La sustentabilidad del actual modelo económico

Luego de cinco años de crecer a tasas cercanas a 9%, un aumento del PIB per cápita de     12% desde los máximos anteriores a la crisis de 2002 y una caída de la tasa de desempleo a 8,7% desde casi 25% en el peor momento de la crisis, el eje de la discusión sobre la coyuntura está mutando de cuestiones tales como el crecimiento y el desempleo a otras como la inflación, la “congestión” en la provisión de servicios públicos y puntualmente la escasez de oferta en determinados mercados, incluyendo la de trabajo, donde se hace evidente una mayor dificultad de las empresas para cubrir ciertos puestos. Mientras tanto, entre tanta coyuntura siempre en la Argentina aparece la pregunta de ¿hasta cuándo dura? Es fácil de entender: con una historia de crisis recurrentes en los últimos 30 años (una cada siete años), el temor a un nuevo episodio todavía está en la memoria colectiva.

Una primera pastilla tranquilizadora: esta vez las condiciones que enfrenta la macroeconomía argentina son –por lo favorables- inéditas en más de 50 años de historia. Por primera vez en mucho tiempo se da un ciclo largo de crecimiento sostenido en un contexto de solvencia externa y fiscal: los famosos superávit gemelos que mantienen protegida a la economía de una eventual corrección en el escenario internacional de altos precios de los commodities y extraordinaria liquidez en los mercados de capitales.

Sin embargo, cabe remarcar que, a diferencia de la experiencia de otros países e incluso de la propia historia argentina, en las cuales períodos largos de expansión económica se reflejaban inevitablemente en una mejora de la situación fiscal y en un deterioro de las cuentas externas, en la Argentina reciente esta dinámica se da –sorprendentemente- en sentido inverso: el superávit externo no sólo no cae, sino que incluso aumenta, mientras que el superávit fiscal en lugar de aumentar impulsado por el fenomenal crecimiento de la recaudación, se reduce consistentemente.

Esta trayectoria dispar de los ahora ex superávit “gemelos”, a los que caracterizamos con la imagen de De Vito y Schwarzenegger en la película homónima, no es inocua desde el punto de vista de la lógica de la política económica. Con un superávit fiscal que cada vez representa una menor proporción del superávit externo, el esfuerzo del BCRA para manejar la trayectoria del tipo de cambio real es cada vez mayor, y el mantenimiento del superávit cuasifiscal dependerá en gran medida de la capacidad para poder manejar al menos algún sendero de devaluación nominal por debajo del aumento de los precios. Esto no es fácil en un contexto donde la inflación se aceleró y ya se adentró en dos dígitos, en parte por cuestiones ajenas a la política, como el alza en los precios de los commodities, las ganancias de transabilidad de algunos sectores y problemas de oferta específicos en alimentos frescos. Pero además donde algunas de las acciones utilizadas para contenerla comienzan a tener un efecto negativo sobre las expectativas de inflación. Resulta evidente que el aumento en la acción política sobre el IPC –inicialmente muy efectiva- llegó al límite en el cual las expectativas de inflación comienzan a ajustar al alza, mientras el IPC es orientado” a la baja.

Repasemos: un año atrás, los acuerdos de precios, las medidas para frenar las exportaciones directamente vía prohibición como en el caso de las carne y bajando el precio de venta vía modificaciones arancelarias, llevaron a reducir las expectativas del IPC, que según el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) pasaron de 13% a principios de 2006 al 9,8% en que finalmente terminó la inflación. El IPC actuó de alguna manera como ancla en la negociación de contratos, incluyendo las paritarias. Hoy por hoy, en la medida en que el IPC pierde representatividad, se da la paradoja de que la fantasía respecto a donde se ubica la real inflación (que ya no puede medirse por el REM, que sólo estima la inflación del INDEC) pasa incluso a ser mayor que la inflación misma, y los costos se reflejan en una pauta salarial más de 1,5 p.p. mayor que la esperada a principios de año (16,5% acordada con los sindicatos vs. 15%).

La sorpresa del superávit externo

¿Por qué hoy la experiencia argentina muestra algo distinto? El sorprendentemente suave ajuste externo depende de un conjunto de factores, algunos condicionados a la suerte del escenario internacional y a decisiones de política y otros que obedecen más bien a un cambio en la estructura productiva local. En este punto se destaca la expansión de la frontera agrícola, que permitió duplicar en diez años las cantidades exportadas en términos per cápita, pero también otros como la nueva minería y las ganancias de transabilidad de algunos sectores de alimentos cómo lácteos, carne, turismo, software, etc. En 2006, los favorables Términos del Intercambio (TI) producto de los elevados precios de los commodities -pero también de la caída que se observa en los precios de los bienes de capital importados, que cayeron 9% en los últimos 10 años-, explicaron el 50% del superávit de comercio. El resto obedece a un aumento en las cantidades.

