El jueves pasado se publicaron los datos correspondientes al mercado de trabajo del tercer trimestre, donde se continúa observando el impacto de la pandemia y las restricciones a la movilidad sobre ciertos mercados, con alguna mejora en el margen. Para analizar esta dinámica no solo debe tenerse en cuenta el último dato, sino también complementarlo con un marco de tendencias de mediano plazo y el contexto macroeconómico. La reducción marginal de la tasa de desempleo, que alcanzó 11,7%, se explica por el aumento en el empleo (informal y por cuenta propia) y en la búsqueda de empleo gracias a la apertura paulatina de la cuarentena. Sin embargo, el nivel de desempleo no afloja: hay 1,4 millones de desocupados en las áreas urbanas.
Con el inicio de la pandemia y las extensas restricciones a la movilidad en la etapa más dura se registró la destrucción de 2,5 millones puestos de trabajo. La tasa de desempleo, que en el segundo trimestre (abril-junio) del año alcanzó 13,1%, no logra registrarlos plenamente dado que solo considera a aquellos individuos que activamente buscaron trabajo y en medio de las mayores restricciones a la movilidad esto no resultaba tarea fácil o posible, y muchos individuos permanecieron “inactivos” (la población económicamente activa se incrementó en 2,8 millones de individuos). Si bien se registró una de las mayores destrucciones de empleo en años, el impacto no fue homogéneo hacia todos los individuos. Los más afectados fueron aquellos que contaban con trabajos informales (destrucción de 1,3 millones de puestos de trabajo respecto al mismo trimestre del año anterior) y los cuentapropistas (730.000 bajas). Vale remarcar que estos datos solo alcanzan a la población urbana.
Por primera vez, en una recesión donde tradicionalmente el empleo informal funciona en parte como mecanismo de ajuste absorbiendo parte del empleo formal que se pierde, en esta ocasión cayó más el empleo informal y cuentapropista. El empleo formal fue el que más se logró mantener (se destruyeron 266.000 puestos de trabajo) fundamentalmente gracias a las restricciones a los despidos y los programas implementados para mantener el empleo, como el ATP. Mientras en el empleo informal y cuentapropista el ajuste se hizo vía “cantidades” en el empleo formal se hizo vía “precios” (manteniendo nominalmente los salarios y aplicando suspensiones). Los jóvenes y los individuos con menores niveles educativos fueron los más afectados. Pero esto no es historia nueva.
Las preguntas importantes son las siguientes. ¿Cambió algo desde entonces? ¿Los datos del tercer trimestre muestran mejoras? ¿Qué podemos esperar para el futuro cercano?
Con la flexibilización de las restricciones a la movilidad se observa una mejora en el tercer trimestre (julio-septiembre) del empleo: la tasa de empleo se ubicó en 37,4% luego del bajo nivel del segundo trimestre: 33,4% y 5,2 puntos porcentuales por debajo del nivel de un año atrás. Sin embargo, la mejora se da principalmente en la creación de empleo informal (440.000 puestos de trabajo nuevos respecto al trimestre anterior) y cuentapropista (230.000 altas). Mientras tanto el empleo formal no mostró mejoras.
En una economía tan incierta y con elevados costos de contratación, es difícil pensar que sin políticas de incentivo se observen incrementos sostenidos. Por otro lado, si bien la tasa de desempleo cayó, esto no fue porque disminuyó la cantidad de desempleados (que de hecho se mantuvo en los mismos niveles del trimestre anterior) sino que fue producto de una mejora en la población económicamente activa (recordemos que la tasa de desempleo es la cantidad de desocupados en relación a la población que está ocupada más la que busca trabajo activamente). Luego del desplome en el segundo trimestre del empleo informal (dado que no contaba con restricciones al despido), empezó la rueda del mecanismo de ajuste donde parte de la pérdida del empleo formal es absorbido por el informal y cuentapropista.
Los efectos de la pandemia se suman a la ya problemática estructura del empleo donde solo un tercio de los trabajadores tienen empleos formales (el resto no cuenta con todos los beneficios de la seguridad social): un tercio son cuentapropistas y un tercio son trabajadores informales. A esto se le agrega que los jóvenes son los que cuentan con mayores tasas de desempleo específicas y en general cuentan con empleos con menor seguridad.
Desde lo macroeconómico, las decisiones y las postergaciones de formulación de política mostraron no ser inocuas en el margen. La escalada de la brecha cambiaria en el mes de octubre agregó aún más ruido a una economía severamente afectada (tanto por la “herencia” como por la dinámica de corto plazo) como lo mostró la dinámica de la producción industrial. De todas maneras, esto no impidió que las expectativas de formación de empleo muestren ligeras mejoras en el margen.
Sin un sendero de estabilización con mecanismos de convergencia hacia menores niveles de inflación que amplíen los horizontes de planeamiento (y aumenten las oportunidades de inversión,) la concreción objetivos parciales encuentran mayores dificultades que en países que ya lograron una estabilización. El estancamiento macro y la imposibilidad de lograr consensos no resultaron inocuas en términos de tendencia de generación de empleo (donde el empleo privado formal se encuentra estancado desde el 2012).
A una economía golpeada se le suman presiones nominales de diferentes frentes, donde los salarios conforman una variable no trivial. Los objetivos de una mejora salarial y un impulso “de demanda” no siempre resulta fácil de conciliar con otros objetivos de política económica en un contexto de baja calidad institucional. Coordinar el aumento de tarifas públicas, el aumento del tipo de cambio (actualmente en línea con la inflación) y la dinámica paritaria en pos de una mejora salarial en un esfuerzo por reducir la nominalidad se convierte en un manejo sumamente fino de política, que no siempre resulta sencillo.