- Ni Inmovilismo Ni Shock
- Puja Distributiva en tres dimensiones
- Dos agendas: Externa e Interna
- Desendeudamiento del Tesoro, Endeudamiento del BCRA
El escenario macroeconómico de moderación de la inflación e impulso al consumo que empezamos a esbozar en octubre del año pasado está hoy en pleno desarrollo, con el 80% de las paritarias ya cerradas, aumentos en los planes sociales y jubilaciones que aseguran una abundancia en la oferta de pesos en la economía, y una demanda de la moneda nacional contenida con tasas de interés de las Lebac en torno al 27% mientras se mantiene el tipo de cambio como semi ancla. Lo cierto es que hoy se revirtieron las expectativas “agoreras” que se planteaban sobre la economía seis meses atrás y la expectativa por la nueva administración a partir del 10 de diciembre de 2015 ha sido un estabilizador no menor de este escenario. Expectativa que abrió la posibilidad de empezar a apalancar la economía luego de una década de desendeudamiento, primero con flujos (superávit fiscal) y más tarde con stocks (Banco Central). Apalancamiento que, dado el tropiezo de la agenda al crédito que había empezado a encarar el Gobierno (CIADI, Repsol y Club de Paris) con el rechazo de la Corte Suprema de los EE.UU., fue moderado con el mercado y se dio fundamentalmente a través del acuerdo de swap con China.
Sin embargo, la expectativa de cambio por la nueva administración empieza a reducirse a medida que nos acercamos a las elecciones. Por un lado, los escenarios “ingenuos” que se construían para 2016 empiezan a diluirse y arranca la discusión sobre las distorsiones que acumula la economía. Por otro lado, la falta natural de definiciones detalladas sobre la nueva agenda más allá de la orientación general empieza a impactar sobre los mercados, con una tasa de interés de la deuda en dólares a 10 años en la zona del 9,7% (8% a dos años) luego de haber perforado el 8% tres meses atrás y una brecha cambiaria implícita en las operaciones de contado con liquidación que retornó al 45% desde el 30% en el cual se había estabilizado desde principios de año. En el medio, se suman declaraciones del principal candidato de la oposición que vuelve a sostener la eliminación inmediata del “cepo” si es elegido presidente, explicándole a la gente que va a poder comprar dólares, pero sin explicarle que si esto ocurriera lo harían a un precio mucho más alto que el del dólar oficial actual. Vale recordar que, en el arranque, cualquier intento de eliminar los controles implicaría un overshooting cambiario o de tasa de interés con consecuencias redistributivas regresivas significativas en un país que no cuenta con un ancla nominal; la señal contradictoria que brinda, además, contribuye a la volatilidad del mercado con los riesgos inherentes y, al no ser explícita, genera el beneplácito de una parte “desprevenida” de la población.
Más allá de las estrategias de campaña, queda claro que el escenario de “no hacer nada” no resulta factible. Puntualmente en el frente interno, para 2016 no hay un escenario posible donde los salarios vuelvan a correr al doble del tipo de cambio mientras las tarifas se mantienen congeladas y el déficit fiscal sube 1,5 p.p. del PIB como este año. Tampoco parece un escenario posible transitar 2016 sin una mayor apertura al crédito. Nuevamente, si la expectativa de una nueva agenda se diluye después del 10 de diciembre, no hay chances de que el costo de financiamiento baje. En el otro extremo, no hay tampoco en puerta un escenario de shock. La baja deuda de la cual parte la economía, un sistema financiero en pesos y los controles de capitales vigentes, no permiten que sea el mercado el que gatille ninguna corrección, por lo que la gradualidad va a estar definida por la propia política. Y sin ancla nominal, no hay margen para corregir las distorsiones de precios relativos vía una devaluación brusca de la moneda local, como hicieron los países vecinos en un contexto donde el dólar en el mundo se fortalece. En tanto la construcción de un ancla nominal no es algo que se haga de la noche a la mañana: rearmar la credibilidad en la moneda local como reserva de valor lleva años y Argentina perdió una oportunidad no menor en la última década cuando el dólar se devaluaba en el mundo.
Ahora bien, ambas agendas -interna y externa- están interrelacionadas entre sí. Cuanto más se avance en destrabar la agenda externa, mayor será la capacidad de la economía para achicar el costo del financiamiento en el mercado, indispensable para acotar la dominancia fiscal y, en paralelo, abastecer de dólares a la economía mientras se avanza con la agenda del desarrollo. Esta última requiere empezar a destrabar las distorsiones fiscales y de precios relativos que perpetúan la escasez de dólares comerciales y la congestión en servicios públicos.
El desarme de la distorsión de precios relativos, en un contexto donde la inflación hoy ronda el 23%, requiere, desde el vamos, comprender que en la Argentina coexisten al menos tres pujas distributivas: 1) capital y trabajo, con la vuelta a la dicotomía entre salario real y salario costo después de una década de aumento consistente del salario en dólares, 2) al interior del capital, entre sectores protegidos (los que venden bienes y servicios al mercado interno)- y sectores desprotegidos (los que tienen precios regulados y no reciben subsidios del gobierno, y los sectores exportadores, cuyo estancamiento y/o retroceso se refleja en la congestión de los servicios públicos y la pérdida del superávit externo) y 3) sector público y privado, a partir de una presión impositiva efectiva 12 p.p. y 16 p.p. del PIB respectivamente por encima del promedio de los 90´s y los 80´s cuando se toman sólo los recursos de la Nación, y que incide en forma directa sobre las dos pujas anteriores, amén de que cualquier intento de usar ésta para corregir las otras dos vía una menor presión fiscal derivaría en impactos sobre la relación fiscal Nación-Provincias.
Precisamente, el tipo de cambio bajo, la protección alta del mercado doméstico y un sector público con una política social muy activa son, al mismo tiempo, tanto los principales sostenes del consumo en niveles altos, como los principales generadores de las distorsiones sobre la rentabilidad de los sectores transables y la falta de inversión en infraestructura en sectores regulados, lo que traba el desarrollo de la economía en un contexto de restricción externa. Afortunadamente estamos lejos de los escenarios donde era el mercado el que imponía la política (con sólo mirar a Grecia hoy basta ver lo costoso que resulta), pero también estamos lejos del escenario 2003-2010, cuando el enorme colchón cambiario y de precios internacionales sostenían superávit gemelos que permitían la real independencia de los mercados de deuda. El desafío de la agenda económica será aprovechar el crédito internacional para graduar las correcciones y reconstruir los equilibrios, apuntando a sostener los elevados niveles de empleo de los que se parte; desafío no menor que requerirá de un acuerdo social explícito, un manejo importante de la “gobernabilidad” y la necesidad de empezar a construir como política de Estado un ancla nominal que evite en el futuro el abuso del atraso cambiario como único instrumento antiinflacionario.