Año electoral, sindicalismo dividido e inflación algo más alta no es la combinación ideal para intentar usar al salario como ancla mientras el dólar y las tarifas de servicios públicos ajustan a tasas más rápidas. Sin embargo, en una coyuntura con menos grados de libertad, el discurso oficial muta rápidamente, y es que en la negociación paritaria se juega la carta que puede limitar el tránsito de la economía hacia una tasa de inflación más alta mientras la estadística oficial sigue negando que esta exista. Y por ende la carta que permitiría estirar el escenario de devaluación acotada, controles cambiarios y brecha. Esto explica el rotundo cambio en el discurso oficial, discurso que hace apenas dos años sostenía que ningún aumento en los salarios podía ser inflacionario, y que ahora sostiene que la economía ya llegó al fifty fifty y lo que hay que hacer es limitar el aumento en los costos de las empresas en pos de sostener la competitividad. Cualquier parecido con el Perón de 1952, no es pura coincidencia. Ahora bien, frente a esta coyuntura no precisamente sencilla y aún considerando la voracidad fiscal del Gobierno, no se entiende bien porqué no se anticipa y pone finalmente sobre la mesa de negociación el impuesto a las Ganancias. Caber recordar que al ser este un impuesto anual el costo fiscal de hacerlo a principios o a fines de 2013 es el mismo, ya que aplica en forma retroactiva. Al respecto vale una aclaración; el concepto de costo fiscal es literalmente un eufemismo ya que subir los mínimos del impuesto en línea con los aumentos salariales sin ajustar las escalas del impuesto, solo limita en el margen el aumento en la alícuota, por lo que en los hechos el Gobierno sigue apropiándose de parte del aumento en los salarios. De hecho en 2012 –cuando no se actualizaron los mínimos ni las escalas del impuesto-, la alícuota promedio de quienes tributan aumentó más de 0,5 p.p., pero para salarios medios este aumento ha sido sensiblemente mayor. Tomando un salario bruto de $11.000 mensuales para un trabajador soltero el aumento ascendió a 3,6 p.p. (de 2,6% a 6,2%). En 2013 considerando este último tramo de salario y un aumento del 24% sin mediar una suba del mínimo no imponible el aumento en la alícuota asciende a 3,9 p.p. adicional, llevando la alícuota al 10%. Pero con una suba del mínimo no imponible equivalente al aumento salarial, la alícuota aumenta menos, pero aumenta al fin, de 6,2% a 6,9%. Este aumento implícito en las alícuotas del impuesto a las Ganancias de personas físicas que se vino dando en los últimos años (en 2001 un salario equivalente en términos de poder adquisitivo a $11.000 actuales no tributaba ganancias mientras que hoy paga una alícuota del 10%), en conjunto con una mejora en la ecuación de rentabilidad de las empresas, permitió mejorar lo recaudado por el impuesto a las Ganancias en comparación al Impuesto al Valor Agregado, aumentando la progresividad de la recaudación tributaria en los últimos años en un contexto de fuerte suba en la presión fiscal. Mientras en los 80s y en los 90s el IVA era 2,6 veces la recaudación de Ganancias, hoy esta relación equivale a 1,5 veces. En 2012 el impuesto a las Ganancias aportó el 20,4% de la recaudación total, siendo poco más del 30% aportado por personas físicas. Ahora bien, para balancear el debate vale recordar que el concepto de que los trabajadores a ningún nivel de salarios debieran pagar el Impuesto a las Ganancias va a contramano del esquema tributario de los países desarrollados, donde dicho tributo juega un rol más que relevante. Pero pretender seguir subiendo año a año de facto la alícuota del impuesto apropiándose en los hechos de parte del aumento nominal que logran los asalariados no luce consistente. Sobre todo cuando, sin sobrante estructural de dólares, la economía prácticamente no tiene margen para continuar aumentando como lo hizo en 2010 y 2011 los salarios por encima del aumento en la inflación.
* Directora de Estudio Bein & Asociados |