Parecería que el Gobierno sigue sin querer un salto discreto del dólar oficial enmarcado en un programa de estabilización.
Hace apenas una semana, Sergio Massa sorprendió con el anuncio de que iba a ser el superministro que pondría algún orden político y económico dentro de una coalición de gobierno paralizada, que seguía procrastinando frente al abismo mientras “se pasaba las lapiceras”.
Por tercera vez desde que arrancó el gobierno, el salto en la brecha cambiaria por encima del 130% (esta vez arriba del 150% tras la renuncia de Guzmán y la demora en suturar el agujero que provocó la detonación del mercado de deuda en pesos el 8 de junio pasado) coordinó una reacción de la política. Es que con una brecha cambiaria arriba de 100%, la obligación de liquidar exportaciones se torna confiscatoria, sobre todo en sectores donde además se aplican retenciones.
Tomando una brecha promedio de 80% desde que arrancó el cepo, la transferencia de los exportadores a los importadores asciende a USD30.000 millones anuales. Esto es más de 6% del PIB por año. Una grosería teniendo en cuenta que duplica el monto que paga el fisco de subsidios a la energía.
La primera vez que este modelo de brechas entró en fricción fue en octubre 2020 cuando ésta se disparó al 130% y el Gobierno reaccionó interviniendo en el dólar MEP con dólares de las Reservas, subiendo la tasa de interés, bajando transitoriamente retenciones a la soja y enviando una carta al FMI para negociar un programa que extienda la pared de vencimientos que arrancaban en septiembre 2021.
La segunda, en enero 2022, cuando con reservas negativas después de haber pagado tres vencimientos al organismo, el Gobierno finalmente cerró un entendimiento con el FMI que terminó en el programa que se firmó el 25 de marzo pasado. Programa que, si bien prohibió la intervención con Reservas en el MEP, le devolvía dólares frescos al BCRA y ponía sobre la mesa una hoja de ruta gradual para recomponer su balance aumentando las reservas y reduciendo la emisión de pesos.
En ambas ocasiones, la reacción inmediata de la política y fundamentalmente la visualización de dólares frescos que permitieron extender la venta de dólares oficiales a la importación y a las empresas para cancelar deudas, pusieron un tope al valor del dólar oficial y activaron transitoriamente un jugoso carry, que en ambos casos terminó con el salto del dólar marginal unos meses más tarde.
La contracara de esta dilación y perpetuación del esquema de brechas fue que el BCRA nunca acumulara reservas y una exacerbación de la nominalidad, sobre todo después de las elecciones de 2021 por la necesidad de acelerar el crawling peg que durante prácticamente todo 2021 se mantuvo con un dólar subiendo al 1% mensual.
En octubre 2020, la inflación saltó al 4% mensual. En enero 2022 saltó al 5/6% mensual. Hoy pareciera estar ubicándose en torno al 7/8% mensual, con una suba acumulada esperada en 2022 arriba del 90%. Nuestro relevamiento de precios de Julio estima 6,8% pero con una inflación núcleo arriba de 8%.
Con esta nominalidad, la corrección de precios relativos en forma gradual que requiere la economía luce extraordinariamente perversa, pero parecería que el Gobierno sigue sin querer un salto discreto del dólar oficial enmarcado en un programa de estabilización.
El intento de volver a coordinar el carry con una señal fiscal más razonable reflejada tras los anuncios del flamante ministro el miércoles pasado, y una suba agresiva en la tasa de interés (que sigue corriendo por detrás de la inflación y la devaluación), tiene patas cada vez más cortas. Sobre todo, si los dólares usados para perpetuar el esquema son prestados a tasas caras y/o se intenta un desdoblamiento con un dólar de exportación más alto.
Todo intento de conseguir dólares por la vía financiera (con organismos de crédito internacionales o repos con bancos), y/o el incentivo (fiscal/financiero) a la liquidación de exportaciones para mantener el perverso status quo actual, corre el riesgo de aumentar los pasivos para extender un tiempo la venta de dólares baratos, descapitalizando aún más el balance del BCRA. Sobre todo, si el esquema de ajuste fiscal es acompañado por un ajuste monetario mayor que cree pesos a un ritmo más rápido sin una corrección previa discreta del tipo de cambio.
Por ahora, el Gobierno apuesta a acelerar el crawling peg y administrar la escasez de reservas buscando dólares, mandando los importadores a la cola aumentando en los hechos la deuda comercial y vendiéndoles cobertura (tiene vendidos más de USD7.000 millones en contratos de los cuales el 80% es a agosto), mientras convalidan una tasa de inflación cada vez más alta.
Sorprende la capacidad del Gobierno para seguir bailando en la cubierta del Titanic, suponiendo que la restricción política puede forzar al límite la restricción presupuestaria y el BCRA seguir vendiendo dólares que ya no tiene e intenta conseguir prestados para no convalidar una devaluación del dólar oficial aduciendo la preocupación por la inflación que pudiera generar y su impacto sobre la pobreza mientras pierde todos los días USD100/150 millones de las reservas.
El jugoso esquema para parte del sector privado de arbitrar entre brechas tomando pesos baratos acorralados en el sistema (bancos y mercado de capitales local), comprando dólares baratos al BCRA y vendiendo (al menos una parte) en el mercado de precios descuidados está agotado y cada día que pasa los costos de salida son más altos.
Extender su agonía para no impactar en la pobreza, es como cuando Susanita preocupada por la gente pobre le explicaba a Mafalda que iba a crear una fundación de ayuda al desválido para organizar banquetes en los que se serviría pollo, pavo y lechón para recaudar fondos para comprar harina, sémola y fideos y “esas porquerías que comen los pobres”. Urge un programa de estabilización, lamentablemente el margen para el gradualismo ya nos lo consumimos.