Hacer mal las cosas no es ser progresista

REPORTAJE a Miguel Bein

Economista respetado por su independencia, dice que el problema de la política económica del Gobierno es la mala calidad de su gestión, que se ve en temas como el dólar, la política energética, el bloqueo de las importaciones o los subsidios. El desafío: atraer inversiones.

Por Magdalena Ruiz Guiñazú

Pesos. “La tasa de interés para el ahorro en pesos hoy no defiende el valor del ingreso disponible ante la evolución de los precios”.

En los últimos días se ha hablado insistentemente de la reforma del Código Civil. Probablemente el mayor comentario ha ido hacia el artículo que menciona la posibilidad de pesificar las deudas en dólares; ¿es también una puerta abierta hacia la pesificación de los bonos en dólares?
(El economista Miguel Bein se instala en el escritorio que, mirando hacia el río, recibe el cíclico traqueteo de los trenes que bordean Barrio Parque).
—La verdad que no, aunque, en realidad, cuando apareció colgado el proyecto con las modificaciones introducidas por el Poder Ejecutivo nacional en el Código Civil hubo un tembladeral en el mercado internacional sobre los bonos argentinos que llegaron a bajar hasta un 7% prácticamente en una cuestión de dos horas. En su momento se interpretó que los bonos en dólares emitidos bajo la ley local podían ser objeto de pesificación pero esto no es así. No va a suceder. En primer término lo aclaró en un “off the record” alguien que supongo que es un integrante de la Suprema Corte y luego lo volvió a aclarar el ministro de Justicia. Esto es lo que uno paga cuando cuelga semejante modificación en una página de internet y no la explica. Yo me imaginé, cuando se colgaba esto, que alguien del Gobierno nacional iba a explicar en simultáneo que tenía que ver con contratos entre privados. Que no tenía relación, en cambio, con los títulos públicos ni con los depósitos en dólares. Que no iba a ser retroactivo. Bueno… en fin, todas las aclaraciones que aparecen un día después de que se produce el temblor en los mercados. Y todo por falta de comunicación.
(Y en esa tarde tormentosa del martes 12 señalamos que ésa parecería la razón por la cual cayeron los bonos en la víspera y se disparó el dólar.)
—¿En cuánto podemos estimar el dólar, doctor? Ayer se hablaba de 6,05.
—Bueno, depende qué dólar. Hay uno del que se puede hablar pero que no se puede comprar o vender porque es ilegal. Me refiero al dólar marginal. Ese vale 5,80 o 5,85. Y luego hay un dólar legal que es el que utilizan básicamente las empresas grandes de la Argentina que quieren estacionar dólares en el exterior y por ése pagan 6,50. Es un precio completamente desmedido para lo que es la situación económica de la Argentina. Pero, bueno, es el precio. Y estaría mal decirlo así porque lo cierto es que suena feo, pero la verdad es que uno casi se tienta a invocar esos títulos de película como El precio de la libertad. Recuerda, ¿no? Esas viejas películas de la 2ª Guerra Mundial. En este caso el título podría ser El precio del libertinaje. Cuando hay un mercado completamente cerrado para obtener un determinado producto los precios de ese producto suelen subir muy alto. ¿Cuánto cuesta reservar una mesa en Ushuaia, frente a la costa, el día en que llega un crucero con 3.000 personas? Un montón de plata, claro. Bueno, es el precio de la escasez.
—Y los bonos.
—Los bonos cayeron fuertemente porque los bonos también se están usando como instrumento para este dólar de esa línea de salida de capitales. Los bonos de dólares emitidos bajo ley local suben en pesos y bajan en dólares en el exterior porque ahí compran la Argentina en pesos para enviarlos al exterior y venderlos contra dólares en el exterior. Pero, bueno, semejantes cambios (sobre todo cuando la gente no entiende mucho de qué se trata) requerirían un mayor poder comunicacional y, además, en simultáneo y no un día después. Fíjese que hoy, cuando se aclaró, los bonos recuperaron sólo la mitad de lo que habían perdido ayer.
