Perpectivas

Cuando un vaso está lleno a la mitad, uno puede decir que está medio lleno o medio vacío; aquí va la subjetividad en el análisis. Lo que no se puede hacer es negar ninguna de las dos frases anteriores. Paradójicamente esto es lo que ocurrió en las últimas jornadas del Banco Central, y viene siendo el caballito de batalla de los defensores a ultranza del modelo, que sostiene que todos los éxitos se deben a la “política”, y todos los problemas al contexto internacional. En efecto, en varias de las exposiciones realizadas ese día se hizo hincapié en el impacto negativo que ha tenido la suba en los precios internacionales de los commodities sobre la inflación local, que según afirman no tiene ningún componente monetario ni está relacionado con el fuerte deterioro del resultado primario en los últimos años (de +3,9% del PIB en 2004  a -1,2% en 2011, neto de transferencias de la ANSES y el BCRA). Sin embargo, en ningún momento se habló de los evidentes efectos positivos que dicha dinámica de precios ha tenido para una economía con la estructura productiva y exportadora de la Argentina, donde cuatro cultivos aportan nada menos que el 35% del valor exportado. Cabe recordar que, mientras la Convertibilidad colapsó en 2001 con una soja por debajo de los USD/tn 200, el precio promedio de la oleaginosa desde 2003 se ubicó en USD/tn 370 (USD/tn 480 desde 2008).  Sostener que fueron las manufacturas industriales y no la soja los que explican el crecimiento de las exportaciones de los últimos años implica al menos dos falacias. La primera es que los números no lo muestran: comparado contra 2001, la suma de los Productos Primarios (PP) y las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) creció 190%, mientras las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) lo hicieron 180%, cuando se excluye el Biodiesel de las MOI y se agrega a las primeras. La segunda es que cuando se analiza la oferta neta de dólares de cada uno de estos sectores, surge que el desequilibrio de las MOI ascendió en 2010 a US$24.000 millones. Fue justamente el superávit de dólares de los PP y las MOA, por US$ 33.500 millones, el que permitió financiarlo y extender el ciclo de crecimiento sin enfrentar la restricción externa de una economía donde la elasticidad de las importaciones industriales a PIB es históricamente muy elevada. Es decir, no hay dudas de que la trayectoria de los precios internacionales, en conjunto con el salto en la productividad del agro en los últimos 20 años que permitió la expansión de la frontera agrícola, junto con la minería y otras actividades que recibieron la señal positiva de precios internacionales, fueron los factores que permitieron financiar semejante desequilibrio de dólares de la industria. Y permitieron al mismo tiempo utilizar el tipo de cambio como ancla antiinflacionaria en los últimos años en un contexto de nominalidad creciente de la economía, donde los salarios, el gasto público y los agregados monetarios se mueven en torno al 30% y la tasa de interés que remunera al ahorro es la mitad de la inflación. O dicho de otro modo, donde el consumo de importados y las exportaciones MOI -dos de los drivers del crecimiento y del empleo en los últimos años-, no hubieran podido crecer al ritmo que lo hicieron en otro contexto internacional.De todas formas, el debate no debería estar encarado en si es el vaso medio lleno o medio vacío, sino en cómo se sigue una vez que el shock positivo de precios no alcanza para sostener el superávit de dólares de la economía, el ancla del modelo en los últimos años.     *Directora y Analista de Estudio Bein & Asociados