Dos semanas atrás nos preguntábamos si era necesario seguir estirando esta agonía. Plantábamos nuestro temor por la exagerada reacción del Banco Central (BCRA), que intentaba ponerle techo al dólar mientras en simultáneo perdía reservas a un ritmo muy alto, con tasas de interés por las nubes y el acelerado desarme de Lebac.
Se había vendido 60 por ciento de los dólares que habían ingresado del Fondo Monetario Internacional (FMI) y se acumulaba una pérdida de 22.000 millones de dólares desde que arrancó la corrida el 24 de abril pasado.
Advertíamos, entonces, sobre la capacidad limitada para intervenir y la necesidad de barajar un plan de estabilización que distribuya los beneficios y costos de un salto en el tipo de cambio no controlado que asegure que, además de frente externo (caída del déficit de la cuenta corriente por desplome en las importaciones y una señal muy fuerte de rentabilidad a las exportaciones), el cierre sea fiscal en un contexto muy recesivo. Y que en simultáneo modere la dinámica de los precios locales frente al shock cambiario.
A esa altura, ya fallaba el plan B que manejaba el Gobierno, que consistía en acelerar los desembolsos del FMI para dar certeza sobre el programa financiero, bajar el riesgo país y estabilizar la dinámica cambiaria sin una mayor reacción del dólar que, para entonces, cotizaba en torno a los 30 pesos.
El anuncio descoordinado de esto último, antes del aval del FMI, aceleró los tiempos y casi en simultáneo el BCRA se vio obligado a dejar correr el dólar a la zona de 40 pesos, con lo que acumulaba un salto de 100 por ciento desde que arrancó la corrida.
Fue entonces que la política reaccionó. Con pedido de disculpas y en medio de un sainete que incluía noticias encontradas de cambio de ministro de Hacienda en simultáneo al armado del “anunciado anuncio” de medidas que se iban a tomar con el FMI, el Gobierno avanzó con esquema de estabilización parcial.
Este incluía un anticipo del cierre fiscal (la meta de déficit primario se tenía que acercar lo más posible a cero para mostrar el compromiso y acelerar los desembolsos del FMI), freno en la baja de impuestos (contribuciones patronales que en rigor aumentaron, porque se congeló la suba del mínimo no imponible mientras se mantuvo el aumento en la alícuota), y avances en un esquema general de retenciones a las exportaciones que aportarían, según las estimaciones oficiales, 280.000 millones de pesos para cerrar por sí sólo la corrección adicional del déficit de 2019.
Sin profundizar la discusión sobre el sistema (es probable que haya un debate alrededor del formato cuando se negocie el Presupuesto), lo cierto es que con el fisco apropiándose del salto cambiario y con la inminente confirmación de que el FMI adelantará el programa de desembolsos, en la foto el ajuste está.
El déficit de cuenta corriente está cerrando rápido; el bache fiscal, antes de los intereses, iría en la misma dirección y, además, la economía se tornó muy competitiva.
A 37 pesos el dólar bilateral con Estados Unidos en términos reales, duplica al nivel de fines de la convertibilidad y se ubica 65 por ciento por encima del que tenían al cierre de 2015.
Si se compara con la economía que heredó la actual administración, los salarios son 30 por ciento más bajos en dólares y los precios de los bienes, más de 40 por ciento menores, mientras que las tarifas en dólares son 32 por ciento más altas en promedio. Pero esta foto tiene dos problemas.
Recesión y tasas. Con la tasa de interés en estos niveles, no es evidente cuando tocará piso el desplome de la actividad. Y si bien con un dólar tranquilo es factible bajar la tasa de interés, habrá que negociarlo con el FMI.
Pero además, es difícil justificarlo cuando la inflación va en ascenso como contracara del salto cambiario y de la recomposición tarifaria. Dicho sea de paso, tarifas que empiezan a tener un desagio frente a los contratos dolarizados comprometidos por el Gobierno, pero que no tienen margen para funcionar como ancla, como ocurrió en 2002.
De momento, el ancla es la salarial, son las paritarias las que ayudan a moderar el traslado a precios, extender la competitividad a costa de un deterioro en la pobreza y un aumento en la conflictividad social.
Gobernabilidad. El deterioro de la economía se va a empezar a ver reflejado en las encuestas y, si bien no hay una oposición contundente, el vacío de poder genera incertidumbre.
De momento, con los mayores desembolsos del FMI y un déficit fiscal antes de intereses tendiendo al equilibrio, el programa financiero hasta el 2019 vuelve a despejarse y, con un día de rezago frente al manejo de los anuncios, el mercado reaccionó: el dólar bajó y los bonos y las acciones rebotaron.
¿Alcanza el ajuste o en algún momento van a empezar a preocuparse por la gobernabilidad?