Una vez que el coronavirus llegó a la región de Lombardía, en Italia, el mercado hizo el click de que el problema empezaba a tener dimensiones globales y dejaba de ser algo exclusivo de una de las dos principales potencias de la economía mundial.
Primero llegaron los reportes de los organismos internacionales. La OCDE proyectó una reducción del crecimiento de 0,5% a nivel global. Pero hizo una aclaración: esto si y solo si la expansión del virus a nivel mundial es controlada en el primer trimestre del año. De no darse esto último, el crecimiento podría reducirse a 1,5%, la tasa de crecimiento más baja desde la crisis financiera internacional en 2008/2009.
Luego se sumaron las declaraciones de la comunidad financiera internacional: por un lado, el G7 anunció que se comprometía a utilizar todas las herramientas necesarias (fiscales y monetarias) para moderar el impacto del coronavirus sobre el crecimiento global. También los principales bancos centrales del mundo desarrollado anunciaban que estaban monitoreando el impacto del virus y que estarían dispuestos a actuar si el contexto lo ameritaba.
Hasta que llegó un sorpresivo recorte de 50 puntos básicos en la tasa de interés de referencia de la Fed. Fue una decisión que sorprendió al mercado no por el recorte en sí, que ya estaba incorporado en los precios de los mercados de futuros, sino porque fue dos semanas antes de la reunión del comité pactada en el calendario. Después se siguieron sumando otros actores relevantes, como el Banco Central de Canadá y el de Australia.
Pero a diferencia de las crisis a las que estamos acostumbrados, hoy la política monetaria tiene pocas herramientas para contrarrestar los efectos negativos de este shock. No sólo porque fuera de Estados Unidos, la tasa de interés en muchos países desarrollados está cerca o directamente (como el caso de Japón) por debajo del 0%, sino por las características particulares de este shock. Si bien la intención de la Fed estuvo puesta en gran medida en estabilizar los mercados financieros, lo cierto es que la duración del impacto sobre el crecimiento global va a depender en gran medida de la gravedad del brote y de las medidas de salud pública que se adopten para contenerlo.
Hoy el virus implica un shock de oferta y de demanda en simultáneo, con interacciones negativas entre ambos. Por un lado, se da una disrupción desde el lado de la oferta: los trabajadores no salen de sus casas y las fábricas cierran temporalmente. En el primer bimestre del año, las exportaciones chinas cayeron 17% respecto al mismo mes del año pasado, reflejando la imposibilidad de satisfacer la demanda externa frente al apagón productivo. Por su parte, las medidas sanitarias operan también desde el lado de la demanda: se reduce el gasto agregado, no sólo porque la gente viaja y gasta menos en turismo, sino también por la crisis de confianza, que lleva automáticamente a un aumento en la tasa de ahorro.
Mientras tanto, las empresas tienen que afrontar sus costos fijos frente a la expectativa de que, una vez que el shock se diluya, sus ventas volverán a los niveles previos, pero la falta de un flujo de ingresos empieza a hacer crujir las cadenas de pagos. Lo mismo pasa desde el lado de los consumidores que tienen que hacer frente al pago de hipotecas y a la compra de bienes esenciales mientras corren riesgo de perder su trabajo.
Además de brindarle un contundente apoyo al sector de la salud, la política económica se debería concentrar en tres aspectos: 1) garantizar liquidez en los mercados de crédito, evitando un credit crunch,mediante la inyección de fondos vía operaciones de repos, 2) ayudar a las empresas a soportar sus costos fijos, ya sea con exenciones impositivas o subsidios y 3) evitar despidos y mantener los ingresos estables de los trabajadores, recortando contribuciones a la seguridad social o subsidiando parte de los costos salariales.
El impacto final sobre la economía global dependerá en gran medida de la duración del virus, que todavía es incierta. Si persiste, la coordinación a nivel global será clave en un mundo con un elevado apalancamiento que enfrenta en simultáneo presiones deflacionarias y un crecimiento que se ha venido desacelerando en los últimos años. Ahí la política fiscal tendrá que ser la que tome la posta, aprovechando las bajas tasas de interés que habilitan un endeudamiento a bajo costo.
Impacto sobre Argentina
Mientras el mundo se complica, Argentina busca renegociar la deuda externa en dólares en un contexto en el que la caída en la tasa libre de riesgo podría jugar a favor.
Pero si el shock persiste, el impacto sobre los spreads de riesgo en los países emergentes podría contrapesar el efecto positivo inicial, poniendo presión a la depreciación del tipo de cambio real en la región. La aversión al riesgo global ya empezó a impactar en nuestro principal socio comercial, que desde mediados de febrero enfrentó una depreciación acumulada del 7%, y que lo llevó a anunciar intervenciones para moderar la volatilidad del tipo de cambio. Pero también enfrentamos consecuencias “reales”. Si bien la caída en las importaciones de China no fue tan dramática como el desplome observado en las exportaciones (4% visávis 17%, respectivamente), lo cierto es que, si el shock persiste, podría empezar a impactar de manera más contundente sobre el precio de los commodities, ensombreciendo nuestra dinámica exportadora y reduciendo el flujo de ingresos de divisas al país, en un contexto donde se deprecian las monedas en la región y se sigue erosionando nuestra competitividad vía una apreciación del tipo de cambio real.
Todavía los precios de las commodities agrícolas (relevantes en la canasta exportadora de Argentina) no acusaron impacto de una caída en la demanda global, en parte por estar vinculados a bienes de consumo esenciales, pero el petróleo ya cotiza en la zona de los US$ 40 luego del pico registrado a fin de año cuando llegó a cotizar levemente por encima de los US $60.
Los riesgos tanto a nivel global como local son elevados, pero todavía estamos a tiempo de que el shock se diluya a medida que el invierno se empieza a alejar y las medidas de cuarentena empiezan a hacer efecto.
Así fue como, a fines de febrero, los mercados financieros entraron en modo “risk off” y la volatilidad empezó a escalar, registrando caídas que no se obserbavan desde la última crisis financiera global, llevando la tasa libre de riesgo del Tesoro de Estados Unidos a la zona del 0,7%, un mínimo histórico que refleja a flor de piel los temores de los mercados globales.