Cuidado con los que piden devaluar porque sí

El ex secretario de Política Económica y consultor financiero, Miguel Bein, analiza el reciente acuerdo entre los bancos centrales de la Argentina y China, su posible impacto en el tipo de cambio local, las controversias sobre la cotización futura del dólar y las consecuencias de la crisis global.

¿Cómo leer este acuerdo entre la Argentina y China, que tanto sorprendió en las últimas horas? ¿En qué consiste? ¿De qué manera podría incidir en la economía local?
Frente a un escenario internacional de salida de capitales de los mercados emergentes, varios países del mundo habían conseguido reforzar su situación financiera mediante swap de monedas, básicamente con la Reserva Federal. Pasó en Brasil, en México, en Corea del Sur, en Singapur. La Argentina, en su momento, no pudo conseguirlo, y esto, de alguna manera, es un sustituto. Es cierto que el yuan todavía no es una moneda de reserva, pero lo va a ser en los próximos años. Lo que es seguro es que es una moneda dura, que se está apreciando contra el dólar y que se va a seguir apreciando. Además, tiene un respaldo de 2,3 millones de millones de dólares de reserva.
Algunos sectores alertaron sobre una probable reprimarización de la economía, si este acuerdo trasciende lo meramente cambiario. 
Si bien el swap no hace referencia a nada que tenga que ver con el comercio, de parte de China hay un evidente interés comercial en todo esto, además de estratégico. Pero no hay que temer por temer. Swaps de este estilo ya ha realizado China con otros países, y no por eso esos países se han caído del mapa, sino todo lo contrario. Honestamente, me parece que abrir hoy una fuente de financiamiento de emergencia para un país que no tiene prestamista de última instancia es un avance. No va a solucionar los problemas de la Argentina, pero sirve.  
Entre las cosas que sí sorprendieron está el volumen de esta especie de préstamo de contingencia. 
Sorprende el volumen por la dimensión de la economía argentina. Pero, bueno, la Reserva Federal le dio a Brasil 20 mil millones de dólares y a México otro tanto. Es mucho para la Argentina, pero es poco para China. 
¿Qué cambia, en términos concretos para la cotización del dólar, teniendo en cuenta, por ejemplo, que el peso se viene depreciando, en pequeña escala pero de manera significativa, desde hace unos meses? 
Si este swap llegara a significar, en algún momento, que se pueden pagar importaciones de China con pesos, sería una menor presión para el mercado de cambio, y eso sería importante. Pero, en el corto plazo, sirve para decirle a los que están jugando a una devaluación más grande que no deben hacer sólo las cuentas de las reservas que el Banco Central tiene hasta ahora, sino que también sumen las que la Argentina puede llegar a tener a través de estas líneas de contingencia. Es decir, tiene un claro carácter disuasivo contra aquellos que están esperando una devaluación agresiva. 
En ese sentido, circularon rumores sobre una importante devaluación después del 28 de junio. Se dijo que podría llegar a 4,50. ¿Lo descarta como posibilidad? 
Cuanto más crédito tenga la Argentina después de junio, menos necesidad va a haber de mover el tipo de cambio. Cuanto menos crédito tenga, y más se prolongue esto hacia delante, más expectativas de modificación habrá. La Argentina tiene hoy un tipo de cambio cercano al equilibrio, si se mide por el resultado de la cuenta comercial y de la cuenta corriente externa. Esos números dicen que, este año, el país va a tener 8.500 millones de dólares de superávit comercial y 2.700 millones de superávit en cuenta corriente. Dado que el comercio exterior y la cuenta corriente planetaria son de suma cero, que el país tenga esos números a favor es muy bueno. Esa situación superavitaria nos dice que tenemos una paridad cambiaria adecuada. Ahora, la paridad del dólar no se forma solamente por el comercio exterior, sino también por los flujos de capitales. Y eso explica que el punto de equilibrio esté unos centavos por encima de lo que podría estar. 
¿En qué sentido?Desde setiembre del año pasado, con la caída de Lehman Brothers, el aumento de la volatilidad internacional y el contagio financiero hubo un movimiento de retiro de capitales desde la mayor parte de las economías emergentes. Esto generó devaluaciones en estos países, pero no fueron, como se dijo, devaluaciones competitivas, ni mucho menos. Estas economías, que habían abierto su cuenta capital y lograron que las divisas entrasen a raudales a especular en los mercados locales, se vieron en apuros cuando esos flujos comenzaron a retirarse a partir de julio pasado, con la caída de los precios de las commodities. Bueno, eso explica por qué el tipo de cambio de equilibrio hoy no es de 3,50 y sí de 3,75.  
¿Cómo puede impactar el clima político en estos meses, con una campaña en el medio? 
Ése es un factor en el que el Banco Central no tiene nada que hacer. Hay que admitir que éste es un país donde se generan expectativas negativas o incertidumbres por procesos que no tienen que ver con la macroeconomía. En estos casos se produce una presión adicional de dolarización, pero el Banco Central no puede dejar que el tipo de cambio convalide las expectativas de devaluación de los agentes económicos. Para eso utiliza las reservas, y las utiliza bien: para contrarrestar los períodos de alta volatilidad, que tienen razones extraeconómicas. 
Algunos analistas ven un cóctel de riesgo en la conjunción de fuga de divisas, caída de la recaudación, pérdida de la competitividad. 
No es tan dramática la situación como algunos la plantean. Pérdida de la competitividad, por ejemplo, hubo algo luego de tener varios años una competitividad muy alta. En todo caso, el tipo de cambio ya recuperó lo que se perdió por inflación desde principios de 2008. ¿Cuánta competitividad habíamos ganado con Brasil en los años anteriores, antes de la devaluación de Lula? Mucha. No es que cuando se pierde competitividad hay que devaluar y cuando se gana hay que hacerse el boludo. Lo que corresponde es mirar las series largas. Ojo con aquellos que siempre que los vecinos devalúan dicen que perdimos competitividad y piden devaluar porque sí. 
Cuando Brasil revaluaba nadie decía que había que revaluar el peso. Claro. A mí, la verdad, me tienen un poco harto las soluciones conceptuales o alfabéticas a los problemas numéricos. Ahora, hay sectores que aspiran a que el tipo de cambio sea lo más alto posible en cualquier circunstancia. Quieren el salario más bajo el tiempo más largo posible, porque creen que la fuente de competitividad y de productividad está en bajar los costos salariales medidos en dólares. Por suerte, creo que no son la mayoría de los empresarios.

