En un contexto como el actual, el margen de acción de la política económica sigue siendo muy elevado. Esto no implica que no haya restricciones y que, en un contexto de equilibrio general donde las variables están interrelacionadas, intentar manejarlas una a una termine teniendo efectos opuestos a los buscados inicialmente. La excesiva preocupación por el eventual faltante de dólares que se produciría, una vez que el creciente nivel de importaciones -apalancado en el enorme dinamismo que muestra el consumo- termine por agotar los dólares comerciales, derivó en medidas que a priori tienen detrás el efecto de la sábana corta. Lejos de intentar generar confianza como mecanismo para abrir la economía al crédito y a la inversión, incentivando la entrada de capitales, se avanza por el camino contrario, poniendo controles y aumentando limitaciones. Por un lado, se busca moderar el crecimiento en las importaciones a partir de licencias no automáticas, que en marzo generaron un fuerte freno de los despachos a plaza. Despachos que, en muchos casos, tenían ya firmadas cartas de crédito, por lo que sólo tendrán un efecto estadístico y ninguno sobre la oferta neta de dólares. Freno que estuvo reflejado con mayor fuerza en las importaciones de bienes de capital y sus partes y piezas, cuyo crecimiento pasó de 45% i.a. en el primer bimestre a sólo 19% i.a. en marzo. Freno en los despachos que se quita a medida en que se van asociando importadores con productores de bienes primarios, en muchos casos industrializados, para justificar el “1 a 1”, con un efecto casi neutro sobre la balanza de dólares. Y freno en los despachos que reduce, en la medida que se sostenga en el tiempo, la efectividad del ancla cambiara para contener la inflación en transables. En fin, no es que no pueda ni deba haber sectores estratégicos protegidos durante un tiempo, pero pretender que un país mantenga una balanza de dólares equilibrada por empresa y/o sector parece poco eficiente y deriva en mayores niveles de precios e inflación. Pero, además, el ruido generado por la política aceleró la salida de capitales. No sólo la que se canaliza a través del mercado formal y va contra las reservas del BCRA, que pasó de ser prácticamente nula en marzo a ubicarse en torno a US$1.200 millones en abril. También se acentuó la que fluye a través de otros mercados, generando un ensanchamiento en la brecha entre el dólar oficial y el paralelo, que ya alcanza a 5%. Esta mayor presión, que se había iniciado con las limitaciones de los bancos a las compras de dólares, como medio para cumplir con los requisitos de lavado de dinero de la UIF, se amplió luego de algunos intentos explícitos e implícitos para reducir la dolarización de portafolios del sector privado. Dolarización que estuvo en parte gatillada por la eliminación a través del decreto 441/2011, del límite en el ejercicio de los derechos políticos de la ANSES en compañías donde posee participación accionaria. Por el momento no pareciera haber conexión con la demanda de pesos, aún con una tasa Badlar que se mantiene estable algo arriba de 11%, la mitad de la inflación. Adicionalmente, la mayor salida de capitales va a “ayudar” al BCRA a cumplir su Programa Monetario, algo que con el aluvión de dólares del comercio entre abril y agosto iba a resultar complicado sin un aumento de la tasa de interés en pesos. En fin, al igual que con la intervención del IPC y la aceleración de la puja distributiva resultante en una economía sin ancla estadística, en este caso vuelve a observarse una sobreactuación que termina siendo contraproducente. Veremos si esto es sólo una reacción preelectoral, o si por el contrario pretende ser el modo de manejo de la economía hacia adelante. * Directora y Economista de Estudio Bein & Asociados |