presentará menores colchones y ya no le sobrarán dólares. Sobrante de dólares que fue marca registrada del país desde la salida de la Convertibilidad, y que le permitió atravesar la peor crisis desde la Gran Depresión sin los eventos disruptivos que caracterizaron la historia argentina de las últimas tres décadas. El establecimiento del cepo a la demanda de divisas para frenar la fuga de capitales –apretón monetario mediante, acrecentado por la salida de depósitos en dólares derivada- al igual que los anuncios en pos de reducir los subsidios -y por ende moderar el crecimiento del gasto público- y los intentos por poner un tope a la negociación salarial que arrancaría en febrero/marzo, son todos indicios de que el Gobierno apunta a limitar la devaluación de la moneda, buscando encontrar una consistencia con el resto de las variables. El anuncio respecto a quien va a ocupar la cartera de economía, va en la misma dirección, ya que con sus más y con sus menos es una señal al mercado respecto a que va a haber algún intento –no necesariamente en forma directa- de abrir el crédito, condición necesaria para estabilizar las reservas en un contexto donde la posibilidad de seguir recurriendo al BCRA para pagar los vencimientos de la deuda, y manejar al mismo tiempo una devaluación acotada, llega a su fin con el pago del cupón PIB en diciembre de este año. En efecto, con un margen de maniobra considerable, y una hoja de balance del Sector Público que resultaría la envidia de cualquier país del G-7, pero con una tasa de interés implícita similar a la de los países en problemas, el Gobierno se apresta a enfrentar un año en el que deberá administrar la macro con una sintonía fina a la que hasta ahora no debió apelar. Sintonía fina que se requiere para evitar que el ajuste sea gatillado por un salto cambiario más brusco y que, en última instancia, termine frenando el crecimiento vía una baja del salario real, con un mundo que no necesariamente va a acompañar. * Directora y Economista de Estudio Bein & Asociados |