—Veremos cómo estará el panorama el domingo, cuando se publique este reportaje.
—El domingo, por suerte, no hay mercados. Lo único que hay es fútbol.
—Menos mal que usted se ríe. ¿Qué va a pasar con los plazo fijos en dólares?
—Es la misma historia. Los plazos fijos en dólares no son un préstamo, un contrato de préstamo que se puede devolver en cualquier moneda. Es un depósito como quien deposita joyas en un banco. Es un depósito de una cosa que es un plazo fijo. Por lo tanto tampoco va a pasar absolutamente nada. Ayer, por supuesto, hubo un temor y me imagino que también puede haber hasta aumentado la salida de dólares depositados en los bancos. Innecesariamente. Pero tampoco creo yo que sea esa la intención de la política oficial. Me parece que, en realidad, lo que vimos es producto de la descoordinación que hay en la gestión. Hay un sector trabajando sobre un tema que tiene aristas y, como en una mesa de billar, pega a distintas bandas sobre distintos temas y… no se coordinó.
—Usted habrá observado la angustia, la incertidumbre, que causan estas cosas. Tan es así que, en los bancos, hay lista de espera para lograr una caja de seguridad.
—Bueno, ése es un clásico argentino. Mire, Argentina tiene estas manías por el dólar. En otras épocas, justificadas, porque las situaciones económicas que se habían generado iban mostrando un camino hacia una gran devaluación. Esta no parece ser la situación de hoy. Pero, bueno, los argentinos tienen una historia de amor-odio con el peso, con su propia moneda, desde larga data.
—¿Cómo se modifica entonces esa actitud tan personal de confianza-dólar y desconfianza-peso?
—Mire, los argentinos ahorran en dólares porque no tienen la tranquilidad ni la continuidad de años de poder ahorrar en pesos defendiendo el poder adquisitivo de su sueldo, de sus ingresos. Siempre se compara a los argentinos con los brasileños diciendo: “¡Ah, los brasileños son más patriotas!”. ¡No son nada más patriotas! Lo que ocurre es que llevan 15 años donde la tasa de interés que le pagan al ahorrista, por quedarse en reales en los bancos, es entre 5 y 7 puntos superior a la tasa de inflación. Con lo cual, después de 15 años, pasa una generación entera en la que un brasileño sabe que puede llevar su plata al banco y el banco le paga algo más de lo que aumenta el costo de vida. Entonces, claro, se acostumbra y cuando usted se lo pregunta le contestará “no, ¿para qué quiero el dólar si yo tengo una moneda en la que puedo ahorrar y me defiende de la variación del nivel de precios?”.
Ya hace varios años que en la Argentina (específicamente diría desde 2007) la remuneración del ahorro en pesos es menor a la inflación. La inflación medida, como cada uno quiera medirla.
Mire, nosotros tenemos nuestro propio relevamiento que no es un índice de precios pero es una canasta que medimos siempre. Hay provincias que miden. Está el índice de precios implícito del producto bruto medido por el Indec. Esa es también una medida de la inflación general y está en alrededor de 17% anual. La de las provincias está en 22% y los bancos pagan entre el 11 y el 12% de modo que la gente ahorra en pesos (sin pensar en los precios) sólo cuando sabe que en el país sobran dólares. Y que el dólar no se va a disparar. Entonces, sí sobran dólares porque hay un superávit externo importante y el dólar no se va a disparar. Si el ciudadano saca un 11 o 12% y el dólar se va a mover un 5 o 6%, la gente hace la cuenta y dice “¡ganó el 6% en dólares!”. Entonces no le importa si los precios suben más. Ahora, cuando cambia la situación, y el excedente de dólares del país se termina (que es lo que sucedió en el tercer trimestre del año pasado), cuando se termina el sobrante todos hacen la cuenta y dicen “No sobra más tipo de cambio. El dólar no está más caro pero ahora vale lo que tiene que valer y puede empezar a estar barato”. Con lo cual la gente, naturalmente, si el dólar comienza a moverse más rápido, empieza a comparar la tasa de interés que le pagan en pesos en un banco con la expectativa de devaluación. Esto es lo que hemos visto. No hemos visto un complot ni ninguna cosa rara. Hemos visto un cambio en las condiciones económicas de la Argentina donde la tasa de interés para el ahorro en pesos hoy no defiende el valor del ingreso disponible en relación con la evolución de los precios. Cosa que antes no importaba pero ahora, sí. Porque ahora tampoco te defiende de la expectativa de devaluación. Y esto es lo que hemos visto.