A esto se suma una cuenta externa de servicios financieros decreciente, a pesar del mayor devengamiento de utilidades y dividendos y del aumento en las tasas de interés registrado en el último año. Esto último se explica por el éxito de la reestructuración de la deuda “gran mérito de la política económica”, pero también por el rendimiento de los activos externos, asociado en gran medida a la acumulación de  reservas internacionales derivadas de la decisión de sostener el tipo de cambio, que si bien cada vez se compran con menos “pesos gratis” provenientes del resultado fiscal, se “alquilan” principalmente a residentes (sistema financiero), por lo que el impacto neto sobre la cuenta corriente es a las claras positivo en la medida en que se acumulan reservas.

Es decir, esta situación permite financiar el déficit estructural de divisas de Manufacturas Industriales, que el año pasado alcanzó a 1,2 veces el superávit de comercio (US$14.000 millones), y que tradicionalmente era el responsable de los cuellos de botella cada vez que la economía crecía a tasas altas. Pero además, este cambio en la estructura del sector externo es el que permitiría llegar a la economía al pleno empleo antes que al equilibrio de la cuenta corriente como un fenómeno inédito de nuestra historia económica. Resulta evidente que esta nueva estructuralidad del sector externo no puede ser obviada en cualquier debate sobre el nivel del tipo de cambio real consistente con un escenario de crecimiento significativo a largo plazo. Hoy el tipo de cambio real bilateral asciende a 1,8 y el multilateral a 2,3 (Base diciembre de 2001) cuando en aquel momento en que caía la Convertibilidad los principales dirigentes del país proponían como óptimo uno de U$S1,5. Dicho en otras palabras: el nuevo escenario de una frontera agrícola en expansión ha ampliado significativamente las posibilidades de sostener el tradicional déficit de divisas de la industria nacional.

Ahora bien, dada la elección de política de evitar una apreciación nominal del tipo de cambio, resulta relevante analizar cual es entonces el ancla de la economía. Dadoel colchón cambiario, el tipo de cambio que fue tradicionalmente el ancla nominal de la economía no opera. Por su parte, el canal del crédito bancario a través del cual opera fundamentalmente la política monetaria es muy reducido como consecuencia de la baja participación de los préstamos en el PIB (12%), por lo que la suba de las tasas de interés necesaria para moderar la inflación resultaría descomunal (30/40% anual). Vale recordar que hoy los préstamos para consumo pagan tasas en torno a 25% (más de 10 p.p. en términos reales) y su expansión parece imparable. En tercer lugar, la política de precios-ingresos, que inicialmente fue exitosa en moderar la trayectoria de la inflación, no escapa a la ley de rendimientos decrecientes con el paso del tiempo.

Con esta baja efectividad de los instrumentos tradicionales, el centro de la escena, es decir, el ancla de esta economía para contener la inflación, pasa por asegurar un superávit fiscal extraordinariamente robusto y, si se quiere, sobreactuado. Hoy, y en este punto si bien la evolución de los recursos no muestra un patrón diferente al de otras economías que crecieron rápido durante varios años -más en este caso, donde a los impuestos de emergencia (retenciones e impuesto al cheque) se sumó el efecto de la inflación que derivó en un aumento de la presión tributaria-, la trayectoria del gasto creciendo por sobre los recursos deriva en una caída del superávit fiscal en porcentaje del producto, poniendo en riesgo la consistencia del modelo. Cuando un país pierde como la Argentina el acceso fluido al mercado internacional de capitales, la acumulación de caja fiscal pasa a ser, al igual que en el mundo de las empresas que han entrado en convocatoria de acreedores, la principal clave del éxito. Aunque tampoco se trata sólo de forzar hacia arriba el superávit fiscal de corto plazo. El aumento en los niveles de inversión va a requerir en algún momento el establecimiento de señales largas respecto a las reglas vigentes en Argentina en temas claves como la estructura tributaria y la relación fiscal entre la Nación y las provincias.

Cuando se cierra un ciclo de debate, conviene repasar que es lo que se está debatiendo. Si se debate la sustentabilidad, está claro que hoy se dan las condiciones para que la economía avance en los próximos años hacia un crecimiento sostenido sin los abruptos shocks del pasado, claro que a una tasa más baja entre 3,5 y 4,5 y consistente con la tasa de inversión actual de 22% del PIB, lo cual claramente no es poco teniendo en cuenta nuestro prontuario. El manejo de un sendero de nominalidad decreciente en precios y salarios que acote la puja distributiva y una política fiscal prudente con el gasto creciendo por debajo de la recaudación, son condiciones necesarias para asegurar un tránsito sin sobresaltos.

En cambio, si estuviéramos pensando en ir por la gloria y recortar en los próximos veinte años la distancia económica y social que hoy nos separa de Australia, el salto de productividad necesario sólo podría provenir de un flujo muy alto y sostenido de inversiones. Distinto desafío y distinta agenda.

* Directores Estudio Bein & Asociados