La escalada de la dinámica financiera y política hace que la comparación con Venezuela aparezca cada vez más en las consultas que recibimos.
Ambas economías se vieron favorecidas por el salto en los precios de los commodities durante la primera década del ’00 y ambas maximizaron el crecimiento de corto plazo vía una distribución del ingreso no sostenible. Ambas llevaron el gasto público a PIB arriba del 40% y ambas forzaron una mejora de los salarios bien por encima de su productividad. Ambas chocaron cuando la caída en los precios de los commodities derrumbaron las exportaciones, mucho más agresivamente en Venezuela.
Sin embargo, hay diferencias significativas en el funcionamiento de la economía y de la política que no hacen extrapolable la dinámica. Ni la posibilidad de convivir durante más de siete años con una brecha cambiaria muy arriba del 100% desacoplando los precios internos de la economía como ocurrió entre 2007 y 2014. Ni mucho menos la viabilidad de sostener “la gobernabilidad” frente a un derrape de la economía con una hiperinflación sostenida que en dos años agregó cinco ceros a la moneda.
En relación a la economía, la estructura productiva es bien distinta. Venezuela es un país importador de alimentos, y exportador de combustibles, estos últimos producidos por la compañía estatal (PDVSA). O sea, los dólares de la exportación iban en forma directa al Banco Central, y el fisco se financiaba en forma directa con las transferencias de utilidades de la compañía. La descapitalización de la compañía resultante derrumbó la producción de petróleo que hasta 2014 fue compensada por la suba de los precios del crudo.
Los combustibles representaron históricamente el 90% de las exportaciones venezolanas y el 50% de los ingresos fiscales. En Argentina, la estructura exportadora es sensiblemente más diversificada. El estado se “apropia” de parte de las exportaciones vía retenciones e impuestos, y además la liquidación es obligatoria dentro de determinados plazos, pero la producción es privada. Esta es una diferencia no menor para responder la pregunta respecto a la viabilidad de la brecha cambiaria en niveles superiores al 100%.
En el cepo anterior, con una brecha promedio de 45%, un productor sojero se llevó la mitad del precio en dólares, la otra mitad era retenciones y brecha. Con la brecha cambiaria del 120% y las retenciones actuales un productor sojero se lleva un tercio del precio en dólares marginal, un tercio son retenciones y el resto es brecha. Por sobre estos niveles la liquidación se frena y el BCRA pierde reservas. No es un problema de competitividad del tipo de cambio, es un problema de brecha.
Venezuela es una economía que convivió con un cepo muy rígido desde 2003 y una brecha cambiaria arriba del 100% desde 2007 cuando pierde el superávit fiscal (180% la brecha cambiaria en 2009 y 2010) y un desacople de la dinámica de precios interna que se mantuvo hasta 2014.
Hasta 2012 la inflación se ubicó en torno al 20/30% anual y en 2013 y 2014, la inflación se ubicó en 58% y 68% respectivamente con una brecha cambiaria de 474% y 1300% respectivamente. Recién en 2014 el régimen de inflación moderada empieza a transformarse en uno de alta inflación con una tasa de aumento en los precios de 184%. Tres años más tarde Venezuela ingresa en una hiperinflación
La escalada de la brecha en Venezuela ocurre mientras el tipo de cambio oficial apenas se movió. Hubo un salto del 100% en el dólar oficial a mediados de 2009 con la crisis financiera internacional (el preferencial para la importación de alimentos se mantuvo en 2,15 bolívares y el oficial aumentó a 4,3). Hubo un segundo salto en 2015 (el de importación de alimentos aumentó 50% a 6,3 bolívares, el oficial saltó 200% a 12, y había uno libre sin intervención que para entonces cotizaba a casi 1000 bolívares).
Hasta 2015, el Tesoro se aprovechaba de la brecha cambiaria, colocando deuda en dólares que era canjeada por bolívares a través del SITME a un tipo de cambio 50% más alto que el oficial. Este esquema era abastecido por dólares del Banco Central que sostenían los precios de la deuda en dólares.
Este desacople de la inflación de la brecha cambiaria que se observó en Venezuela se dio en un contexto de alta monetización de un déficit primario que arrancó en 2007 y se ubicó arriba del 7% del PIB a partir del 2009 con un pico de 30% del PIB en 2018. También con un superávit de cuenta corriente muy alto hasta 2008, y que se redujo a un nivel entre 0 y 2% hasta 2014. En 2015, con el desplome en el precio del crudo, las exportaciones se redujeron a la mitad, y la cuenta corriente entró en déficit. En este punto fue cuando el esquema colapsó y Venezuela se fue a la hiperinflación.
En relación a la política, mientras Argentina tiene alternancia, Venezuela tuvo un régimen autoritario que a partir de 2013 que después de la muerte de Chávez, intervino las urnas. El régimen se sostiene con el Ejército detrás y una interrupción del sistema democrático.
Es inverosímil pensar que acá un gobierno se sostenga frente a semejante dinámica económica. El derrape en Venezuela incluye una caída del PIB del 67% desde 2004 y una dinámica de precios que lleva tres años con inflación de más del 50% mensual.
O sea, no hay margen para convivir en Argentina con una brecha cambiaria en estos niveles mucho tiempo sin consecuencias inflacionarias aun con superávit de cuenta corriente. En el cepo anterior, la brecha nunca superó el 80% y en promedio se mantuvo en el 45% aún con déficit externo, pero la expectativa de cambio político en 2015 y la viabilidad de abrir la cuenta capital para recomponer reservas; y fundamentalmente la venta de futuros del BCRA durante 2015 permitió desacoplar los precios locales.
Al mismo tiempo es inviable pensar en un escenario de disrupción monetaria que perdure en el tiempo sin consecuencias políticas. El problema es que la política en Argentina reacciona después del incendio.
Esta crisis era evitable. El manejo de la corrida desde 2018 dilapidando reservas, la no transición después del resultado cantado de las PASO, la demora de nueve meses en el arreglo de la deuda pagando con reservas, la pandemia y el manejo de una cuarentena eterna en un país sin crédito y sin moneda complicaron todo.
Pero aun así, el margen para estabilizar después del arreglo de la deuda con el FMI dispuesto a sentarse en la mesa para negociar en un mundo líquido se mantenía. La señal fiscal y la escalada de la política, las peleas abiertas por el desdoblamiento cambiario y el intento de atar el cepo con alambre terminaron por patear el tablero.