Las señales de desaceleración del crecimiento chino que ponen en jaque la performance de los precios de las materias primas y el dinamismo del mundo emergente, esconden el agotamiento de un modelo de crecimiento extensivo basado en la incorporación de mano de obra barata. En China, el excedente estructural de mano de obra barata que migra del campo a la ciudad (aproximadamente 15 millones de personas al año) le dio margen a la política para organizar en el contexto de una economía planificada, un modelo de crecimiento dinamizado por una estructura de salarios bien bajos que maximizó las ganancias de competitividad. Las altas tasas de ahorro resultantes de este esquema de precios relativos –incentivado también por un Banco Central de China que compró todos los dólares del excedente externo en pos de mantener sub valuada la moneda- permitieron financiar un proceso sistemático de aumento de las inversiones, en una economía donde el gasto en activos fijos se ubicó por años en torno al 45%, para luego saltar al 50% del PBI, en un intento de la política de compensar el desplome del comercio mundial en medio de la crisis sub prime. De todas formas, la baja productividad asociada al escenario de sobre inversión -concentrado fundamentalmente en construcción residencial e infraestructura en transporte-, en combinación con el intento de la política de aminorar la expansión del endeudamiento de la economía -que saltó en seis años de 114% del PBI a 185%-, implica una señal de agotamiento del modelo en un contexto donde el crecimiento del comercio global sigue sin dar señales de normalización. Más allá de la multiplicación por 16 del ingreso per capita en China en los últimos veinte años, los US$7.300 actuales todavía están muy lejos de los niveles que exhiben las economías avanzadas (45.000 dólares per capita por año) e incluso de los países de desarrollo intermedio (con niveles entre US$10.000 y US$15.000 al año). En algún momento, y a medida que el excedente de la fuerza de trabajo se vaya agotando, el modelo chino necesitará virar hacia un nuevo equilibrio consistente con inversiones en sectores más productivos y con un mayor consumo interno a partir de una mejora en la participación de los salarios en el ingreso total, en una economía con una moneda más fuerte. Por eso, hasta tanto no se dé un verdadero aumento de la participación del consumo privado en la producción total, el espacio de la rentabilidad de las empresas seguirá siendo limitado y los esfuerzos de estímulos “sacados de la galera” con mayor gasto en infraestructura como los que se acaban de anunciar, si bien darán algo de aire transitorio al nivel de actividad, tendrán un vuelo corto. Las señales de desaceleración del crecimiento chino que ponen en jaque la performance de los precios de las materias primas y el dinamismo del mundo emergente, esconden el agotamiento de un modelo de crecimiento extensivo basado en la incorporación de mano de obra barata. En China, el excedente estructural de mano de obra barata que migra del campo a la ciudad (aproximadamente 15 millones de personas al año) le dio margen a la política para organizar en el contexto de una economía planificada, un modelo de crecimiento dinamizado por una estructura de salarios bien bajos que maximizó las ganancias de competitividad. Las altas tasas de ahorro resultantes de este esquema de precios relativos –incentivado también por un Banco Central de China que compró todos los dólares del excedente externo en pos de mantener sub valuada la moneda- permitieron financiar un proceso sistemático de aumento de las inversiones, en una economía donde el gasto en activos fijos se ubicó por años en torno al 45%, para luego saltar al 50% del PBI, en un intento de la política de compensar el desplome del comercio mundial en medio de la crisis sub prime. De todas formas, la baja productividad asociada al escenario de sobre inversión -concentrado fundamentalmente en construcción residencial e infraestructura en transporte-, en combinación con el intento de la política de aminorar la expansión del endeudamiento de la economía -que saltó en seis años de 114% del PBI a 185%-, implica una señal de agotamiento del modelo en un contexto donde el crecimiento del comercio global sigue sin dar señales de normalización. Más allá de la multiplicación por 16 del ingreso per capita en China en los últimos veinte años, los US$7.300 actuales todavía están muy lejos de los niveles que exhiben las economías avanzadas (45.000 dólares per capita por año) e incluso de los países de desarrollo intermedio (con niveles entre US$10.000 y US$15.000 al año). En algún momento, y a medida que el excedente de la fuerza de trabajo se vaya agotando, el modelo chino necesitará virar hacia un nuevo equilibrio consistente con inversiones en sectores más productivos y con un mayor consumo interno a partir de una mejora en la participación de los salarios en el ingreso total, en una economía con una moneda más fuerte. Por eso, hasta tanto no se dé un verdadero aumento de la participación del consumo privado en la producción total, el espacio de la rentabilidad de las empresas seguirá siendo limitado y los esfuerzos de estímulos “sacados de la galera” con mayor gasto en infraestructura como los que se acaban de anunciar, si bien darán algo de aire transitorio al nivel de actividad, tendrán un vuelo corto. |