Atraso cambiario e Inflación

En su discurso de apertura de las Jornadas Monetarias y Bancarias 2012, la Presidenta del BCRA reconoció que “tuvimos también una apreciación real del tipo de cambio en  la Argentina” y agregó que “desde el punto de vista de los desafíos del desarrollo de los mercados internos no es lo mismo tener menor competitividad del tipo de cambio por una apreciación nominal que por una apreciación real, sobre todo si detrás de la apreciación real lo que está ocurriendo es un aumento de lo salarios de los trabajadores de la Argentina”. Aun cuando resulta curioso que la Presidenta del BCRA hable de “apreciación real”, considerando que los propios datos de la entidad monetaria, elaborados con los índices de precios oficiales, ubican al tipo de cambio real multilateral en los niveles de junio de 2002, vale la pena analizar esta afirmación.

El argumento es defendible desde la política, y es evidente que no hay nada mejor para conseguir apoyo en las urnas que dar aumentos sistemáticos del salario en moneda local por encima de la tasa de devaluación. Sobre todo si el mundo nos ayuda, como ocurrió en los últimos años con precios de los commodities récord y saltos tecnológicos que removieron la frontera agrícola rígida, corriendo hacia adelante la restricción externa. Esto a pesar de la duplicación de las importaciones -en términos per cápita y a precios constantes- respecto a los mejores años de la Convertibilidad, resultantes del aumento en el consumo gatillado por la dinámica salarial  y del empleo mencionadas.

Esto fue lo que vimos desde mediados de 2002 y es lo que se dio en llamar “modelo”. Al principio defendido como modelo de tipo de cambio alto, cuando el dólar caro era la herencia de la devaluación que había reconocido el Gobierno anterior luego de que la fuga de capitales se llevara puesta a la Convertibilidad cuando el país perdió el crédito. Y hoy, luego de años de aumentar los salarios en pesos a tasas arriba del 20% anual (30% en 2010 y 2011) con un dólar que se movió mucho menos, se vanagloria de tener los salarios más altos de la región y reconoce que el modelo es mercado interno sin considerar el impacto sobre los sectores que hicieron los deberes, aumentaron el valor agregado local y ganaron mercados de exportación.

Ahora bien, desde el punto de vista de la sustentabilidad de la política y su impacto sobre el desarrollo del país, la afirmación presenta algunas problemas, en la medida que la resultante de un tipo de cambio que funcionaba como ancla para contener la inflación mientras los salarios crecían a las tasas mencionadas, el BCRA empezaba a financiar en forma creciente al Tesoro y las tasas de interés apenas alcanzaban la mitad de la inflación, fue la caída en la demanda de pesos. O lo que es lo mismo el aumento en la fuga de capitales que el Gobierno financió hasta las elecciones sin ninguna discusión.

De aquí la necesidad, en el tercer estadio del modelo, de imponer restricciones al acceso a la compra de dólares para atesoramiento con el fin de logar que los argentinos se queden con los pesos, forzándolos a financiar el impuesto inflacionario. Restricciones que en el corto plazo pueden tener un impacto favorable sobre el consumo y la inversión defensivos, siempre y cuando se financie el aumento indirecto en la demanda de dólares que generan ambas estrategias, pero que a mediano plazo no resultan consistente con una estrategia de desarrollo.

Reconocer el atraso cambiario es un primer paso, aunque también se requiere pensar en como encararlo más allá de su justificación. La debilidad del dólar a nivel global de la última década y la estabilidad de precios que dejaron los años de la Convertibilidad, daban al país una oportunidad inédita para avanzar en la pesificación voluntaria de la economía, algo que sí aprovecharon países de la región como Brasil, Perú y Uruguay. Partiendo de la situación actual, y reconociendo que el problema existe y no es virtuoso, sólo se puede intentar corregir esta distorsión con un esquema de política económica a tres años, de reducción de la nominalidad, en conjunto con una devaluación algo más elevada del peso –aprovechando la prohibición del cambio de portafolios-. No es sencillo para la política cuando esto requiere fundamentalmente de la consistencia fiscal, de una menor dependencia del financiamiento del BCRA, de una tasa de interés más alta que estimule el ahorro en la moneda local y de un acuerdo marco para la política de ingresos.

* Directora y Economista de Estudio Bein & Asociados