“La crisis en la Argentina fue y será menor”

Lo peor de la crisis, ¿ya pasó o está por venir?Es una pregunta divertidísima y peligrosa. En algún momento, el que diga que la crisis ya pasó va a acertar. En lo personal, creo que la crisis ya pasó en cuanto al contagio financiero internacional. El crédito, por ejemplo, se está reponiendo, pero muy de a poco. Es más: no va a volver a nivel mundial en los niveles previos a la crisis hasta dentro de 8 años, por lo menos. Salimos de la zona de parálisis y derrumbe financiero. El mercado de financiación a las grandes empresas se recupera de a poco y más caro. Y reaparecieron los créditos hipotecarios a tasas muy bajas. Son indicadores de un cambio de tendencia. Ahora, desde el punto de vista de la economía real, hay que reconocer que la crisis todavía no hizo piso y sigue destruyendo empleos en casi todos los países del mundo. Esto será así, por lo menos, hasta setiembre. 
Y, respecto de la Argentina, ¿tendría un efecto retardado o ya se vivió lo peor?El impacto en la Argentina fue y será menor. Y, en cuanto a la destrucción de empleo, también. La nuestra es una economía que siempre tuvo poco crédito y, para esta crisis, ese aislamiento financiero le sirvió como anticuerpo. En ese sentido, el sistema financiero argentino tiene el problema inverso al norteamericano: está repleto de liquidez excedente, pero el crédito no crece, no porque los bancos no quieran prestar sino porque es difícil convencer a las empresas para que tomen esos créditos.