Ante el impacto que tuvo sobre los índices de precios la actualización de las tarifas de luz, gas, agua y transporte, el término core inflation -inflación núcleo o subyacente- volvió a entrar en escena. La primera vez fue cuando la resolución 100 del Ministerio de Hacienda y Finanzas, emitida en marzo pasado, sustituyó la inflación de febrero de la ciudad de Buenos Aires por la de San Luis para el cálculo del Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER), argumentando que el índice de la provincia cuyana reflejaba mejor la inflación subyacente. Nunca el CER se había calculado dejando afuera el cuasi congelamiento tarifario que rigió durante los últimos 12 años.
Posteriormente, el Banco Central en el comunicado semanal referido a las Lebac empezó a incluir este concepto para testear cada semana el ritmo de la inflación relevante para la política monetaria, una vez que quedó en evidencia el impacto que el movimiento tarifario de abril iba tener sobre las mediciones de inflación.
Bienvenido que así sea, una vez que ex post se reconoce que las restricciones propias de la puja distributiva y la inflexibilidad de ciertos precios a la baja no permiten un reacomodamiento limpio o pleno de los precios relativos que, en un modelo de equilibrio general y con una política monetaria consistente, hubiera permitido mantener la inflación estable, como contracara de la adaptación inmediata en la conducta de los agentes económicos. O los débiles argumentos que sostenían que los bienes ya estaban valuados al dólar brecha y que entonces un salto cambiario no iba a provocar nuevas subas en sus precios. O la teoría que afirmaba que el menor financiamiento monetario implícito en la caída del déficit fiscal simultánea al aumento tarifario (por la caída en los subsidios) convertía en deflacionarias a esas subas en los valores de los servicios.
La inflación núcleo o subyacente es la que se denomina inflación monetaria generada por movimientos conjuntos y persistentes en los precios de la economía. Y es la que intenta excluir el impacto directo que sobre la inflación headline o el nivel general de precios genera el brusco cambio en los precios relativos que tuvo lugar en los últimos meses, luego del significativo atraso cambiario y tarifario que acumuló la gestión anterior. Es decir, la que intenta testear si los efectos de segunda ronda del aumento en estos precios se propagan en el tiempo.
A fines de 2004, más de dos años después del mucho más brusco cambio de precios relativos que implicó la salida de la convertibilidad y cuando todavía contábamos con la información del Indec y el BCRA intentaba ir hacia un esquema de metas de inflación, se adoptó como proxy de la inflación core una metodología de medición que excluía precios volátiles o estacionales (frutas, verduras, ropa exterior, transporte por turismo, y alojamiento y excursiones) y los regulados o con alto componente impositivo (combustibles para vivienda, electricidad, agua y servicios sanitarios, transporte público de pasajeros, funcionamiento y mantenimiento de vehículos, correo, teléfono y cigarrillos).
La elección de una metodología de exclusión estable estaba basada en la simplicidad para entender qué contenía el número de la inflación core. Esto es diferente de la modalidad que implica excluir mensualmente aquellos precios con variaciones muy altas, o la de reponderar mensualmente los índices según sus variaciones, o la de usar técnicas econométricas para quitar mes a mes componentes específicos a las variaciones. La adopción de una metodología estable es un dato no menor a la hora de generar la credibilidad buscada.
También es cierto que entonces, con una inflación que rondaba el 6% anual, los movimientos discretos en muchos de los precios de servicios que ajustan una o dos veces por año, tenían impactos sensiblemente menores a los actuales. De hecho, precios de servicios que entonces no estaban tan fuertemente regulados como prepagas o colegios no fueron incorporados en las exclusiones, y hoy, si se utilizara la misma metodología, agregarían una enorme confusión a la medición del core.
El impacto de la educación en marzo y abril es altamente significativo, lo mismo que este año el impacto de las prepagas en junio y julio. Y se podría seguir la lista agregando precios de clubes y gimnasios, entradas de cines y teatro, precios de diarios y revistas, servicio de cable, expensas, etcétera. Todos servicios que ajustan sus precios una, dos y/o tres veces por año, muchas veces en línea con sus propias paritarias, cuando el proceso inflacionario se acelera, pero en ningún caso lo hacen todos los meses (aún en sectores no concentrados, los aumentos tienden a juntarse para no perder market share), ni mucho menos todas las semanas como cuando ocurre durante un proceso de alta inflación en el que los aumentos se tornan continuos. Una opción es seguir agregando exclusiones -de hecho éstas eran aproximadamente un 30% del índice en 2004 -, pero en un extremo se corre el riesgo de que el indicador pierda representatividad.
Parados a hoy, sin estadística oficial, con un dato de la ciudad de Buenos Aires que empezó a publicarse en enero y que, según entendemos, replica la metodología original de exclusiones del Indec pero no lo especifica, y con mediciones de inflación core privadas que agregan mucha más confusión al debate -sobre todo cuando intentan la medición en forma semanal y excluyen además “componentes altamente dolarizados”-, hace falta un nuevo debate y un consenso sobre qué hay dentro de la inflación core.
Obviamente, para esto se requiere que exista un índice de precios oficial. Entendiendo que en junio el Indec lo va a empezar a publicar, sería bueno que a la par se difunda también la metodología de cálculo del índice core, probablemente con una redefinición dados los cambios estructurales en los mecanismos de formación de precios en relación a 2004, cuando después del salto de precios relativos de 2002 la inflación se había reducido, dólar anclado mediante, a 3,6% en 2003 y a 6,1% en 2004.
Ésto último es indispensable, sobre todo cuando el BCRA argumenta semana a semana su decisión de tasas en base al movimiento semanal de “fuentes públicas y/o privadas sin especificar” de la inflación core. Nuevamente, no es que la intención sea incorrecta (es altamente valorable un BCRA que intenta reconstruir una moneda ). Es simplemente que tomar las decisiones en base a datos no publicados y con metodologías desconocidas y ni siquiera homogéneas, genera ruido.