Grecia: Entre la espada y la pared…

El martes pasado, la política de la Zona Euro anunció el segundo plan de rescate a Grecia por 130.000 millones de Euros que se da en simultáneo con la quita nominal de la deuda griega en un 53,5% a partir de la instrumentación del canje “voluntario” de los títulos en manos de los acreedores privados.
¿Fin de la crisis griega?
Lamentablemente, no. Es cierto que el paquete de rescate sirve -y no poco- para ganar más tiempo en una Zona Euro donde los bancos están atiborrados de deuda soberna y no tienen suficiente capital para amortiguar el impacto de un default (riesgo sistémico). Sin embargo, el problema estructural de una unión monetaria donde conviven disciplinas fiscales y productividades divergentes sigue sin resolverse. Situación que se origina en una Zona regida por una Alemania que -sin olvidarse del episodio de la hiper-inflación de los años veinte- sigue priorizando la lógica del riesgo moral en medio de una crisis sistémica. Lógica que se ve plasmada en el ajuste nominal que impone la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) como condición necesaria de la liquidez del prestamista de última instancia que mantiene a Grecia dentro de la Zona Euro. Evidentemente, la inconsistencia del ajuste nominal en una coyuntura de desendeudamiento privado y alto desempleo no se hizo esperar: la economía griega acumula una caída del PBI en torno al 15% que -desplome de la recaudación mediante- impide alcanzar la meta de déficit fiscal impuesta por la Troika, a pesar de los sucesivos anuncios de recortes del gasto nominal.
Ahora bien, más allá del parecido en lo que hace a desequilibrios internos y externos y a variables económicas como el tipo de cambio real, muy lejos del equilibrio, hay diferencias no menores, que dificultan la extrapolación para recomendarle a los griegos el “modelo argentino”. Por un lado, los fundamentos de los que parte Grecia son mucho peores: el nivel de deuda pública y de las familias es tres veces mayor al argentino entonces y los déficits gemelos que mantiene son más del doble de los que mostraba la Argentina a fines de 2001. Asimismo, la totalidad de la deuda y de los pasivos del sistema financiero están en euros, por lo que una salida del esquema monetario implicaría en lo inmediato -al igual que en el caso argentino- un default y una quiebra del sistema financiero que harían colapsar el nivel de actividad y el empleo. En el caso argentino, la caída del PBI acumuló 20% (10% antes de la devaluación y el resto en los meses posteriores hasta alcanzar un piso en junio de 2002) en tanto la transferencia de riqueza desde los ahorristas a los tomadores de préstamos por la pesificación asimétrica contribuyó a estabilizar los balances de los bancos.
Adicionalmente, vale recordar que la ventaja cambiaria que la Argentina logró luego de la salida de la convertibilidad se vio potenciada por un fuerte shock positivo de términos del intercambio -que crecieron casi 20% en el año posterior a la salida del esquema cambiario y que acumulan más del 60% hasta hoy- y por el salto tecnológico en el agro que permitió duplicar la cosecha en 10 años. En el caso griego, resulta difícil esperar una dinámica semejante que impulse la contribución de las exportaciones netas al crecimiento del PIB en una economía que vive básicamente del turismo. Es por ello que, aun cuando Grecia puede aprender varias lecciones de la experiencia local (como la inviabilidad política y social del ajuste nominal), cualquier recomendación debe tener en cuenta el contexto particular por el que atraviesa, y en el cual está inserta, la economía griega.
En el mientras tanto, Grecia continuará con el ajuste lento, reestructuración de su deuda y prestamista de última instancia mediante, en una economía que tiene pocas chances de revertir el ciclo. Desafortunadamente para los griegos, no se puede descartar un escenario donde el final del ajuste nominal sea la salida de Grecia del Euro con un ajuste rápido a la Argentina de 2001, si en algún momento Europa encuentra la forma de reducir el contagio sistémico. Por ahora, la liquidez del Banco Central Europeo inyectada a los bancos limita el impacto directo sobre sus balances, aunque el contagio a los demás países de la periferia está lejos de estar resuelto.
*Analista de Estudio Bein & Asociados