—No sé, doctor, si estos datos publicados son correctos: en mayo, la incertidumbre hizo que se cuadruplicaran los contratos de oro realizados en futuro. Desde 2003 habrían subido un 500% ¿Es lo que la gente llama una inversión “tranquila”, con futuro?
—Mire, yo siempre descreo de las inversiones a las que va mucha gente simultáneamente. Leyendo el Financial Times nadie se hace millonario. Es decir, usando el método en el que uno tira el alimento para pescaditos de colores en la pecera y salen todos nadando a toda velocidad para comérselo, bueno, yo no lo recomiendo. Los futuros de oro son un mecanismo que se hace en pesos. Hubo una fiebre del oro en el mundo en estos últimos seis o siete años cuando las tasas de interés bajaron casi a cero. En el mundo desarrollado las tasas de interés son el gran competidor del oro. Cuando hay tasas de interés del 5% en dólares nadie compra oro. Ahora, cuando las tasas de interés son cero, bueno, hay compra de cualquier cosa que no sea el dólar o el euro. O sea que se compran materias primas. Plata, níquel, cobre. También se compran propiedades, se compra oro y hubo una fiebre del oro cuando tocó su precio máximo en febrero del año 1980, con un valor de 800 dólares la onza. Y luego bajó ininterrumpidamente durante 20 años hasta 235 dólares la onza y, ahora, en los últimos seis o siete años subió de vuelta. De aquellos 235 dólares la onza llegó a tocar casi los 2 mil dólares y ahora corrigió hasta la zona de 1.600 dólares. Mientras las tasas de interés sean bajas en el mundo va a haber demanda por el oro y, también, hay Bancos Centrales, como el Banco de China, que están aumentando sistemáticamente la porción de sus reservas internacionales en oro metálico.
—Intranquilidad por la preservación del bien propio, ¿no? De acuerdo a su larga experiencia como economista, ¿cómo describiría este momento? Por ejemplo, si usted fuera un turista que llega a nuestro país?
—Uno no puede desprenderse de lo que es pero, sin duda, la Argentina viene de un ciclo largo de crecimiento muy fuerte, con niveles de consumo altos (estoy hablando del tiempo después de la crisis 2001-2002) donde el país se encontraba en un pozo. Los salarios habían caído 2/3 en dólares, el desempleo era del 25% y, bueno, la Argentina hizo una recuperación realmente muy fuerte, a un ritmo muy alto, mucho más violento en los últimos dos años de lo que yo hubiera recomendado. De alguna manera, Argentina cumplió ese ciclo de crecimiento al 7, 8 o 9% porque llegó casi a la zona de pleno empleo. No sobran recursos; no sobra energía; no sobra mano de obra calificada; no alcanzan las rutas ni los puertos. No sobran más dólares del sector externo. Los recursos que tiene hoy la Argentina, una vez que cumplió exitosamente toda esta etapa, para llegar del hiperdesempleo casi al pleno empleo, deben dar lugar a un cambio de agenda. Este es un país que tiene un nivel de actividad muy alto pero que no va a poder seguir aumentando a la velocidad que traía porque se estaban usando recursos ociosos. Hoy los recursos ociosos ya no están: para seguir vendiendo autos en el parque automotor hay que hacer otra refinería de petróleo para proveerlos de combustible. Y esa refinería de petróleo vale 2.500 a 3.000 millones de dólares y si no se hacen nuevas rutas, en seis años los autos van a salir de la concesionaria y van a colapsar a los 100 metros. No va a haber lugar para todos. Hoy Argentina tiene el desafío de una agenda que está más relacionada con la inversión que con la explosión del consumo. Ya tuvimos la explosión del consumo y ahora este es un país con una población que crece al 1% anual, está casi en pleno empleo, faltan recursos humanos de calidad y entrenamiento porque han sido ocupados por el campo, la industria o los servicios. Entonces, el desafío hoy es con la productividad. Una vez que la población crece al 1%, si uno quiere crecer al 5% (lo cual sería un gran crecimiento) necesita un 4% de aumento de la productividad. Para crecer 5 necesita 4 de productividad. Y para un 4% de productividad hay que tener una agenda pro inversión. Claramente una agenda que a la inversión en Argentina le falta históricamente, pero todavía a la Argentina le queda el desafío de aumentar fuertemente la inversión en maquinaria y en equipos. No tanto en construcción residencial.
