El pico de contagios que colapsó a los sistemas de salud del mundo desarrollado se moderó sensiblemente. Las cuarentenas empiezan a levantarse y las economías a encenderse más rápido de lo pensado, aunque persisten las dudas sobre un eventual rebrote.
A contramano, los contagios comienzan a crecer en forma vertiginosa en el mundo en desarrollo, complicando el levantamiento de las cuarentenas y alargando la agonía de la economía real.
El pánico financiero que había escalado a fines de marzo cuando arrancaban las restricciones al movimiento de personas y el cierre de fronteras, se diluyó. La inédita inyección de liquidez de los bancos centrales y la creación de vehículos especiales para comprar activos financieros, permitió desacoplar la dinámica de los mercados financieros de la economía real. Los commodities recuperaron parte de la caída, se empezó a abrir el mercado de crédito a los países emergentes y sus monedas recortan parte de su brusca devaluación.
En lo que hace a lo local, Argentina enfrenta una aceleración de los contagios en el AMBA con epicentro en los barrios carenciados, cuando arranca la tercera cuarentena. Los indicadores de actividad muestran, al igual que en el resto del mundo, la virulencia del daño en la economía real. Pero la decisión de extender las restricciones para limitar los contagios, genera una escalada en los costos económicos que empiezan a diferenciarse de lo observado en el resto del mundo; por la extensión de la cuarentena, pero fundamentalmente por la menor capacidad de reacción eficaz de la política fiscal y monetaria en un país sin ahorros, sin crédito y sin moneda.
La caída del EMAE de 11,5% en marzo incluye los últimos 10 días del mes con la cuarentena más rígida (la fase 1) y los primeros 20 días donde la economía operaba sin restricciones. Descomponiendo esta dinámica a partir del Google Mobility Report, nos da que la economía habría caído casi 40% i.a. en los últimos 10 días de marzo. Proyectando ese arrastre y considerando la apertura gradual que ya se fue dando desde entonces (fase 3 en AMBA y fase 4 en el resto del país), calculamos un segundo trimestre cayendo en promedio 18% i.a. Aun pensando en una normalización de la economía a partir de julio, la caída promedio en el año va a estar cercana a los dos dígitos dejando un arrastre estadístico positivo en torno a 3/4% para el 2021.
El empleo corrige a un ritmo mucho más lento, pero aún con los programas compensatorios del gobierno para pagar salarios y descomprimir cargas sociales, es difícil pensar que no se produzca un daño adicional sobre el empleo en los sectores tradicionales que no alcanza a ser compensado por el generado en las economías de plataforma que fueron las más beneficiadas de esta coyuntura. Sobre todo, si la salida de la cuarentena se da en forma tan lenta. Mucho más, si en algún momento se decide volver a endurecer las restricciones y escalan los concursos y las quiebras.
Si bien el rebote se empieza a producir sólo como consecuencia del levantamiento de las restricciones, la capacidad para empezar a crecer va a estar asociada además a la forma en la que el país logre estabilizar la demanda de pesos frente a la enorme inyección monetaria de los próximos meses para financiar un agujero fiscal que se ubicaría este año entre 6 y 7% del PIB y evitar así una disparada inflacionaria.
Por lo pronto, la inflación está contenida detrás de un aumento en la demanda de pesos precautoria y anclada en tarifas que no suben, precios que “no están” mientras la oferta esté restringida, una puja distributiva contenida y controles de precios férreos que no permiten el traslado de los mayores costos. Pero referenciando al dicho una golondrina no hace verano, no luce que el 1,5% que dio el IPC en abril repetido en mayo se sostenga en el tiempo una vez que las restricciones empiecen a aflojar con un ritmo de devaluación del dólar oficial (crawling al 2,7% mensual) presionado por una brecha cambiaria en la zona del 60%.
Los intentos por contener la dinámica de la brecha cambiaria restringiendo el acceso y/o vendiendo bonos contra pesos, y los de frenar la sangría de reservas limitando el acceso al Mercado oficinal (MULC) de aquellas personas jurídicas que o bien cancelaron deuda comercial o bien tienen dólares en el exterior, funcionaron en el corto plazo. El dólar de contado con liquidación bajo más de 10 pesos desde los máximos, el BCRA volvió a comprar casi mil millones de dólares en los últimos once días y las reservas netas retornaron por sobre los US$7 mil millones. Pero esto ocurre a costa de que los importadores empiecen a valuar los stocks al dólar marginal generando un faltante de precios en la economía en la mayor parte de productos e insumos importados que, de no destrabarse la operatoria, empezarían a filtrarse sobre precios y/o podrían provocar desabastecimiento si estas trabas conviven con restricciones al aumento de precios. Como siempre ocurre cuando la sábana es corta, la instrumentación de la operatoria para acceder al MULC a partir de un formulario unificado a los bancos, y el permiso de excepciones a la norma, descomprimen la presión sobre los precios, pero a costa de menores compras y/o eventualmente nuevas ventas del BCRA.
Acá entran en juego el manejo de la deuda, la administración de la enorme inyección monetaria de los meses que vienen, y la capacidad para avanzar en un plan de estabilización en cuanto terminen las restricciones donde vuelven a aparecer las mismas tres condiciones que planteábamos al arranque de esta gestión: la consistencia fiscal, el manejo de la puja distributiva y un arreglo de la deuda, que aún con la decisión política de cerrar después del traspié de la primera oferta, se sigue demorando.
Arreglar la deuda es condición necesaria para evitar un descalabro mayor de la economía, pero requiere que esté inmersa en un programa de estabilización a mediano plazo, y un manejo coordinado del corto plazo, que hoy no se vislumbra.