El desafío está en conectar la agenda de la última década con el consumo como principal motor del crecimiento, con una agenda de desarrollo en la que el principal motor esté centrado en la inversión productiva. Es precisamente esta inversión la que va a motorizar los sectores generadores de divisas, que son los que en definitiva van a permitir financiar el crecimiento de la industria y del consumo por sobre los altos niveles de los que se parte, evitando los tradicionales retrocesos a los que estuvo acostumbrada la economía en el pasado. Ésta es una condición necesaria para impulsar el Producto por habitante de modo sostenido durante los próximos años. Apelar al endeudamiento debe funcionar como un instrumento para potenciar esta estrategia, pero no sirve como única vía para seguir forzando el consumo si no se generan las condiciones de repago en divisas. Porque, si bien para crecer hay que distribuir, se distribuye con pesos, y para producir se requieren divisas. En esta agenda, la política energética cumple un rol fundamental por el déficit de divisas que genera la necesidad de importar combustibles para abastecer el crecimiento y su impacto sobre el presupuesto público. Pero también, porque los costos de importación por encima de los costos de producción -dada la logística requerida- dejan sin rentabilidad a muchos sectores industriales que usan como insumo principal los combustibles. Rentabilidad que en el corto plazo viene siendo compensada por el Estado, que financia los mayores costos de importación, pero que nuevamente no se sostiene como política de largo plazo. Sectores completos como la petroquímica requieren que la Argentina vuelva a ser autosuficiente en la producción de gas, y que además del precio, podamos asegurarle la disponibilidad del fluido.
Mirando hacia el futuro, hay que procurar un equilibrio entre las necesidades de la demanda y de la oferta de energía. Esto implica avanzar cuidadosamente hacia precios internos de la energía consistentes con un uso racional de las familias y empresas y que al mismo tiempo funcionen para que la oferta reaccione. Afortunadamente, el país cuenta con los recursos naturales y humanos necesarios para destrabar los cuellos de botella mencionados. Y como quedó demostrado en los últimos tres años, junto con la decisión de recuperar el control de YPF, también está disponible el capital necesario para financiar la expansión. Para eso es necesario sostener las políticas de promoción del autoabastecimiento que empezaron a adaptarse luego de la recuperación del control de YPF, entre las que se destacan:
• El programa de apoyo a la inyección excedente, que asegura un precio de 7,5 dólares el millón de BTU para la producción incremental del fluido. Este precio sirve para alentar la oferta y es sensiblemente menor que los costos de importación, por lo que cada aumento adicional en la oferta de gas reduce al mismo tiempo la necesidad de divisas y el costo fiscal implícito en la importación de combustibles.
• Un set de herramientas entre el Estado, productores y refinadores para amortiguar el impacto de la caída reciente de los precios internacionales del crudo en los proyectos de inversión en curso. Esta decisión, quizá más controvertida dado que los costos de importación están por debajo de lo que se paga el petróleo en el país, representa toda una definición respecto de evitar que la volatilidad en los precios internacionales afecte decisiones estratégicas de largo plazo. Acá, la política fiscal puede ayudar.
• La nueva Ley de Hidrocarburos, que promueve la inversión adaptando la legislación a la nueva realidad de los no convencionales y dando claridad y estabilidad a largo plazo, para que la industria nacional e internacional pueda invertir en el desarrollo masivo de estos recursos.
• El traspaso del dominio offshore de ENARSA a la Secretaría de Energía, incorporado en la ley, situación que permitirá diseñar nuevos instrumentos para potenciar la exploración en el mar Argentino.
El potencial de nuestros recursos no convencionales es enorme. En el caso del gas natural, se estiman 800 trillones de pies cúbicos, frente a reservas probadas que hoy totalizan sólo 11 trillones. En petróleo, los recursos estimados suman 26.000 millones de barriles, y las reservas probadas son 2.400. Con lograr convertir sólo una parte de esos recursos en reservas disponibles para ser extraídas, se habrá revolucionado el panorama hidrocarburífero argentino.
YPF viene liderando la recuperación de la producción y la puesta en valor de los recursos no convencionales. En los últimos tres años, la producción de petróleo de YPF creció un 10%; y la de gas natural, un 25%. La empresa invierte casi el triple de lo que invertía antes de su recuperación, y hoy tiene trabajando 75 equipos de perforación en las provincias, frente a los 25 que había en 2011, en un marco de rentabilidad y creación de valor para los accionistas. YPF, además de aumentar su inversión, es hoy una compañía sana, con un resultado operativo en 2014 de 2.445 millones de dólares, frente a uno de 1.740 del año 2011. En Vaca Muerta, tiene proyectos en asociación con grandes compañías internacionales, como Chevron, DOW y Petronas. En Loma Campana, la concesión que opera YPF con Chevron como socio, se han invertido más de 3.000 millones de dólares de un total de 15.000 previstos, y en sólo dos años, los cerca de 300 pozos en producción ya convierten a Loma Campana en la segunda área petrolera de la Argentina y en la primera explotación de shale oil fuera de los Estados Unidos. La concesión de El Orejano, que opera YPF en asociación con DOW, está produciendo una cantidad significativa de gas natural, y aspira a llegar a 5 millones de metros cúbicos diarios. Hay muchas otras empresas con permisos y concesiones en Vaca Muerta que ya han tomado posiciones y perforado sus primeros pozos.
La caída de los precios del petróleo y el gas pone a nuestra industria frente a una encrucijada. Nuestros yacimientos convencionales están maduros y la producción declina. Y el potencial para reemplazar esa producción nos lleva a recursos más difíciles y más caros de producir. La única forma de ser competitivos es trabajar en conjunto para profundizar la reducción de costos y la eficiencia de las operaciones. El sector de hidrocarburos es hoy en día una industria de alta tecnología, con altos estándares técnicos y grandes inversiones, y precisa de un Gobierno que promueva su desarrollo por medio de reglas claras y estables. Las empresas tienen mucho por hacer para ser más eficientes, y el Estado debe asegurar la estabilidad en las reglas de juego.