—Claro, pero seguimos dependiendo, por ejemplo, de los buques que traen el gas al país.
—Bueno, sí. Ni qué hablar. Pero me parece que es el resultado de una política incorrecta. Mientras durante años pagamos por el gas importado, por el millón de BTU, 5, 6 o 7 dólares, le pagábamos, en cambio, 1 dólar por el millón de BTU a quien lo producía localmente. Después pasamos a pagar afuera 10 dólares el millón de BTU y 2,80 en Argentina. La señal de precios para explorar y aumentar la producción no estuvo y las consecuencias fueron, en primer término, el estancamiento y luego, empezamos a retroceder en materia de producción. Se puede tener el gas más barato para darle más competitividad a la industria en términos internacionales. Otro ejemplo: uno también puede lograr un transporte urbano más barato para que los trabajadores tengan lugar (con su salario y sin presionar) para poder dedicarle más al consumo y menos al transporte. Ahora bien, la política económica, entre otras cosas, consiste en balancear cuánto más barato. Usted puede tener el transporte barato pero no puede tener un costo del boleto urbano de 1,10 peso (cuando debería ser de $ 5,50). Entonces resulta que viajar, dar una vuelta por la ciudad en colectivo, vale la mitad de lo que cuesta dar una vuelta en la calesita de la esquina. Uno puede tener el gas más barato (y debería tenerlo y sirve porque baja los costos de la industria para la competitividad internacional), pero no lo puede tener al 20% del precio internacional. Bueno, entonces, la gestión, la calidad de gestión, no se define por la orientación. Uno puede tener buenas orientaciones en las cosas que hace. Una buena filosofía puede defenderse también para proteger al país de la invasión de productos que, en plena crisis, los países centrales tratan de exportar. Se pueden hacer un montón de cosas y se puede estar de acuerdo con esas orientaciones, pero los resultados dependen a veces más de la calidad de la gestión, del balance, de hacer los números y le diría que hasta de la razonabilidad que a veces nos cuesta definir como un concepto totalmente numérico, a veces depende mucho más de eso que de la orientación sana o progresista que pueda tener en la vida. Un progresista que hace mal las cosas no es progresista. Y si, además, las hace muy mal, puede dar lugar a una reacción conservadora de las peores.
—¿Cómo se le devuelve la confianza a la gente?
—Tampoco todo el mundo ha perdido la confianza. Hay sectores que tienen confianza. La sociedad argentina es rica. Es diversa. Tiene 40 millones de habitantes. Más de 20 millones de adultos y de estos 20 millones adultos jamás se podría decir que hay una falta generalizada de confianza. En lo relacionado con la economía, vemos sectores que están con falta de confianza porque están en conflicto permanente con el Gobierno. En algunas cosas tiene razón el Gobierno. En otras, creo que no. En algunas cuestiones es razonable. En otras, no.
—Por ejemplo, ¿cómo ve la política del secretario Guillermo Moreno, que cierra la importación y paraliza algunos sectores de la industria?
