El “desafío de corto plazo” y el impuesto a las ganancias

Hace dos meses comentábamos en este mismo espacio que una vez superado el “desafío de cortísimo plazo”, que consistía en estabilizar las reservas tras el drenaje de los meses previos y alejar los fantasmas de desestabilización, el Gobierno iba a enfocarse en el “desafío de corto plazo”, buscando contener las paritarias por debajo del 30% en un intento de moderar el traspaso a precios de la devaluación de enero y el ahora anunciado ajuste tarifario, y estirar en el tiempo las ganancias de competitividad precio obtenidas en la foto. El corto plazo llegó, con un prolongado conflicto docente que se cerró hace sólo algunos días por encima de la meta oficial, gremios más cercanos al Gobierno y/o más afectados por el ciclo pactando acuerdos en torno o algo por debajo de la meta oficial y sectores del sindicalismo opositor llevando adelante el primer paro general del año y el tercero del Gobierno. En este contexto de puja distributiva, con paritarias que en promedio tienden a cerrarse en la zona del 28% (5 puntos porcentuales por debajo de nuestra proyección de inflación) volvió a ponerse sobre el tapete el debate acerca del Impuesto a las Ganancias. Y una vez, más el Gobierno volvió a anunciar que está estudiando una modificación en el impuesto, algo que según trascendió sería anunciado recién en junio. Vale recordar que si bien desde 2006 prácticamente todos los años se fue aumentando el mínimo no imponible, e incluso se terminó por sepultar en 2009 la tablita de deducciones que –parches mediante- generaba saltos discretos en el impuesto, nunca se revisaron las escalas, que son las que en definitiva determinan la alícuota efectiva para cada nivel de salarios. Dicho de otra forma, sólo se fue dejando afuera del impuesto a los estratos más bajos de los niveles salariales, pero quienes quedaron alcanzados empezaron a pagar alícuotas efectivas cada vez más elevadas. Situación que se agravó a partir de 2013 cuando volvieron a aparecer los saltos discretos en el impuesto, primero, con la creación de una nueva tabla de deducciones, exceptuando primero al aguinaldo del impuesto sólo para salarios menores a $25.000 mensual bruto, y luego con la última “reforma” del impuesto introducida de apuro en septiembre del año pasado, que dispuso eximir del pago de Ganancias a todos aquellos que cobraran hasta $15.000 mensual bruto, al tiempo que subió 20% el mínimo no imponible a quienes cobraran entre esa cifra y $25.000, y mantuvo sin cambios a quienes cobraran por encima. A modo de ejemplo, los sucesivos cambios y la nominalidad llevaron a que un individuo cuyo salario asciende a $25.000 y que evolucionó desde 2001 según el índice de salarios privado formal tribute hoy una alícuota cercana al 18,4%, frente a sólo 2,4% en 2001, un fuerte aumento en la presión tributaria que en ningún momento fue votado por el Congreso. Esta situación obliga a un replanteo integral del impuesto, algo que por el momento no parece estar en la agenda ni del Gobierno (preocupado por limitar y/o compensar la pérdida en la recaudación) ni de la oposición (que vuelve a proponer una suba del mínimo no imponible). En este sentido, los proyectos hoy en danza parecen apuntar sólo a la actualización del mínimo no imponible y en todo caso a la creación de un mecanismo de actualización automática de las deducciones hacia adelante, sin considerar un debate más amplio que incluya la corrección de estas distorsiones, una actualización de las escalas del impuesto previa definición de las alícuotas y fundamentalmente como hacer para sostener las alícuotas estables en el tiempo.  Con el impuesto a las ganancias como una de las consignas que se esgrimieron para convocar al paro del jueves, el desafío pasa por encontrar algún mecanismo que alivie la presión tributaria de Ganancias personas físicas ayudando a moderar los aumentos alcanzados en paritarias. Pero esto en un contexto donde justamente lo que se requiere es una moderación del déficit fiscal que reduzca la magnitud del impuesto inflacionario mientras se intenta reabrir el crédito internacional para mejorar el balance del BCRA. Y es probable que una vez más la urgencia por mostrar una medida que a su vez minimice el costo fiscal, deje de lado la necesaria discusión en torno a un impuesto progresivo que es el sostén de los esquemas tributarios de los países desarrollados. Esperemos equivocarnos.