El segundo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional anunciado a principios de octubre pasado alejó a la Argentina del riesgo cierto de la espiral dólar-precios-salarios en que se estaba adentrando el país en la medida en que aumentaban las preguntas sobre su capacidad de pago de la deuda. Sin embargo, la situación contrafáctica no es evidente y lo que se palpa es una recesión muy pronunciada y una desaceleración de la inflación lenta dado el brutal apretón monetario en un contexto donde la inercia contractual aumentó en forma despareja y no solo la que corresponde a las tarifas de servicios públicos.
Los datos del cuarto trimestre del PBI muestran un desplome de la demanda doméstica con caídas interanuales del Consumo Privado y de la Inversión de 11% y 25%, respectivamente. Es cierto que el desplome en las importaciones (caída del 26% interanual), en conjunto con la suba en las exportaciones (10% interanual), amortiguó su impacto en el dato de producto que mostró una caída de 6,2% i.a. en el mismo lapso.
Semejante ajuste del nivel de actividad no se vio reflejado en igual magnitud en el mercado de trabajo. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del cuarto trimestre muestran que el empleo cayó a un ritmo menor al 1% respecto de un año atrás. Y esto, en conjunto con un leve aumento en la tasa de actividad (la cantidad de personas que buscan activamente trabajo y/o trabajan en relación con la población total), se reflejó en una suba acotada en la tasa de desempleo, que pasó de 7,2% en el cuarto trimestre de 2017 a 9,2% en el cuarto trimestre del año pasado.
Este salto en el desempleo es consistente con una destrucción de 115.000 puestos de trabajo en el último año, algo menos que la destrucción de 191.000 puestos de trabajo que mostraban los registros de empleo formal publicados unas semanas atrás, reflejando un aumento en la informalidad. Y esto se da vis a vis un aumento de 411.000 personas en el número de desocupados, llevando la cifra a 1,9 millones de personas cuando se extrapolan los datos de la encuesta al total de la población.
La estabilización financiera registrada en enero y los primeros días de febrero de la mano del viento de cola que empezó a soplar a partir de la decisión de la Fed de frenar la suba de la tasa libre de riesgo, y un BCRA que compraba dólares en la zona correcta de intervención mientras aceleraba la baja en la tasa de interés permitieron que el Gobierno empezara a visualizar brotes verdes como preludio de la recuperación de cara a las elecciones. Al fin de cuentas, con política fiscal y monetarias muy contractivas, la estrategia del Gobierno para transitar el año electoral consistía en moderar la trayectoria del dólar para que los salarios, las jubilaciones y los planes sociales recuperen contra una inflación todavía afectada por los aumentos tarifarios.
Pero la estabilización lograda en los primeros días del año duró poco. La evidencia de que la desinflación era más lenta (la inflación de enero dio 2,9% mensual, la de febrero 3,8% y las proyecciones de marzo según nuestro relevamiento apunta a un número similar), sumada a un leve giro en el viento de cola, coordinó que el dólar vuelva a la zona de no intervención y en una sobrerreacción del BCRA (que volvió a llevar la tasa de las Leliq al 66%,) y del Tesoro al FMI para que anticipe la venta de dólares (que eran para pagar las LETE) para frenar el dólar.
Brotes marchitos
Si había brotes verdes, es probable que se estén marchitando rápido, y el aumento en los procesos preventivos de crisis y los anuncios de suspensiones, reflejan que si la recesión se alarga es probable que el impacto sobre el empleo empiece a ser mayor al registrado hasta ahora.
Lo que empieza a complicarse es la política y fundamentalmente la estrategia de polarización del Gobierno. Paradójicamente para ganar las elecciones el Gobierno necesita generar pánico sobre una eventual victoria de CFK, pero también necesita estabilidad cambiaria. Y con este esquema monetario/cambiario no la puede asegurar, ya que es la probabilidad de que “el pánico” se torne realidad (aun cuando sea baja) lo que genera inestabilidad financiera y cambiaria en un contexto donde, como sostuvimos antes, la única herramienta disponible para moderar la recesión y la inflación de cara a las elecciones es el dólar.
Una opción en el medio que tome fuerza o una eventual decisión de CFK de no presentarse podrían ayudar a estabilizar la transición, pero en simultáneo cualquiera de estas dos alternativas dinamita la estrategia política del Gobierno de ser reelegido.