—No me gusta personalizar. Personalmente yo controlaría las importaciones. Lo que no haría es, en una mesa familiar, retirarle la tarjeta de crédito a todo el mundo, bajo el concepto de que hay que gastar menos. En todo caso, empezaría a trabajar, a poner cupos y a ver cuánto necesita cada uno si fuera necesario bajar el gasto. Cuando se le quita la tarjeta de crédito a todos está perjudicando tanto al usuario de la tarjeta que la usa para salir de noche e ir al boliche, como a aquel que la necesita para hacerse un análisis clínico. Entonces, insisto, lo que no sirve son las políticas indiscriminadas de restricción porque, naturalmente, se cobran su precio en la producción dado que hay unas 30 mil licencias no automáticas que se firman cada mes. Pero, en el interín, quedan líneas de montaje olímpicamente detenidas porque les falta algún insumo. Se pierden entonces uno o dos días de trabajo. Por eso, no es que no haya que controlar y defender a la industria nacional; lo que, a veces, cambia la diferencia entre lo que uno hace bien o mal, es la calidad de la gestión que uno está usando. Si logramos entonces balancear y equilibrar esta idea de que nadie puede comprar dólares… mire, es tan elemental… un gobierno que hace política que ahora se haya puesto en contra en este tema a unas 300 mil personas que no son la oligarquía ni mucho menos y que a lo mejor compraban 300 dólares cada tres meses, es increíble. Son cosas que no tienen que ver con la orientación. Decimos: “bueno, este es un país que si no quiere devaluar fuerte, tiene que cuidar sus dólares…”. Está bien. Pero hay formas y formas. Por cuidar tanto se acaba generando inquietud y, en vez de subir las reservas internacionales, en los últimos meses no han subido nada. La gente ha retirado depósitos de los bancos porque se ha asustado. Y la gente no se ha asustado porque sea paranoica. Se asustó porque alguien no le está comunicando bien lo que está pasando.
—Termina el paro del campo. ¿Cómo evalúa la situación del sector?
—Depende. Hay sectores en los que ha llovido más o donde la sequía ha sido mayor. Casi 800 mil hectáreas están bajo el agua en zonas del oeste de la provincia de Buenos Aires. Mire, el campo, con este tipo de cambio, no es que gane mucha plata pero tampoco pierde plata. En este momento, en la ganadería se gana mucho dinero después de haber perdido durante muchos años en los cuales se destruyó valor por 10 millones de cabezas de ganado. Finalmente la escasez hizo eclosión y hoy los precios que reciben los productores ganaderos son realmente altísimos y están recibiendo buena plata.
—Uruguay exporta más carne que nosotros.
—Claro. Si hubiéramos seguido la política que teníamos hasta 2009 nos hubiéramos comido todas las vacas. O sea, a 3 pesos el kilo vivo en Liniers no iba a quedar una vaca en Argentina en los próximos diez años. Lo que uno ve es claramente que existen situaciones que no deberían darse. Nuestro país necesita dólares. La industria los necesita y no el campo que los tiene en excedente. No se entiende por qué el Gobierno no liberó la exportación de trigo ni de maíz. O sea que, hoy por hoy, a los precios que existen y la necesidad que tiene la Argentina… el país entra a la siembra de la cosecha fina (trigo, cebada, avena, etc.) con la mayor humedad de suelo de los últimos años. Y con señales de que el productor va a poder recibir el llamado precio teórico, que es el que paga la exportación en el exterior menos las retenciones, sin que le quiten ese colchón de 10 o 15% adicional que le quitaban por falta de competencia porque el mercado está cerrado y se van autorizando cupos. Si Argentina lograra que se le pagara en serio al productor (en trigo y maíz) el precio “al costado del barco” (Fas teórico) sin ninguna otra retención adicional como la que ejercían sobre los productores, los molinos harineros, etc., el país podría haber logrado (con esta humedad de suelo) una cosecha de trigo de 20 millones de toneladas en vez de los 14 o 15 que quizás tendremos. En ese sentido, seguir atado a un recetario, a un dogma, cuando las condiciones han cambiado, no tiene explicación.