La aceleración en el aumento de precios de los alimentos en la recta final de la campaña electoral acentuó las posiciones de los economistas respecto a las causas detrás de la inflación y las medicinas a ser utilizadas para controlarla. La política monetaria, contrapartida de la decisión de mantener un elevado colchón cambiario -mecanismos de esterilización mediante para absorber el excedente de pesos por encima de la pauta del Programa Monetario-, volvió al banquillo de los acusados. A su vez, algunas recomendaciones se enfocaron nuevamente en propiciar la apreciación nominal de la moneda -caída del dólar- para intentar descomprimir el traslado a precios de la inflación importada generada por la devaluación del dólar en relación a otras monedas y las consecuentes subas en los precios de los commodities, que explican por sí solas más de 3 p.p. de la inflación en 2007.
Sin embargo, esta recomendación de política carece de un análisis más abarcativo sobre su impacto macroeconómico. No es que el instrumento de apreciación cambiaria –camino elegido por Brasil- no opere para bajar la inflación, sino que sus resultados claramente no son simétricos al alza y a la baja. Pero más allá de las cuestiones asociadas a preservar la competitividad enfatizadas por el Gobierno y de la dependencia fiscal de las retenciones a las exportaciones, el colchón cambiario ¿20%? y la acumulación de Reservas resultantes de esta decisión cumplieron un rol central a la hora de atemperar el impacto local de las recientes turbulencias registradas en los mercados internacionales. Vale la pena preguntarse qué habría ocurrido con el precio del dólar y los depósitos del sistema financiero si los hacedores de política hubieran seguido las recomendaciones de la ortodoxia respecto a la necesidad de dejar flotar la moneda y el pico de las turbulencias hubiese chocado contra un tipo de cambio de $/US$2,5 y un nivel de Reservas del BCRA 30% menor al actual.
Precisamente, en un país como la Argentina donde una parte significativa de los ahorros están depositados en el exterior (hoy los activos localizados afuera del país alcanzan a US$135,5 mil millones 53% del PIB y superan en 16% a la deuda externa), es básicamente el colchón cambiario el que permite moderar cualquier intento de reversión en el flujo de capitales toda vez que los controles a su entrada y salida no operan eficientemente en ninguno de los dos sentidos.
Resulta evidente que no es sostenible mantener un tipo de cambio real muy depreciado a largo plazo. En cambio, un cierto margen de maniobra de la política económica para delinear un sendero de apreciación real del peso consistente con una tasa de inflación más alta que la internacional pero decreciente, claramente existe.
Obviamente, para que esto ocurra la política monetaria no puede trabajar en forma aislada. La coherencia de la política fiscal y de ingresos -precios y salarios-, y del establecimiento y perdurabilidad de reglas de funcionamiento económico y social es condición necesaria. Es decir, se requiere mantener una solvencia fiscal no menor para apuntalar al Banco Central en la tarea de enfrentar la presión revaluatoria sobre el tipo de cambio a través de la compra de dólares con los pesos gratis que provienen del superávit de las cuentas públicas. Además, es necesario un fuerte manejo político para encauzar la puja distributiva que convalide una recuperación de los salarios en dólares algo por encima de la productividad, pero compatible con una desaceleración sistemática de la tasa de inflación. Este escenario convergente pareciera hoy más difícil de alcanzar a partir de la aceleración del gasto público que define una política fiscal claramente expansiva y una política de ingresos sometida a presiones crecientes.
Del lado del mercado de bienes, el impulso a la demanda interna por encima de la oferta ayuda a acelerar las presiones sobre los precios en simultáneo con el aumento de la demanda externa de commodities y la consecuente suba en sus precios y también por caídas en la oferta no menores –leche, papa, tomate, etc.- derivadas de problemas climáticos.
Recapitulando, tratar la política monetaria en Argentina bajo un criterio de normalidad financiera del que aún estamos lejos y enfatizar la viabilidad de utilizar en forma intensiva los instrumentos que prevalecen en países donde la participación del crédito en el PIB es sensiblemente mayor que el módico 12% que hoy muestra nuestro país, hubiera llevado en la actual emergencia a enfrentar un escenario desordenado de fuga de capitales y depósitos bancarios. Ahora bien, en medio de esta discusión y paradójicamente, el endurecimiento de la política monetaria vía el aumento en las tasas de interés a partir de una mayor percepción de riesgo, terminó siendo consecuencia de la restricción en la liquidez mundial derivada de la crisis de las hipotecas en EE.UU. agravada por el ablandamiento acelerado de la política fiscal local.
* Economista y Director de Estudio Bein & Asociados