Apertura de la negociación con el Club de Paris, “acuerdo con el FMI” para elaborar un índice de precios con base nacional alternativo al CER (no lo reemplaza y en el mejor de los casos demoraría al menos un año) y convocatoria a un Pacto Social para apuntar a moderar la tasa de inflación a partir de una mayor “racionalidad” en las demandas salariales, son todas muestras de un giño hacia una mayor moderación. Evidentemente, no es la primera vez que esto ocurre, y luego no ocurre nada, pero por lo pronto el “giño” parece una buena noticia. Dejar de negar la inflación (aunque nunca se reconozca la historia de los últimos años) y apuntar a reconstruir un ancla estadística, son pasos necesarios para intentar moderar una tasa de inflación que empieza a ubicarse en niveles incómodos, hasta para la Política. Política que hasta ahora, junto con los sindicatos y los trabajadores sindicalizados venía estando entre los principales beneficiarios de este esquema. Por el impuesto inflacionario en el primer caso (una tercera parte del aumento nominal en la recaudación y una parte de las utilidades del BCRA transferidas al Tesoro), y por las conquistas de ajustes nominales “conseguidas” por los sindicatos que derivaron en muchos casos en fuertes recomposiciones de sus ingresos por encima de la inflación.Ahora bien, 2010 finalizará con la tasa de inflación más elevada de los últimos ocho años: Luego del aumento del IPC de 41% en 2002 a la salida de la Convertibilidad (con un salto cambiario del 300% y una economía con una cuarta parte de la Población Económicamente Activa desocupada), pasamos a una inflación del 3,7% en 2003 (con un tipo de cambio que volvió de US$4 a US$2,8). Luego duplicamos año a año, al 6,1% en 2004 y al 12,3% en 2005, cuando la economía empezaba a mostrar signos de recalentamiento a partir de una brecha de producto que estaba cerrándose. En 2006 volvimos a ubicarnos por debajo del digito (9,8%), aunque se arribó a esta situación sólo con “acuerdos de precios” y la prohibición de exportar carne para estabilizar los precios internos; esta medida generó en enorme desincentivo a la oferta ganadera cuyas consecuencias estamos pagando ahora. En 2007 y 2008, el control de la inflación pasó a ser el control del índice: mientras el IPC Estudio Bein muestra una suba de precios en torno a 20% cada año, para el INDEC la inflación fue de 8,5% y 7,2% respectivamente. En 2009, crisis mediante, el consenso de las proyecciones privadas muestra que la inflación se ubicó en torno a 15/16% y este año, sin la carne, el aumento del 24% ascendería a 20%. Precisamente, la duplicación del precio de la carne vacuna contribuyó a acelerar la tasa de inflación. En forma directa, sólo por su aporte al IPC, agrega 4 p.p. Pero en forma indirecta adicionó otros 4/5 p.p. vía efectos de segunda ronda. Como venimos mencionando, el salto en la inflación en los primeros tres meses del año, cuando se alcanzaron tasas anualizadas mayores a 30%, disparó las paritarias. Sin una estadística creíble y un Gobierno que negaba la inflación en vez de explicar que parte de la aceleración estaba dada por la recomposición de un precio relativo pendiente, (en fin una buena noticia para la oferta ganadera a mediano plazo, a pesar del impacto de corto sobre el bolsillo) las paritarias pasaron del 18/19% que se proyectaba fines de 2009 (veníamos de una inflación del 15,5% y un aumento del precio del dólar de 10%) al 23,5% en febrero con los docentes y posteriormente los bancarios, y por arriba del 35% para todos los acuerdos que se cerraron después de mayo (con excepción de la del sector público y camioneros que a diferencia de años anteriores no sirvieron como benchmark para fijar las subas salariales acordadas).Dejar de negar la inflación y restituir un ancla estadística (aunque nunca se reconozca el pasado) son pasos necesarios para empezar a enfrentar el problema de la inflación que, en un nivel en torno a 24%, se ubica claramente por encima de la óptima. Entendiendo a esta última como “aquella que no incide en las decisiones de consumo de las familias ni de inversión de las empresas”. Pero también se requiere una moderación en las políticas fiscal y monetaria. Los anuncios de gasto electoral que arrancaron con el pago de una vez a jubilados y que seguramente se sucederán en las próximas semanas, montados sobre una dinámica del gasto público que desde septiembre volvió a crecer al 40% interanual y, una política monetaria que mantiene las tasas de interés que remuneran el ahorro en la mitad de la inflación y emite pesos para sostener el tipo de cambio -en un mundo donde el dólar se devalúa-, no apuntan al objetivo de bajar significativamente el ritmo de aumento de los precios. De todos modos, al “modelo” todavía le sobran dólares, que permiten sostener un nivel de consumo de importados que, a precios constantes, duplica al del mejor año de la Convertibilidad. Esta dinámica no es sustentable para siempre, ya sea porque la trayectoria del consumo vuelve a generar la restricción de dólares, o porque cambian las condiciones externas (de precios internacionales altos y tasas bajas). No obstante, de cara a 2011, pero también a 2012, el escenario aparece despejado. Nuestras proyecciones sostienen un crecimiento de la economía de 6,5% el próximo año, con una inflación en torno a 24%, y un aumento de salarios del 28%. Si los acuerdos sociales anunciados tienen éxito, y se logra una pauta salarial en torno a 22%, con dólar quieto, tarifas congeladas y sin una nueva duplicación en el precio de la carne, la inflación en 2011 podría finalizar en torno del 20% (igual que en el 2010, cuando se excluye del índice el precio de la carne). Una nueva escalada en los precios de los commodities podría complicar esta proyección, aunque al mismo tiempo extendería el escenario de sobrante de dólares por la cuenta corriente externa. *Economista y Directora de Estudio Bein & Asociados |