Por necesidad más que por virtud, y escondida detrás de un conflicto permanente, la política económica ha adoptado en los últimos meses un cambio en su estrategia. Estrategia que se pasó de largo en 2011, cuando en el año electoral maximizó el crecimiento de corto plazo de la economía convalidando subas salariales en dólares del 20% (45% en dos años), impulsando el gasto público de la Nación 7 p.p. por encima de los ingresos, usando el dólar y las tarifas de servicios públicos como ancla para estabilizar la inflación en niveles altos y sosteniendo una tasa de interés que apenas alcanzaba a la mitad de la tasa de inflación.
La “racionalización” del uso de los dólares –controles mediante, con costos no menores sobre el funcionamiento de la macro generados por la brecha resultante entre el dólar del BCRA y el marginal- fue la estrategia que encontró un Gobierno que en 2012, después de semejante festín, ni siquiera intentó abrir el crédito para financiar el crecimiento, una vez que el superávit de cuenta corriente se agotó. Pero que tampoco aceptó la “recomendación de algunos sectores” de devaluar la moneda para reestablecer el superávit vía un freno inducido de las importaciones por la caída en el consumo asociada a la licuación de los ingresos reales que hubiera producido un salto mayor en el valor del dólar oficial.
Pero este cambio no se dio sólo, sino que viene acompañado por un intento de frenar la nominalidad. El dato mas comentado en este sentido fue la fuerte apuesta por reducir los aumentos incorporados en las paritarias. Aumentos que si bien estuvieron lejos del 18% que el Gobierno intentó en un inicio, se ubicaron en promedio 10 p.p. por debajo de los pactados un año atrás (35% vs. 24% este año). En tanto de cara a 2013, el Gobierno apunta a fijar una nominalidad del 20% enmarcada en un gran “acuerdo social” que incluya a sindicatos y empresarios y donde la reducción de la carga impositiva del impuesto a las Ganancias –luego de un año donde no se corrigieron los mínimos no imponibles ni las escalas del impuesto- empieza a ser utilizada como moneda de cambio. Todavía es prematuro, y con un sindicalismo divido y un año electoral por delante, semejante pretensión luce ambiciosa, pero en los hechos enmarca un discurso significativamente distinto al que el Gobierno enarbolaba apenas dos años atrás, cuando sostenía que bajo ningún concepto los aumentos salariales podían ser inflacionarios, aumentando las chances de sostener la nominalidad salarial alcanzada en 2012.
A la moderación en las paritarias hay que agregar al menos cuatro variables más que también están relacionadas entre sí y que definen el nuevo set de la política económica.
La tasa de devaluación que en 2011 se ubicó en 7,5%, saltó en 2012 a 14% (consistente con un ritmo de 18% en los últimos meses).
La tasa de interés que a principios de 2012 apenas orillaba la mitad de la tasa de inflación tomando como Proxy nuestro relevamiento de precios minoristas, hoy se ubica en torno a 70% de la misma.
El Gasto Público de la Nación se frenó en los últimos cuatro meses a un ritmo apenas menor al de los ingresos intentando revertir el deterioro fiscal de los últimos años (“manejo” de la movilidad implícita en el aumento de las jubilaciones, “control” de los subsidios mayoritariamente vía traslado de costos a las provincias y municipios, ahogo financiero a las provincias y un retroceso en el margen de los gastos de capital).
Y como contracara de este menor impulso fiscal y de la política de ingresos, la expansión monetaria resultante es algo menor a la proyectada en un inicio.
Cuatro meses en lo fiscal, resulta poco para asegurar un cambio en el sesgo de la política, sobre todo cuando 2013 vuelve a ser un año electoral. Pero lo que empieza a ser evidente, incluso para los hacedores de política, es que sin un salto adicional en la cantidad de dólares –algo que en 2013 va a aparecer por una única vez pero no volvería a repetirse en 2014- la capacidad para financiar un crecimiento económico basado en el consumo doméstico no luce viable como estrategia a mediano plazo. Y mucho menos para retornar a los crecimientos previos que supo disfrutar el “modelo”.
En 2012, el PIB crecería 1,5%, frente al 7% de 2011 y al 8,8 de 2010 cuando la economía rebotó con violencia después de la crisis de 2009. Pero el crecimiento de 1,5% se transforma en 2,5% si se netea del impacto negativo que dejó el agro (con la sequía) y el sector automotor (con el frenazo en Brasil).
En 2013, la economía volvería a crecer a un ritmo de similar (en torno a 2,5%), pero que se transforma en algo más parecido a 5% si se adicionan los factores que este año jugaron en contra y el próximo –si el exceso de lluvias no lo arruina-, jugarían a favor: la cosecha (con la normalización climática después de la sequía), la mayor producción de autos (con una demanda de Brasil que ya en los últimos dos meses empezó a morder la demanda de exportaciones locales) y el arrastre estadístico positivo restante (sin autos y sin cosecha) que deja 2012.
Intento de moderación u ajuste después de una expansión inducida insostenible, son dos palabras que pueden sintetizar bien la política de los últimos meses y que de sostenerse podrían dar un indicio respecto al intento de continuidad de un Gobierno que no tiene reelección y que enfrenta un menor consenso social a partir de una macroeconomía que permanece en niveles muy elevados pero que crece, y va a crecer en los próximos años a un ritmo sensiblemente menor y más parecido a un potencial de 3% consistente con una tasa de inversión de 20%. Algo más alto, si sale todo bien y se encara una estrategia con menos conflicto y un mejor clima de negocios, o algo menos si se sigue por este camino y no se produce un nuevo milagro que aumente la oferta de dólares como ocurrió en los últimos años.
En nuestro escenario base, el intento de acuerdo social deriva en paritarias que no escalan y se sostienen en los niveles de este año (23/24%), un ritmo de devaluación algo más alto y más parecido al de los últimos dos meses (19% consistente con un dólar de US$5,83 a fin de año), una tasa de interés que tienda a acercarse a la pauta de devaluación y una tasa de inflación no muy distinta de la de 2012. Claro que el primer supuesto de que se alcanza algún acuerdo social que evita una escalada en la paritaria es básico para que este escenario se concrete.
*Economista y Directora de Estudio Bein & Asociados