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Marina Dal Poggeto*

Las proyecciones de cosecha récord y precios altos de los commodities agrícolas –por la sequía que se registró en USA y por los recientes anuncios de liquidez ilimitada por parte de los bancos centrales de USA y la zona euro-, junto a las mejores perspectivas de Brasil, empezaron a filtrarse en los pronósticos de crecimiento de Argentina para el próximo año. Es que, además de los impactos directos e indirectos derivados, el aumento proyectado en la cuenta de dólares da aire para financiar en 2013 un aumento en el consumo y la inversión resultante de las estrategias defensivas de familias y empresas buscando ubicar una montaña de pesos. Esto otorga margen en el corto plazo a la política económica, que no va a necesitar forzar los controles para “sostener la demanda de pesos”, ni devaluar bruscamente el peso para reestablecer los equilibrios macroeconómicos bajando importaciones, aunque evidentemente va a tener que financiar la transición con alguna pérdida en las reservas hasta que aparezcan los dólares de la próxima cosecha.

Nuestras proyecciones para 2013 apuntan a una economía creciendo 5% con un dólar moviéndose 18% ($5,85 en diciembre) y una inflación en torno al 24%, partiendo del supuesto fuerte de que el Gobierno logra manejar las paritarias en los niveles de aumentos de 2012.

Sin embargo, esta estrategia corta va a requerir en algún momento poner el ojo sobre los problemas de competitividad que empiezan a afrontar no pocos sectores de la economía; sobre todo aquellos que en los últimos años ganaron participación en mercados externos y tienen un alto valor agregado local en un contexto de costos crecientes en dólares.

Frente a esta coyuntura, mientras Brasil intenta avanzar bajando impuestos al consumo y a la energía, buscando apuntalar el crecimiento dañado por las elevadísimas tasas de interés activas, y el atraso cambiario, Argentina transita el camino opuesto, aumentando tarifas para intentar desarmar la desmesura de subsidios a la energía y el transporte, y elevando la presión fiscal resultante de un esquema tributario no preparado para una economía con inflación y Provincias que ahogadas fiscalmente –sin financiamiento del BCRA, sin crédito externo y con una Nación que les corta transferencias discrecionales- intentan transitar el bache fiscal elevando impuestos y tasas.

Una forma de evaluar el atraso cambiario es partir del año 2010, cuando con un superávit de cuenta corriente de US$3.000 millones y salarios en dólares constantes 20% por debajo de los de 2001, el tipo de cambio estaba razonablemente bien y el problema era la película con una tasa de inflación que triplicaba la tasa de devaluación y que lejos de intentar moderarse se siguió impulsando con aumentos salariales que acumularon en 2010 y 2011 50% en dólares, mientras el tipo de cambio y las tarifas de servicios públicos se utilizaban como ancla. Tomando la inflación local, la de USA acumulada desde entonces, y ajustando por diferencial de productividad surge que para mantener el tipo de cambio real de 2010, hoy el dólar debería valer $5,40, más en línea con el dólar turístico que el Gobierno intenta implementar elevando el costo fiscal a los gastos con tarjetas de crédito en moneda extranjera y lejos del valor implícito en la brecha cambiaria resultante de la mala praxis de la política en referencia a cómo se administra la escasez después de un período de enorme abundancia

Más allá de los tiempos de la política, que difícilmente apunten a corregir esta distorsión en 2013, año electoral y cuando coyunturalmente van a sobrar dólares, la pregunta del millón es cómo corregir el atraso cambiario cuando esto requiere mover las dos anclas –el dólar y las tarifas de servicios públicos- que apuntalaron la inflación en los últimos años mientras los salarios, el gasto publico y los agregados monetarios crecían por encima del 30%.

Hacerlo de golpe moviendo el dólar a $5,40, sin un programa económico detrás, tiene efectos de cortísimo plazo, dado que con la inercia que arrastra la economía, inmediatamente escalaríamos a una inflación mas alta, nuevas rondas salariales y finalmente a un estancamiento de la economía. Creemos que este camino sólo se puede intentar con un esquema de política económica a tres años, de reducción de la nominalidad, en conjunto con una devaluación algo más elevada del peso –aprovechando la prohibición del cambio de portafolios-. No es sencillo para la política cuando esto requiere fundamentalmente de la consistencia fiscal, de una menor dependencia del financiamiento del BCRA, de una tasa de interés más alta que estimule el ahorro en la moneda local y de un acuerdo marco para la política de ingresos.

Argentina se movió de 7,5% en el dólar y 28% en los salarios en 2011 a 16% y 24% en 2012. 2013 pinta para 18% y 24%, sostenible por una disponibilidad de divisas US$14.000 millones superior (US$10.000/11.000 por la cosecha y US$3.500 por el no pago del cupón del PIB) con un crecimiento del 5% o más, bien por arriba de la nueva tendencia.

Mirando hacia adelante, todavía no se ven en la galera conejos que apuntalen el crecimiento en 2014.  No va a haber arrastre positivo dado que el mayor nivel de actividad va a estar concentrado en el segundo trimestre de 2013 (cuando impacta de lleno la cosecha), la cosecha no va a volver a subir 25%, y el monto de vencimientos de la deuda va a ser más alto (dado que con este escenario para 2013, se paga cupón en 2014). Bajo este escenario, y sin apertura al crédito, la disponibilidad de dólares en 2014 va a ser sensiblemente menor, indicando a priori, a diferencia de 2013, un crecimiento por debajo de la tendencia.

¿Se aprovechará el aire que da 2013, o continuará la obsesión por evitar que se escapen los dólares aún a costa de generar mayores distorsiones a la economía? La negación de la inflación, y ahora del incipiente atraso cambiario, atado con restricciones al ahorro en dólares del sector privado, deberán en algún momento ser encarados con un programa global de mediano plazo.

* Economista y directora de Estudio Bein & Asociados