PASO a PASO

Otra vez las PASO coordinan un grotesco movimiento de la política digno de una tragicomedia de enredos que hasta podría ser divertida, si no fuera que nos tienen a todos adentro de la pantalla.

A diferencia de 2019, cuando el resultado de las PASO con una diferencia de 15 puntos porcentuales a favor del Frente de Todos coordinó una corrida de mercado que terminó por romper el arriesgado programa financiero y monetario de Cambiemos, esta vez, la suba en los precios de los bonos y acciones inmediata al resultado, le empezaba a dar aire a un BCRA que desde mediados de junio (y sin contar el ingreso extraordinario de DEGS resultante de la emisión del FMI) empezaba a gotear cada vez más rápido.

Desde el pico de US$ 10.300 millones inmediatamente después de que ingresaron los Derechos Especiales de Giro del FMI (DEGS) el 20 de agosto, las reservas cayeron US$ 1.500 millones. Al ritmo actual, y teniendo en cuenta los vencimientos de deuda en dólares con organismos (sin incluir el pago de diciembre al FMI), las mismas podrían caer a un entorno de entre US$ 2 mil y US$ 3 mil millones. Con vencimientos por US$ 1.900 millones en diciembre y US$ 7.500 millones adicionales en el primer trimestre del año, no hay ningún margen para seguir pagando sin terminar en una mayor presión sobre la brecha cambiaria que nos lleve a un nuevo escalón inflacionario. Y tampoco hay margen para un default abierto al organismo sin terminar en un escenario aún más disruptivo.  

Sin embargo, luego de la recuperación inicial, los precios de los activos financieros (bonos y acciones) tomaron nota de la pelea a puertas abiertas para distribuir las culpas de la derrota y fueron siguiendo el vaivén de la saga: caían cuando la escalada aumentaba y volvían a rebotar cuando parecía que Alberto Fernández podía intentar un gobierno por fuera de las presiones de la vicepresidenta y el Instituto Patria. Al final de la semana perdieron prácticamente todo lo que habían recuperado y quedaron levemente arriba de los precios del viernes.

La carta del jueves a la noche rompió cualquier intento de independencia, y el sábado a la mañana nos despertamos con un nuevo gabinete con más peso político, pero donde el único que cedió fue el propio Alberto Fernández.

En el medio, explícitamente la vicepresidenta acusa a la ortodoxia fiscal plasmada en “un déficit de solo 2,1% del PIB en ocho meses frente a una meta incorporada en el Presupuesto 2021 de 4,5%”, de ser la responsable de la derrota en las urnas. Sin embargo, en la misma carta avisa que llamó al ministro de Economía para aclararle que ella no había pedido su cabeza.

Unas horas antes, el miércoles 15 de septiembre, mientras las operaciones entre el Instituto Patria y el Gobierno escalaban, el Gobierno envió el proyecto de Ley de Presupuesto 2022 al Congreso incorporando explícitamente un acuerdo con el FMI que no solo destraba los pagos de capital al propio FMI y al Club de París, sino que además incorpora financiamiento neto adicional por US$ 12.400 millones (2,4% del PIB). Según esto, una tercera parte de la brecha financiera que incorpora el documento para 2022 sería cubierta con endeudamiento en dólares de organismos internacionales que, de concretarse, parece sería “sustentable”. El resto se cubre con emisión monetaria (1,8% del PIB) y con emisión de deuda en el mercado local de pesos (2% del PIB), consistente con un roll over del 135%, bien por encima del que está consiguiendo el Tesoro en estos meses.

La carta del jueves a la noche rompió cualquier intento de independencia, y el sábado a la mañana nos despertamos con un nuevo gabinete con más peso político, pero donde el único que cedió fue el propio Alberto Fernández.

En el medio, explícitamente la vicepresidenta acusa a la ortodoxia fiscal plasmada en “un déficit de solo 2,1% del PIB en ocho meses frente a una meta incorporada en el Presupuesto 2021 de 4,5%”, de ser la responsable de la derrota en las urnas. Sin embargo, en la misma carta avisa que llamó al ministro de Economía para aclararle que ella no había pedido su cabeza.

Unas horas antes, el miércoles 15 de septiembre, mientras las operaciones entre el Instituto Patria y el Gobierno escalaban, el Gobierno envió el proyecto de Ley de Presupuesto 2022 al Congreso incorporando explícitamente un acuerdo con el FMI que no solo destraba los pagos de capital al propio FMI y al Club de París, sino que además incorpora financiamiento neto adicional por US$ 12.400 millones (2,4% del PIB). Según esto, una tercera parte de la brecha financiera que incorpora el documento para 2022 sería cubierta con endeudamiento en dólares de organismos internacionales que, de concretarse, parece sería “sustentable”. El resto se cubre con emisión monetaria (1,8% del PIB) y con emisión de deuda en el mercado local de pesos (2% del PIB), consistente con un roll over del 135%, bien por encima del que está consiguiendo el Tesoro en estos meses.

El doble mensaje de la carta luce más una mezcla de enojo e impotencia frente al resultado del domingo pasado, con la imagen fresca de cómo salieron de la derrota de 2009 cuando los grados de libertad eran otros y permitieron financiar el Macrocidio que revirtió el resultado en 2011 (suba del salario en dólares del 50% con Paritarias al 30% anual, dólar subiendo 5% por año y tarifas congeladas), y algún viso de realidad respecto a que no hay que quedar pegado al programa que va a exigir el FMI, pero que sin el FMI no se puede. Al final de cuentas, en la visión de la vicepresidenta la culpa de todos los males de la Argentina es de Macri y la pandemia, y en ésta última versión de los “funcionarios que no funcionan” que ahora quedan afuera del Gobierno como si las herencias no estuvieran entrelazadas. No queda claro cómo siguen los próximos dos años. No es de extrañar un nuevo cierre de campaña de Todos con todos en el escenario, incluyendo la vicepresidenta.

Ciertamente no es inocuo cómo se ordena la coalición, y en qué medida aparece espacio para cierta cooperación con parte de la oposición que evite un final destructivo. Por lo pronto, lo que queda en evidencia es que el limbo en el que vuelve a quedar el país entre las PASO y la elección definitiva requiere revisar el esquema. Los costos económicos asociados a la reacción de los oficialismos que pierden en una interna y pretenden hacer lo que haga falta (no importa los costos) para revertir el resultado dos meses más tarde, vienen siendo mucho más altos que los implícitos en el presupuesto que requiere el esquema.