Argentina y Brasil, distintos caminos, similares desafíos.

Por diferentes caminos, la Argentina y Brasil avanzaron en la última década con modelos de crecimiento que llevaron a la mejora en la calidad de vida de millones de personas y la consecución de niveles inéditos de consumo popular, aunque en última instancia, sin señales orientadas a lograr un salto apreciable en la inversión en los sectores transables, terminaron chocando (otra vez) con la restricción presupuestaria.

La economía brasileña enfrenta hoy la difícil agenda política de avanzar en la recuperación del equilibrio fiscal y en la recomposición de la competitividad de la economía para mantener la “reputación” en los mercados y el financiamiento a tasas bajas que le permita suavizar el ajuste de las cuentas externas, frente a la corrección de los precios de los commodities y la expectativa de suba de tasas de la Fed.

Sin embargo, en el mientras tanto, la inviabilidad del ajuste fiscal frente a un gobierno que pierde aprobación social y una economía que se ubica en zona de contracción, agrega mayor incertidumbre en torno a la estabilidad del grado de inversión de la deuda, presionando sobre la suba del costo de fondeo internacional y la devaluación de la moneda.

La acumulación de los desequilibrios fiscales (-0,7% del PBI el déficit fiscal primario) y externos (-4,5% el déficit de la cuenta corriente externa en 2014) resultantes de la pérdida de competitividad asociada al atraso cambiario y a las altísimas tasas de interés reales en la economía brasileña, vis a vis una política fiscal que siguió de largo con la dinámica del gasto público, llegaron a un punto de inflexión una vez que el fortalecimiento del Dólar en el Mundo y la corrección de los precios de los commodities gatilló la salida de los capitales. Hoy, mientras el total de la deuda externa bruta (en su gran mayoría privada) en Brasil alcanza US$699.298 millones (en torno al 40% del PBI), las reservas se mantienen estancadas en torno a los US$370.000 millones.

La ventaja de la economía brasileña reside en que tras veinte años de mantener un esquema de tasas de interés reales bien positivas -en los últimos veinte años, la tasa de interés de referencia promedió 16,6% frente a una inflación promedio en torno al 6,6% anual- hoy cuenta con un “ancla nominal” que le permite acotar el traslado a precios de la devaluación. De todas formas, el esquema de “dominancia monetaria” en Brasil que ayudó a construir un “ancla nominal” a partir de un esquema de tasas de interés reales bien altas –con una transferencia de ingresos desde las empresas y las familias al sistema financiero que solo fue parcialmente compensada con el aumento de la participación del crédito a tasas subsidiadas- se vuelve perverso y pro cíclico en los contextos de salida de capitales y recesión.

Por el contrario, la capacidad de la Argentina para mover el tipo de cambio de referencia resulta mucho más acotada, luego de años en que la “dominancia fiscal” sobre el balance del BCRA y las tasas de interés reales negativas dejaron pasar la oportunidad para iniciar la construcción de una moneda que brindaron los años de Dólar débil e hiper-liquidez global. Pero, a diferencia de Brasil, la Argentina presenta una inédita situación de solvencia, producto de años de desendeudamiento, con una deuda en el mercado en divisas que resulta inferior a 10% del PIB. Este último punto, junto a un sistema financiero que opera mayormente en pesos y restricciones cambiarias que alejan escenarios disruptivos donde el mercado pueda vaciar de reservas al BCRA, constituye una enorme fortaleza de la Argentina para encarar la agenda del desarrollo hacia adelante.

Agenda que tiene un pata “interna”, orientada a empezar a resolver las distorsiones de precios relativos (fundamentalmente los problemas de competitividad en los sectores transables y la porción de subsidios mal direccionada que deteriora el frente fiscal sin ayudar a quienes lo necesitan) y una pata “externa”, orientada a aprovechar la solvencia para recurrir, sin recaer en un nuevo ciclo insostenible de endeudamiento, a un financiamiento externo que de margen para graduar las correcciones y financiar las mejoras en infraestructura y logística que el país requiere para dejar atrás definitivamente la “trampa de los ingresos medios”.

En Brasil, en cambio, las perspectivas no lucen favorables. Seguir sobre reaccionando con la “agenda interna” de ajuste fiscal para mantener el grado de inversión de la deuda no luce sostenible ni desde el punto de vista de la economía real ni desde el margen de la gobernabilidad política.