18 meses después de que el mercado le bajara el pulgar a Grecia, y con una política europea que llega, pero siempre tarde, y con montos menores a los necesarios, el contagio llegó a Italia. El “golpe de mercado” a Berlusconi, que se quedó sin el voto de confianza del Congreso, terminó por espiralizar los rendimientos de su deuda a niveles de 7,4%. Similares a los que habían dejado fuera del mercado voluntario a Gracia, Irlanda y Portugal.
Con Italia, el procedimiento anti-crisis no es lineal. Como venimos sosteniendo, a diferencia de los países chicos de la periferia europea, que en conjunto representan el 6% del PBI de la zona euro, la implosión de la economía italiana conllevaría una onda expansiva sensiblemente mayor para los mercados financieros globales y la estabilidad de la zona euro. Italia cuenta con una deuda pública de 1.900.000 millones de Euros de los cuales nada menos que €200.000 millones se encuentran alocado en la cartera de activos de la banca europea, monto que aumenta a €800.000 millones cuando se incluye además la deuda privada.
Pero además, si bien la liquidez del Fondo de Estabilización Europeo (quedan €250.000 millones de los €440.000 millones originales) fue suficiente para tapar el agujero de Grecia, Irlanda y Portugal, no alcanza para financiar los vencimientos de deuda italiana que ascienden a €550.000 millones hasta 2013.
Más allá de la relativa calma que trajo a los mercados la aprobación en el Senado de las medidas de ajuste y reformas estructurales que demanda Alemania y los rumores de una transición política moderada al mando del economista Mario Monti, los problemas de la economía real son estructurales. Y si bien la inconsistencia fiscal no viene desde el lado de los flujos, teniendo en cuenta que las cuentas públicas están en equilibrio antes del pago de intereses, es el aumento de la tasa de interés en una economía estancada y con un ratio de deuda pública a PBI de 121%, lo que pone en jaque la sustentabilidad fiscal.
Después de todo, Italia había ingresado al Euro con un contrato que le exigía trocar su fuente natural de competitividad (la devaluación de la lira italiana) y su herramienta tradicional de licuación de la deuda pública (la inflación), por el financiamiento a tasas de interés más bajas. Y ahora no tiene ni lo uno ni lo otro.
Por ahora, una transición política que encamine las reformas estructurales y los ajustes que Bruselas (i.e. Merkel) impone, pareciera ser la opción que no activa el detonador de la bomba. Sin embargo, el efecto contractivo de los ajustes sobre el crecimiento no tardarán en llegar con lo que no se descartan nuevos episodios de aversión al riesgo que replanteen una y otra vez la continuidad de una zona euro donde bajo una misma moneda conviven economías con productividades y disciplinas fiscales divergentes.
*Analista de Estudio Bein & Asociados.
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